La detestable violencia sexual, hace años dejo de ser una posibilidad para convertirse en una probabilidad casi permanente, en una sociedad penetrada por nuevos paradigmas y antivalores.
Hoy, la violencia sexual, de alguna manera excitada por los medios audiovisuales y escritos, se concibe no sólo producida por la fuerza física, sino también inducida y ejecutada con violencia psíquica y moral, para lograr doblegar la voluntad y hacer uso abusivo del cuerpo de la víctima, afectando gravemente al agredido no solo en el cuerpo sino en su moral y autoestima, dejando huellas muchas veces irreparables.
Dada la gama del acoso y abuso sexual contemporàneo, ya no existe un sitio especial de riesgo, sino que el hostigamiento se produce tanto en centros de trabajo, estudio, recreativos, en la calle y hasta en el propio hogar.
Sofisticadas formas de violencia y abuso sexual como el denominado «turismo sexual», donde explotadores y proxenetas, prevalidos del poder que deriva del terror, su fuerza física, poder o riqueza, someten a una virtual esclavitud sexual, no solamente a mujeres y hombres de conductas desviadas, sino también a menores de edad.
La pornografía infantil, que adquirió su mayoría de edad con el advenimiento del Internet, se constituye en el terreno abonado para los depredadores sexuales, quienes aduciendo enfermedad mental, logran lenidad e impunidad que les permite continuar dañando a la sociedad.
Adicionalmente, en los propios hogares se fortalece otra modalidad de abuso sexual consentido, que extrañamente se produce sobre el cuerpo de alguno de los integrantes de la pareja, cuando uno de éstos desestima la importancia de la voluntad o disposición del otro, para realizar el acto sexual.
Un acto tan íntimo como el sexual, para que cumpla su función de satisfacción y cohesión entre los actuantes, debe corresponder al deseo espontáneo y a ser posible entusiasta de ambos. Cuando uno manifiesta su falta de deseo, indisposición o inconformidad con el evento a producirse, pero es presionado moral o psicológicamente por el otro a su concurso pasivo y resignado, el acto sexual pierde su naturaleza sublime.
Tomar el cuerpo de una persona a sabiendas de que no desea el acto sexual, es una actuación aberrada, similar a cualquier violaciòn sexual delictual pero sofisticada, donde el conocimiento de la ausencia de deseo, materializa agresión a la voluntad, convirtiendo el acto en ofensivo y grotesco.
Idénticamente, tomar ventaja de las necesidad o urgencia económica de una persona, tanto en su ambiente laboral como en el hogar, para lograr sus favores sexuales, o presionarla sobre la base de que si se niega se le resta apoyo o destruye la relación, es tan sucio y violento como cualquier otro abuso de caràcter sexual.
Concluyo declarando que el el ùnico acto sexual que merece calificarlo como «hacer el amor», es aquel ausente de toda manipulación, cohersiòn o violencia a la voluntad de los actuantes, porque responde al deseo sublime de darlo todo, sin otra retribuciòn que no sea el mismo amor, vinculado a la fantasìa y la mgia que ùnicamente quienes aman con ternura, consideración, respeto y sin reservas, saben producir.
Proxima Entrega: EL SEXO PASIVO.
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