No recuerdo como sería mi primera ojeada al mundo, pero sí tengo la sensación de que los abrazos y caricias de la familia fueron siempre una delicia.
Lo más importante para que mi vida sea una aventura ha sido mi curiosidad. Con ella comenzó mi recorrido diario por la casa, emocionado abriendo y cerrando todo lo posible, no obstante que algunas veces pagara con lágrimas y dedos inflamados.
Sin embargo, siempre fui un aventurero, especialmente inspeccionando, escondiendo cuadernos y halando el pelo de mis compañeritas, sin importar los chillidos de la maestra, que en sí mismo eran… una aventura.
Siempre me gustaron las chicas, desde cuando era casi un bebé, especialmente las de pelo largo, porque era mucho más fácil halárselos y salir corriendo.
Luego cuando ya fui creciendo dejé esa afición por la admiración femenina y en verdad las admiraba casi a todas y mi catarsis era escribirles versos jocosos y esconderlos en sus cuadernos; sin firma claro está, pero ellas descubrían que era yo y entonces eran ellas las que corrían tras de mí, lo cual también me divertía.
Cuando adolescente, me embarqué en el maravilloso mundo de los aventureros casi a tiempo completo, mediante el mejor medio para vivir aventuras de todo género: los libros. Ello me hizo bien culto en general para mi edad, pero me hizo descuidar mis libros de textos y las tareas; y creo que a mis maestros les interesaban más los chicos estudiosos de sus materias, que los cultos, según el resultados de mis notas finales, que se salvaban por mi participación en el periódico de la escuela y los actos culturales, que eran parte importante de la escuela en aquellos tiempos.
Cuando terminé mi primaria tuve que trabajar e inicié una aventura que hasta hoy, independiente de su variedad sigo disfrutando, la cual por cierto me ha permitido asistir a la universidad aquí y en el exterior, lograr una bella esposa y una linda familia, que me aceptan como soy: un aventurero amoroso, que sabe traer el pan a la casa.
Por eso han aceptado vivir conmigo en diecisiete casas en tres países diferentes, amén de acompañarme por más de otros veinte. ¿Cómo lo logro? Muy sencillo: haciendo de todo una aventura: del amor, del trabajo, de los estudios, de la amistad, de la familia; riéndome de mis desinteligencias y errores; y en sí no dándole trascendencia a nada fuera de mis 24 horas diarias de vida.
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