Releyendo a Vinicius de Morais, especialmente su comentario de que la gente no hace amigos sino que los reconoce, me surgió la interrogante de, si podemos hacer los amigos o si, realmente simplemente los reconocemos.
Durante toda nuestra vida nos intercomunicamos con personas que nos simpatizan, otros que nos son indiferentes y algunos que rechazamos; pero la amistad que surge de nuestro espíritu no hace categorías. Los amigos, como dice de Morais, los reconocemos y tal evento no tiene que ver con su figura, género, cultura, posición social o económica; es un sentimiento que surge de muy dentro, sin mucha lógica pero profundamente humano y edificante.
El sentimiento de amistad es una manera sublime de amar, porque es espontáneo pero además, desinteresado. Uno ama a su familia troncal, porque lleva su sangre. A su pareja, porque comparte con ella ambiciones, esperanzas, sueños, buenas y malas situaciones y hasta el sexo, todo lo cual de alguna manera conlleva intereses. Pero a los amigos los amamos, sin más requerimiento que la espectativa de su reciprocidad.
Los amigos no requieren ese afectio diario, natural en la relación consanguínea y necesario en la de pareja. A los amigos no requerimos decirles que los amamos, como sì es indispensable con la pareja y por demás conveniente con la familia; sin embargo, cuan hermoso y grande es el espacio que abarcan en nuestra alma.
Cuando perdemos un amigo, perdemos un pedazo de espacio de nuestra propia vida; ellos no son sustituibles, porque son especiales, individuales y típicos. Es una relación esencialmente volitiva, que no mira conveniencias ni fines más allá del disfrute del sentimiento de compartir la ideología fundamental de la vida. De alguna forma, la amistad es la materialización del principio cristiano de que todos somos… hermanos.
Con los amigos vencemos sentimientos muy arraigados, como el egoísmo, individualismo y temor, que pudieran ser mecanismos de defensa, frente a un mundo que no siempre es como hubiésemos querido que fuera.
Pudiera ser que el amigo no esté físicamente presente, pero está ahí, sembrado en lo profundo de nuestro afecto; no importa cuantos años dejamos de verlo; si nos ha sido útil o no, ni como lo consideren los demás. Simplemente es nuestro amigo, que en el concierto del universo, se hace un pedazo de nosotros mismos, la mayoría de las veces sin conocer a ciencia cierta, cuanto y porqué le queremos de forma tan especial.
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