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Archive for 22 de diciembre de 2007

  Dique de Guataparo-Valencia, Venezuela

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Considerando el contenido de la entrega anterior requeriremos reinventarnos, que para eso tenemos nuestro intelecto. Debemos encontrar en cual recodo del camino andado se nos quedaron esos valores fundamentales, cuyo déficit produjo este paroxismo hacia un desarrollo en función económica y a costa de la destrucción de nuestros elementales medios de vida.

Pues bien, para lograr el objetivo de recuperar lo perdido, es fundamental la actitud de aceptar con valentía que hemos errado el camino; convenir que estamos a tiempo para corregir lo equivocado e iniciarlo ya, ahora mismo, no mañana ni pasado. Porque la tarea es muy urgente: hay niños en las guarderías y están naciendo nuevos; quedan ancianos en los asilos que se ganaron una vejez feliz; tenemos parejas con urgencia de procrear hijos, quienes merecen vivir en un mundo mejor.

Todavía nos quedan ardillas, algunas variedades de pájaros, y furtivamente podemos ver algunos zorros y mapaches; en los mares aún quedan ballenas y reservorios de variedades de peces, a punto de extinción, pero aun sobreviven; en Aspen, en la primavera y el verano, observamos algunos osos cruzando las calles; y en Boulder, ver dos o tres venaditos en los jardines de las casas es algo normal.

Los caudales del Nilo, Amazonas, Chang Jiang, Mississippi, Yeniséi, Amur y otros cuantos de los más extensos, todavía nos permiten con propiedad llamarlos ríos. Quedan en el mundo también grandes lagos, everglades y gigantescos humedales, como depósitos de agua; y La Amazonía sigue representado la tercera parte de los bosques del mundo. Pero todo eso pudiera cambiar bastante antes de lo que se espera.

Sin embargo, aunque todo nos indica que la situación es muy grave aun estamos a tiempo, sino de estructurar una solución definitiva, por lo menos de demorar y aminorar esa catástrofe ecológica que se nos viene encima. No es algo que podamos dejar de lado o considerar sin importancia. Se trata de nuestra subsistencia física sobre el globo, y nuestra posibilidad de vivir con plenitud los pocos días que conforman nuestras rasantes vidas sobre este planeta.

Pero si somos negligentes, si no vemos lo que se nos muestra en el horizonte, si no hacemos nada por ayudar a la solución, quizás, no nosotros pero sí nuestros hijos y su descendencia vivirán un mundo horrible: casi sin agua y aire puros, sin árboles, pájaros ni peces, con muy pocos alimentos y con todas las carencias imaginables que aumentarán las enfermedades físicas y mentales reduciendo la expectativa de vida.

Advierto que no hablo de milenios y pudiera ser que ni siquiera de siglos. Al ritmo de destrucción del ambiente que llevamos, la deshumanización e insensibilidad que se observa en los grandes conglomerados humanos, enriquecidos poblacionalmente con aquellos que dejaron el campo donde fueron abandonados a su suerte por los Gobiernos, seguramente en solo cincuenta años muchos de esos males pudieran actualizarse y una sociedad herida de muerte, especialmente de jóvenes, no tendrá como solucionarlo, sin que nosotros, los culpables, quienes fuimos incapaces de prever la catástrofe… podamos hacer nada.

Tampoco estaremos en capacidad de responder las angustiosas preguntas de los niños de porqué no hicimos nada por evitarlo cuando aún quedaba tiempo, porque los que sobrevivan ya estarán tan viejos que no podrán oír si se les piden cuentas, y los restantes estaremos unos cuantos metros bajo tierra, integrando aquella que una vez fue una capa vegetal fértil, pero que en esa época solo será el piso estéril de un mundo contaminado e improductivo.

Es por todo esto que estamos obligados a reflexionar, meditar, evaluar y… actuar. Pero, al menos yo, tengo que decirlo… escribirlo. Me siento obligado. Necesito gritar muy duro… pudiera ser que alguien me oiga. Porque soy un habitante de esta anciana tierra que debo considerarme privilegiado. Pertenezco a una generación de transición de este mundo, porque nací en los albores del nacimiento de la máquina de escribir mecánica y hoy manejo un computador de última generación. Pude ver los últimos barcos de vapor sobre el Río Orinoco y presencié los vuelos del Discovery. Todo esto en poco más de sesenta años.

Cuando finalizó el año dos mil experimenté la extraordinaria condición de conocer dos siglos y dos milenos, y eso no podrá repetirlo otro ser humano hasta dentro de novecientos años, y dudo que con lo que le estamos haciendo al ambiente alguien pueda lograr esa edad.

Creo que gritar y escribir es lo único que puedo hacer, porque no tengo más poder que mi palabra y mis letras, ni más alimento que las lágrimas que en este momento ruedan por mis mejillas y salpican las teclas de mi computadora.

