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Archive for the ‘IMPORTANCIA DE VIVIR’ Category

¿A quién importa la edad de una mujer interesante, que exuda entusiasmo y amor por la vida; que impresiona con algo que  va más allá de la presencia física; especialmente aquella que ya no es una chiquilla inmadura y alocada, sino que enjuga en su personalidad esa parte de la juventud que nunca perderá, y ese aplomo frente a cualquier situación, que la hace admirable, naturalmente bella, segura de sí misma, un poco enigmática y como la fruta “hecha”… deseable?

La veo llegar y la examino de arriba abajo; la percibo pulcra,  con aroma de flores de mañana fresca,  con atuendo discreto pero muy femenino, donde se conjuga la coqueta vanidad de mujer bonita, con la elegancia que corre por sus genes, para hacer ese coctel mágico que las hace especiales y… “sexy”.

Pertenecen a una generación romántica pero realista; que amó y sabe amar intensamente, pero segura del derecho a la reciprocidad merecida. Que por amor lo da y exige todo; que no endosa su dignidad ni identidad en aras de un sentimiento que limite o niegue amar… con libertad.

Han acumulado conocimiento y experiencia sobrada en el compartir lo mejor y lo peor; aprendieron, experimentaron y vivieron la resistencia, la aceptación, la fantasía y la pasión en el amor y…  el sexo; pero nunca se resignaron a vivir una relación insincera, apática, aburrida o mentirosa, porque si fracasan en una relación, saben que en el camino de su vida, alguien viene para darles lo único que exigen y merecen: amor sincero.

A estas mujeres no hay mucho que enseñarles pero bastante que aprender de ellas; substancialmente, mantener el equilibrio, dando trascendencia a la lealtad y el compromiso, frente a cualquier regresión atávica, derivada de instintos primitivos.

Han trillado el camino de media vida esquivando baches, subiendo colinas y bajando al pozo a tomar agua clara; recibiendo espinas y retornando flores; luchando por mantener su identidad propia, frente a tanto iluso que suele equivocarse y terminar perdiendo el rumbo. Que no es fácil perturbarlas o  hacerlas pasar un mal rato.

Son inmejorables para hacer pareja, porque tienen mucho que ofrecer, saben lo que quieren y como dar lo mejor. De ellas aprendí que la vida es bella, que vale la pena vivirla intensamente. De alguna manera, representan esa realidad que me permite ratificar, que es cierto que podemos ser felices en pareja, si acertamos en escoger la persona apropiada.

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Soy experto en eso de cumplir años; de hecho he cumplido sesenta y nueve, cual es una cifra que a nadie disgusta. Estoy satisfecho y disfruto mi edad, tanto que disiento de mis colegas de juventud prolongada, quienes con la edad,  progresivamente, descuidan la atención a su figura.

Siento que es un compromiso conmigo mismo mantenerme lo mejor posible, pero especialmente con mi pareja, porque es una forma expresivamente sentida de decirle: me importa como me veas porque… te amo.

El paso firme,  pelo bien arreglado, vestimenta apropiada, perfume agradable, buen humor y… una amplia sonrisa,  pueden hacer la diferencia entre una imagen de “viejo desgarbado” y una persona de “edad interesante”.

No es que los anos sean un estigma, pero buen tinte en el pelo, elegantes lentes de sol, ademanes gentiles y una cara de buenos días, además de elevar la autoestima, son capaces de presentarnos con cinco o diez anos menos de los que realmente tenemos, lo cual a nadie hace dano y nos hacen sentir de maravilla.

Conservarse activo; regalarse con el ser amado o los amigos un cafecito en un sitio público (que no en el Club de los Viejitos); un paseo diario, cuando un bailecito y… hacer el amor cuando se pueda, traducen la mejor medicina contra el estrés y el hastío, cuales son nuestros peores enemigos.

