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Archive for the ‘LA PALABRA COMO MANTRA DE LA VIDA’ Category

LA INTELIGENCIA INFINITA Y FE

SOLAMENTE TEN FE

Releyendo a Ernest S. Holmes, un escritor norteamericano del  Siglo XIX (1867-1960), me produjo reflexiones que quiero compartir con mis lectores en estos días de confusión, desconfianza, competencia indiscriminada, cambio de algunos valores,  estrés y… lo más grave: TEMOR.

Muchos filósofos, religiosos e intelectuales, coinciden en que una “Mente e Inteligencia infinita, omnipotente y omnipresente”, independiente de su denominación específica, creó, organizó y domina todo lo creado. Pero su objeto más importante y hacia el cual orientó todos los beneficios de su acción perfecta, lo fue: EL HOMBRE. Por tanto, como su especial creación y objeto de su mayor atención, somos producto de su amor, ocupación y poder. Por ser parte de Él mismo, disponemos de su amor, capacidad y PODER, lo cual nos es trasmitido desde el nacimiento, cuando nos insufla la parte espiritual que denominamos alma, y que nos transfiere sus propias características, igual como un padre físico transfiere sus genes a sus descendientes.

Con ese bagaje extraordinario interno nos corresponde desarrollarlo a medida que acrecentamos nuestra conciencia de que disponemos de esas maravillosas bendiciones que nos son innatas. Mediante la palabra y acción  se nos permite comunicarnos, SENTIR que disponemos de  “el poder creativo de esa Mente infinita y omnisapiente” que es nuestro Padre Dios. Debemos aplicar y lograr en nuestra vida terrenal, el éxito en las cosas fundamentales y necesarias para una vida feliz. Y esto quedó probado con la expresión de Jesús, cuando sentenció: “La palabra que os he dicho, son espíritu y son vida”

Pero ese gran poder heredado de Dios es inútil sin la convicción inequívoca y fe absoluta para SENTIRLO dentro de nosotros mismos, aplicándolo a NUESTRA salud, economía, amor, generosidad, amistad, solidaridad humana, paz, caridad y actuación justa.  Así lo decretó Jesús, con gran autoridad y seguridad, cuando dijo:  “Hágase en vosotros según vuestra fe”. Con esto quiso decirnos, que ese gran poder lo llevamos dentro de nosotros mismos en todo momento y lo único que requerimos para conectarlo a esa Mente Universal e infinita, es la fe, la confianza, el pensamiento positivo y el agradecimiento.  Ni siquiera requerimos pedirlo sino activarlo, porque  también Jesús decía: “Mi padre sabe mejor que tú lo que te hace falta…”

Por experiencia propia sé que esto es cierto. Lo he vivido e independiente de cualquier otra opinión, no tengo duda de su efectividad, por lo cual todos los días… doy gracias.

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Alguien dijo que nuestra vida es como un rompecabezas, cual nos corresponde individualmente realizar de la mejor manera posible.  Somos especialmente individuales y diversos. Cada uno de nosotros es muy bueno para algo y mejor para otra cosa, pero tenemos capacidad y temple para no hacer nada malo: es sólo un asunto de  disposición.

Tenemos una especial capacidad de adaptación al medio y nuestro estado de ánimo,  que nos permiten dar el color deseado a la vida; vale decir, transformar a nuestra voluntad la sensación interna de los acontecimientos y circunstancias que se nos rodean.

No hay tarea pequeña en nuestra vida, porque todo lo que hacemos, de alguna forma o por su consecuencia, es trascendente. Desde tumbar o recoger la hoja más pequeña hasta realizar el acto más deleznable o heroico, siempre va a influir en algo o en alguien. Por eso nuestras acciones deben ser debidamente meditadas, y a ser posible, reflexivas.

Una palabra dicha con sinceridad y amor en su oportunidad puede salvar una persona o una colectividad completa. Asimismo, una palabra despreciativa, hiriente, inoportuna o mal intencionada, puede  hacer tanto mal, que ni en muchas vidas podríamos repararlo. Esa bendición de poder pronunciar palabras, es uno de los mayores tesoros que Dios nos dio, especialmente porque nos permite transmitir amor, compasión y caridad.