Ciertamente no se a donde iremos luego de nuestra muerte, porque no tengo duda que nuestra alma es… eterna y Jesús decía «En la casa de mi Padre muchas moradas hay». Pero no quiero llevarme conmigo la carga de no haber hecho nada para evitar esta catástrofe ambiental, que consciente o inconscientemente le estamos regalando a las futuras generaciones…

Próxima Entrega: LO QUE EL TIEMPO NOS DEJÓ III

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      Son las diez de la mañana de un día de verano en Chicago, en el parque Foster Beach a orillas del Lago Michigan. En la playa conformada por cientos de metros cúbicos de arena que fueron transportados hasta allí por la autoridad de la Ciudad, grupos de familias acceden con sus niños y… sus perros para recrearse en el agua,  para mi muy fría, pero no para quienes están acostumbrados a los bruscos cambios de temperatura, que en los últimos veinte años por efectos del calentamiento global han afectado sus costumbres, convirtiéndola en normal.

      Grupos de gaviotas confundiéndose con las palomas, en búsqueda de algún desperdicio para saciar su hambre paran su vuelo sobre la playa, sin importar la presencia humana, en ese cambio obligado de su hábitat que transformó su dieta de peces por… desperdicios de todo género.

      Sobre el escaso pasto que lucha por sobrevivir,  grupos de latinos alborozados y vocingleros así como algunos blancos  en shorts, disfrutan sus parrilladas al aire libre, lo que ya no pueden hacer en sus apartamentos que son demasiado reducidos y donde escasamente tienen espacio para ubicar los mínimos enseres, necesarios para subsistir con sus numerosas familias.

      Los niños corretean las contadas ardillas que, en la misma situación de las gaviotas y palomas, tratan a riesgo de su propia vida aprovecharse de las sobras de los invasores de su mundo, que acabaron con sus fuentes naturales de alimento, para luego refugiarse en los escasos árboles que forman parte de la  subsistente vegetación, que con gran esfuerzo la Alcaldía de la Ciudad logra mantener aún con vida.

      Al margen de la vía flores multicolores que despiden la primavera, conforman un bello paisaje disfrutado especialmente por los ancianos que descansan su caminata en los bancos de madera al margen de la caminería; quizás rememorando cuando flores tan bellas pero mucho más abundantes que esas, adornaban los jardines de sus propias casas, hoy ya… inexistentes.

       La belleza del escuálido paisaje natural que aún subsiste, es interrumpido por el ruido de las sirenas de las ambulancias y el ruido de los más de quinientos aviones que diariamente, por encima del lago, acceden a los  Aeropuertos Midway y O´Hare, este último uno es de los más congestionado del mundo.

       Al regresar observo los transeúntes, en su mayoría subidos de peso y descuidados en su presencia, quienes caminan apresuradamente… mentalmente perdidos en un mundo que sin duda no tiene que ver con el preciso momento en que viven.  Quizás por eso sus rostros no reflejan alegría, satisfacción o plenitud; ni saludan, sonríen, canturrean o simplemente… disfrutan del paisaje. Pienso que como las gaviotas, palomas y ardillas, su mayor preocupación es como lograr su dieta diaria, en  un mundo que también cambió su hábitat que, por tratarse de entes inteligentes, no solamente afectó su subsistencia física, sino su alma y su vida espiritual.

      Seguramente por eso perdieron la capacidad de disfrutar del aire de la mañana, de las flores,  de los animalitos, de las sonrisas y de la voz de los niños, que nos recuerdan que aun tenemos un mundo bueno en el cual vivir;  de la tranquilidad que genera el paso lento pero digno de los ancianos, que nos indica que en toda época de la vida se puede ser feliz; y el disfrutar de la comunicación fluida y generosa con los demás seres humanos, que nos ratifican como hormigas de la misma cueva, con capacidad inusitada de ofrecer y recibir amor, generosidad, solidaridad  y… caridad.

      Frente a este desolador espectáculo, me pregunto:

      ¿Será posible que no observemos lo que nos sucede?

      ¿Continuaremos permitiendo que los antivalores modernos como el consumismo, la vanidad,  la futilidad, el deseo de riqueza exagerada y sexo indiscriminado roben nuestra tranquilidad, paz, sensibilidad, solidaridad humana, plenitud y hasta… la familia?

        ¿Estaremos condenados a resignarnos a sobrevivir, en vez de vivir intensamente cada uno de nuestros días?

        ¿Qué tenían de diferencia con nosotros nuestros ancestros que reían, silbaban, cantaban, bailaban, saludaban, sonreían, y no requerían de grandes eventos o situaciones extraordinarias para sentirse plenos?

          ¿No sería acaso la diferencia, su capacidad y aptitud para  disfrutar del maravilloso mundo de las cosas…sencillas?

          ¿Acaso… no podemos recuperar lo perdido?

          Claro que sí. Sin duda podemos recuperar esos recursos intangibles que fundamentaron la felicidad de nuestros ascendientes, que de forma  paulatina pero progresiva nos fueron arrebatados por el tiempo,  en gran parte debido a una equivocada concepción del valor integral que para un ser  humano tienen los bienes económicos.  Porque aún Dios no se ha olvidado de nosotros. Sobrevive su mayor legado: la razón, la inteligencia, el libre albedrío y el estado de ánimo, que son absolutamente nuestros porque nadie puede quitárnoslos… nunca.

         Sólo requerimos  una toma de decisión. Es un problema más de actitud que de aptitud. La primera, depende de nuestra voluntad, la segunda podemos desarrollarla nuevamente sobre la base de la primera. Al fin y al cabo, somos el animal más adaptable a los cambios sobre esta madre tierra. Sobre esto tratarè en la próxima entrega:  

LO QUE EL TIEMPO NOS DEJO II

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