Desterrar conversaciones sobre médicos, achaques o enfermedades y comentar que nos sentimos “mejor que nunca” cuando nos preguntan por nuestra salud, logra que las personas apetezcan compartir con nosotros y se interesen por conocer como logramos ese buen estado de ánimo.

Una dama de ochenta anos, elegantemente vestida y un pelo gris que no canoso bellísimo,  quien igual que yo pidió un whiskey en las rocas, me contó que conduce al hospital donde trabaja,  y todos los anos en vacaciones, viaja a Europa o Medio Oriente… completamente sola. Al despedirnos, cuando le manifesté mi admiración por su talante de mujer joven, me dijo con una bella sonrisa:

-El cuerpo es importante y debemos cuidarlo, pero lo es más el espíritu  y ese, definitivamente, no envejece.” Ella es un ejemplo de que trabajo, optimismo y confianza alargan la vida; y eso deberíamos aprenderlo.

Alguien escribió: la vida no es una fiesta pero debemos bailarla. Suscribo integralmente este apotegma. Nuestra existencia es una aventura emocionante, pero aunque no lo fuera tanto, seguramente vale la pena bailarla.

 

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“Si amas dilo, repítelo, no te canses de hacerlo; porque el amor en silencio es medio amor”

Millones de personas a las puertas de la muerte, darían lo que fuere sólo por unos minutos más de vida; en ese momento, quizás por primera vez, ellos, un poco tarde, logran entender el valor de un minuto de existencia, que en esa especialísima ocasión equivaldría a una vida… más.

Asimismo, si pudiésemos consultar quienes yacen bajo la tierra, seguramente nos manifestarían su frustración por no poder corregir su mayor error mientras vivieron físicamente: haber desperdiciado minutos de felicidad. Quizás fue esto lo que nos quiso recordar Borges, cuando al final de su vida sentenció: “He cometido el mayor pecado de la vida: no he sido feliz”.

Hoy al despertar, cuando abrí mis ojos frente a una mañana radiante y al abrir mi ventana el aire, que no sabe de donde viene ni hacia donde va, en su raudo vuelo con mil sonidos y aromas diversas acarició mi cara, sentí en toda su plenitud el privilegio de poder recibir esas maravillosas sensaciones, que me prueban que aún estoy aquí, en este extraordinario mundo que Dios me dio por heredad.

Entonces sentí la necesidad de orar, de decirle a mi Padre Celestial cuanto le amo; cuanto le agradezco el haberme permitido conocer y disfrutar de la bella e incuantificable naturaleza, y muy especialmente, por haberme regalado mis hermanos humanos, que con sus altos y bajos, me han hecho protagonista de una vida, que es una hermosa aventura, la cual, si pudiera repetir, lo haría exactamente como la he vivido.

Es que sólo respirar ya es una experiencia indefinible; pero amar, tener una familia, amigos, educación, trabajo, sueños, esperanzas, y la posibilidad de ser útil aunque fuere a una sola persona, son experiencias que no se pueden dejar de disfrutar con fruición.

Hay tanta gente sola, enferma física y espiritualmente, pero que tampoco tuvieron acceso a la cultura ni al conocimiento; quienes no disponen de un techo donde guarecerse, alimentación básica ni seguridad de ningún género, que estamos obligados a protegerlos y orar por ellos.

Por eso, no podemos desperdiciar ni un segundo, porque como el agua bajo los puentes pasará y no podremos recuperar ningún instante perdido.

Pero… aun hay tiempo; vaya, ponga contra su pecho a sus seres queridos, béselos, dígales y repita hasta el cansancio cuanto les ama y necesita; póngalos al rescoldo de su ternura, siémbrelos en el fondo de su alma, porque sólo allí lo acompañarán… siempre.

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OTEANDO EL HORIZONTE

Desde la atalaya de la edad transcurrida, con sus días y noches suavemente desgajadas sobre el césped siempre fresco del amor, cuando el radiante día lucha con el ocaso para continuar diciendo… brilla, brilla sol porque aún hay tiempo, para que no sea noche definitiva, es momento oportuno para mirar hacia atrás y preguntarse:

Cómo he vivido?

