Esa actitud, como toda operación mental respaldada por nuestras acciones, al priorizar la creatividad e iniciativa frente a la pasividad, nos posibilita aprovechar y/o superar con audacia, cualquier circunstancia sobrevenida.
Al privar las decisiones sobre las circunstancias, introspeccionamos un permanente sentido de responsabilidad, que más allá de los posibles resultados, nos hace protagonistas y no observadores de nuestro propio proceso de desarrollo individual.
Como herramienta vivencial, la proactividad se convierte en escudo frente a la autojustificación y auto compasión enfermizas, que hoy más que nunca invaden importantes espacios de nuestra sociedad, promoviendo mediocridad, alimentada por el conformismo y pobreza mental, que afectan gravemente la salud espiritual de las mayorías.
Aceptar la vida como venga, sin expectativas sobre la posibilidad de transformar las condiciones de su forma original a la de nuestra conveniencia, es una manera de involucionar en vez de evolucionar en nuestro propio crecimiento personal hacia una vida plena que todos merecemos.
La mentalidad reactiva, al magnificar nuestras limitaciones personales y exagerar el tamaño de los retos de una vida emocionante y plena de aventura, promueve potenciales fracasados o perdedores.
La proactividad, que conlleva optimismo y diligencia, nos guian para lograr una vida buena. La reactividad, en trío con el pesimismo y la negligencia, se complotan para convertir nuestra naturaleza diseñada para el triunfo, la satisfacción y el éxito, en un ensayo bufo de cómo vivir peor, en un mundo mejor.
Si permitimos que las circunstancias y las condiciones priven sobre nuestra decisión, conformándonos con lo que de ellas devenga, actuando con pasividad y resignación, nos fallamos a nosotros mismos, a nuestra esencia y origen; frustramos la hechura de Dios.
En gigantesca lucha entre millones de espermatozoides, orientados por la luz de la expectativa de una nueva vida, al penetrar el óvulo logramos la primera victoria que nos convirtió de potenciales en reales vencedores.
Para el triunfo fuimos diseñados y esa debe ser nuestra meta. Nacimos con éxito y por el éxito. Nuestra madre nos trae al mundo, pero Dios nos insufló esa parte de su poder representado en la fe, necesario para superar cualquier circunstancia.
La trascendencia de cualquier situación se la damos nosotros, conforme a nuestra personal interpretación de los sucesos, que en un porcentaje mínimo son aleatorios o casuales, porque en su casi totalidad lo son causales, indicándonos que existe una razón para producirse.
Cuando son el resultado de nuestras actuaciones podemos manejarlas sin demasiados problemas, pero si escapan a nuestro control, entonces activamos nuestra decisión para interpretarlas apropiadamente, en función de nuestros intereses. Eso es lo trascendente de la proactividad, nos convierte de observadores en actores, en lo más importante de nuestra existencia: hacer nuestra felicidad personal.
Próxima Entrega:LA FUERZA DE LA PALABRA
Solo tenemos que estar conscientes de que tenemos libertad de elegir, no ser simplemente un robot ante las circunstancias.