Nuestra mirada puede ser más expresiva que nuestra palabra, y como consecuencia, puede regalar paz, comprensión, desprecio u odio. Es por lo cual, hasta para mirar otra persona, debemos cuidar nuestra actitud, porque somos responsables de sus resultados ya que, por mandato divino, estamos obligados a amar a todos nuestros semejantes.

Un apretón de manos, una palmada, un abrazo o prestar nuestro hombro para recostar la cabeza al desvalido o desventurado, vale más que mil palabras y hacerlo eficientemente –esto es que se sienta nuestro amor-  es más difícil que regalar cualquier bien material por valiosos que fuere.

En todos mis años he observado que, compartir lo  que se  tiene con el que de todo carece es riqueza, no para quien lo recibe sino para quien lo da, porque la vida siempre te lo devolverá multiplicado por muchas veces y cuando más se necesita; porque un pedazo de pan al hambriento, vale más que celebrar  una cena para los pobres. Escuchar con paciencia e interés al triste o problemático no sólo es un acto noble, sino que nos hace parecernos a Dios.

 

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gahndi.jpgUn grafitti donde se leía «Cuida tus palabras, no sea que luego tengas que tragártelas.», me produjo estas reflexiones.

Ciertamente, como atributo exclusivo del hombre, la palabra es la forma ideal de manifestar lo que se cree, siente y espera. Podemos imprimirle ternura, suavidad y bonanza, pero también fuerza que sobrepase el tiempo y la distancia, proyectándola más allá de nuestra propia naturaleza, posibilitando nuestro contacto con Dios mediante la oración, para vencer nuestras interrogantes e inmensa vulnerabilidad, frente a unas leyes naturales a veces incomprensibles.

Las palabras huelen y saben a sentimiento; como brisa de la mañana, perfume de flores o música sublime que llena el corazón, alimenta el alma fortaleciéndola y enriqueciendo el espíritu, en presencia de la expresión: te amo. Asimismo, con olor de azufre y sonido terrible, quema en lo más profundo de nuestro ser cuando nos ofenden, engañan o tratan con injusticia o estulticia.

Con la palabra manifiestamos temor, dolor, frustración, impotencia y rabia; pero también amor, alegría y esperanza, siempre en busca de una respuesta a nuestra natural inconformidad.

Dados sus efectos, el uso apropiado de la oralidad es responsabilidad ineludible, porque con ella podemos generar amor o tristeza; paz o guerra; alegría o dolor; abrir o sanar heridas; orar o… maldecir.

Una palabra puede decidir el ganar o perder la libertad, el patrimonio o la permanencia en el lar nativo, afectando por igual indivualidades o millones de personas.

La palabra nos hace parecernos a Dios. Él decide la perdición o salvación espirituales, sobre la base de evaluar el ejercicio de nuestro libre albedrío. Parangonándolo, un Juez absuelve o condena nuestros actos sobre esta tierra.

Mediante la palabra, el gobernante, en nombre de la comunidad, con razón o sin ella, decide sobre la tranquilidad, paz o estabilidad social.

Por las palabras «ya no te amo» o similares, personas con un mundo maravilloso por delante, se quitaron la vida. Por el contrario, al sonido del mantra fundamenal de la vida, que es la palabra amor, otros lograron su felicidad.

Organizaciones especializadas, que atienden cientos de miles de casos de suicidios, declaran que una palabra de amor, solidaridad o comprensión, han logrado el desistimiento del intento.

Por eso debemos cuidar lo que decimos, porque pudiera suceder que nuestras palabras afecten sentimientos importantes o destruyan la justificación de una vida buena.

El amor, como fuerza que mueve al mundo, y el reconocimiento que lo mantienen activo, son incompletos sin la expresión oral. No puedo conocer el nivel de tu amor si no me lo expresas; no determino si lo hago bien, si no conozco tu reacción; no tengo incentivos para repetir mis actos positivos, si no me lo reconoces.

Como las palabras pueden hacer felices o infelices a nuestros semejantes, más que una conveniencia es una necesidad ineludible pensar antes de hablar, meditar y evaluar sus posibles efectos en los interlocutores, no vaya a ser que, como en el grafitti referido, luego tengamos que… almorzar con ellas.

Próximas Entregas: Por solicitud de una consecuente lectora, catedrática de sexualidad en una reconocida universidad de Miami, en las próximas cuatro entregas trataré sobre el sexo, en su polifacética condición de indispensable en la vida del ser humano.

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