Es como la hora de la verdad, porque no puedes engañarte o mentirte a tí mismo. Si comprendiste a tiempo que el color y sabor de tu existencia no vino determinado al nacer, sino que correspondería a tu creatividad y capacidad de disfrute, habrás vivido más momentos felices que infelices.

Si asimilaste que lo normal debe ser la felicidad, el amor, la generosidad y la alegría, pero no la tristeza, el odio, el egoísmo o la envidia; que nacimos para crear y transformar las cosas buenas en mejores, pero no para destruir o temer emprender proyectos ambiciosos de transformaciones positivas; que aunque no tenemos mucha fuerza física, sí disponemos de razón e inteligencia, mucho más importantes para una existencia edificante; que somos la obra más acabada de Dios, y por tanto, todo podemos resistir y a nada debemos temer; que debemos olvidar los agravios y hacer eternos los agradecimientos; que aunque nuestro tiempo sobre esta tierra es breve, es suficiente para vivirlo intensamente, el ayer debió ser bueno y el mañana promisorio.

Es bien sencillo: se trata de la bipolaridad que afecta las circunstancias de nuestra vida, y especialmente, los valores sobre los cuales fundamentamos nuestras actuaciones. Todo evento o circunstancia, tiene un altísimo contenido psíquico conforme a nuestra óptica de la vida; por lo cual, su resultado final no va a derivarse del suceso mismo, sino de la trascendencia que le demos. Así, cualquier error o tropiezo, puede ser formativo o beneficioso a otra área o sector de nuestra vida, como cualquier acierto pudiera afectar negativamente alguna otra actividad.

El secreto para ser felices no es conocerlo todo, es aprender lo necesario. Si hacemos del amor nuestra línea básica de acción, nunca ocasionaremos ni nos haremos daño; si contamos y disfrutamos de tantas bendiciones que existen a nuestro alcance, jamás le daremos trascendencia a nuestras carencias; si vivimos intensamente cada minuto de nuestra existencia, no necesitaremos más del que Dios ha dispuesto para realizarnos física y espiritualmente. Estaremos satisfechos y en paz con nosotros mismos, daremos gracias y eso es… haber vivido.

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Si el planeta se mueve, todos nos movemos y si el mundo avanza, todos avanzamos; no es nada extraordinario, catastrófico o que deba atemorizarnos.

La sinergia domina el escenario, pero eso tampoco es nuevo; que lo hayamos observado o no es otra cosa, pero siempre fue y será así. No es cierto que antes el mundo anduviera más lento, que la gente fuera más o menos noble, más o menos leal o decente, mejor o peor. Seguimos siendo los mismos seres que habitamos esta madre tierra: las mismas necesidades, ambiciones, sueños y… esperanzas.

Que el planeta aumente o disminuya sus vibraciones con el correr de los milenios –mientras lo mismo sucede en el espacio sideral- es algo de casi aceptación general, y que de alguna manera nos afecte, pareciera lógico. La influencia de esas vibraciones es casi imperceptible, porque vivimos muy poco tiempo, comparado con los lapsos en los cuales se producen esos cambios.

Lo cierto es que antes, después y más allá de cualquier aumento de la vibración universal, seguimos siendo los mismos hijos de Dios, con inusitada capacidad de adaptación al medio y a cualquier nueva situación. Independientemente de cualquier predicción o profecía –positiva o negativa- hoy más que nunca sentimos la necesidad de encontrar esa luz especial que da a nuestra vida una mayor espiritualidad.

Como seres humanos, de forma exclusiva, manejamos el recurso máximo: el amor, que es la fuente de toda generosidad, paz, alegría y felicidad; con el amor como escudo podemos resistir cualquier temor, angustia, depresión o enfermedad, producto de no entender ese nuevo tiempo que atemoriza a unos y excita a otros.

Nuestra razón nos obliga a aceptar los cambios y ponerlos a nuestro favor; es lo que han hecho los hombres y mujeres inteligentes y exitosas a través de los siglos. La bipolaridad de los valores y los hechos tampoco es nuevo, pero el hombre siempre ha sabido manejarlo.

Nada sucede sin una razón ni existe evento casual, porque todo está ordenado en el Universo. Estamos obligados a mirar el lado positivo de las cosas y los sucesos, porque aún la más adversa circunstancia tiene una parte positiva. Nosotros decidimos la óptima que aplicamos. Al fin y al cabo, somos una generación privilegiada: conocimos dos siglos y dos milenios, en los cuales se produjeron cambios trascendentales en los campos de la ciencia y la humanística, y eso sólo sucede cada mil años.

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A LAS PUERTAS DE LA MUERTE

Hoy fue una jornada dura para quien, como yo, vive por días y por tanto no puede permitirse ni unsegundo de tristeza, porque en mi corta vida de veinticuatro horas, no podría recuperarlo nunca.

En la TV, mostraron imágenes captadas por una cámara de amplio espectro, de los mineros chilenos que quedaron enterrados, en una mina de explotación de oro, bajo millones de toneladas de tierra, a setecientos metros de profundidad. Estaban barbudos, semidesnudos, con hambre, sed y… lágrimas en sus ojos.

Afuera madres, esposas, hijas y hermanos, cambiaban su amargo llanto hasta de hacía pocas horas, por dulces lágrimas de bendición y agradecimiento a Dios por el milagro de mantenerlos vivos.

Había seguido el proceso anterior con extraordinario dolor, compasión e impotencia, al verlos tan desvalidos, tan vulnerables, tan impotentes, tan… solos, que al conocer la noticia de su hallazgo, sentí tanta alegría como cualquiera de sus familiares.

Me sentí especialmente reconfortado cuando observé, que aún en las peores condiciones y gravemente afectados física y psicológicamente, mantenían su unidad, coraje, esperanza, y esa especial hermandad que genera el peligro común; siendo que, desde los resquicios de la muerte, tenían ánimo para gritar aquí estamos y a sus seres queridos: los amamos.

Quienes tenemos hijos o hermanos que amamos, vimos en el rostro en cada uno de estos desventurados, uno de los nuestros; de alguna manera, nos sentimos parte de ellos y si perecieran, moriría un poco de … nosotros mismos.

Esa tristeza y dolor experimentados como todo en la vida tiene una parte positiva, porque el dolor es un buen maestro al recordarnos la maravilla de no sentirlo. Quienes tenemos avanzadas edad, una labor cómoda y honesta que realizar en equipo con esa bella compañera de viaje largo; que tenemos toda mi familia viva y con riesgos infinitamente más pequeños que ellos; sentimos que todos nuestros supuestos problemas, no son más que nimiedades, comparados con esa gran tragedia de la cual algunos, pudiera ser que nunca lleguen a recuperarse totalmente.

Por eso, pido misericordia a Dios por ellos y por nosotros; para que los rescaten salvos, sanos y así todos mantengamos nuestra fe inquebrantable en su poder universal, cual es lo único capaz de darnos fortaleza espiritual frente a nuestra inmensa vulnerabilidad, en un mundo dinámico, imprevisible y donde los hombres por adquirir bienes materiales valiosos, sin considerar los riesgos, todos los días exponen la vida de sus hermanos.

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«LO IMPORTANTE NO E S CUANTO SE VIVE, SINO COMO SE VIVE»

¿Debe medirse la edad de las personas por la cantidad de años vividos o por su actitud frente a la vida?

Pienso que por lo segundo; en mi largo pero interesante camino por esta vida, he compartido con quienes acumulaban varias decenas de años, pero tenían viva su curiosidad, entusiasmo e interés por explorar nuevos proyectos; actitudes que no se compadecían con su avanzada edad cronológica, porque eran personas de juventud prolongada

Conocí también otros de treinta años, quienes por su forma de ver la vida y las cosas, su temperamento timorato, taciturno y negativo, parecían encontrarse de vuelta del final del camino, asemejando personas realmente… viejas.

En un mundo sinérgico y cambiante, no son los años vividos lo que determina la condición juvenil o diferencia los jóvenes de los viejos, sino la actitud entusiasta, curiosidad, deseo de emprender y experimentar nuevos senderos; de soñar, amar con pasión, enfrentar con valor y optimismo la cotidianidad y sus desafíos.

Sin que pueda significar que brillantes jóvenes no aporten grandes beneficios a la sociedad, de hecho, fueron personas mayores de cuarenta años, quienes haciendo valer su juventud existencial, realizaron los mayores e importantes aportes a la civilización. Pero en cada uno de estos casos, jóvenes o viejos, para nada influyó en ellos su edad cronológica, sino su actitud frente a la vida, perseverancia, diligencia y gestión, que representaban su edad existencial.

Así como la juventud genera entusiasmo, valor, curiosidad y deseos de lucha, la edad permite mirar la espalda de las cosas y sobre el pedestal de lo vivido, determinar quienes actúan como viejos y quienes como jóvenes, independientemente de cuantos inviernos hayan vivido sobre esta madre tierra.

Esa actitud vivencial, que diferencia un viejo de un joven, pude palparla cuando un sesentón por su apariencia, pero con cara alegre y risueña, respondía sobre su edad diciendo: – Me siento muy joven: tengo dieciocho años de edad y cuarenta y dos de experiencia. Sé que es posible sentirse así, aún teniendo edad avanzada, si se mantiene el convencimiento de que todo tiempo es bueno para amar, soñar, esperar de la vida, aceptando que es nuestra actitud y estado de ánimo, lo que determina como nos sentimos.

Todas las edades son malas para la tristeza e infelicidad; asimismo, todas son buenas para la buena vida que, venturosamente, depende de nuestro estado de ánimo, en su más alto porcentaje.

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«EL DIA QUE NO RIAS ES UN DIA PERDIDO”


Nuestra vida tiene tantas razones y circunstancias para hacerla edificante, que no celebrarlo sería ir contra nuestra razón e inteligencia.

Una diferencia fundamental con los animales irracionales, es nuestra capacidad de razonar frente al espectáculo maravilloso de nuestra vida; ese abanico de observación y expectación que nos hace la vida grata y emocionante.

En nuestro mundo espiritual percibimos sensaciones como las de sentir y disfrutar del amor, la belleza, la música y el arte, entre otras. Ejercitar la voluntad, generosidad, solidaridad y utilidad, nos posibilita alcanzar la felicidad, como realización físico-espiritual, que se traduce en la alegría de vivir. Esa visión que trasciende nuestra materialidad, donde la calidad supera la cantidad, nos hace especulativos, curiosos y creativos.

Frente a esa permanente búsqueda, que como seres inteligentes no podemos obviar, el único antídoto a la angustia de nuestra ambición nunca satisfecha, lo es el carácter alegre y positivo, bajo la premisa de que todo evento o circunstancia, siempre podremos ponerlo a nuestro beneficio.

El privilegio de respirar, sin adicionales valoraciones, es ya una fuente de alegría; pero las muchas bendiciones de que disponemos para disfrutar todos los días una vida llena de retos y sorpresas, conforman una fuente permanente de satisfacción y plenitud. Amar y ser amado, observar el paisaje geográfico, lleno de cosas hermosas; poder construir nuestra existencia conforme a nuestra decisión y esfuerzo, son todos motivos de alegría.

Conozco y trato con personas comunes y corrientes, pero que son alegres; nunca las he visto enfermas, tristes, perturbadas o estresadas, sino que sonríen, saludan, estrechan la mano o abrazan afectuosamente, produciendo una influencia positiva que es… contagiosa. Es que la alegría y felicidad previenen las enfermedades del cuerpo y del espíritu.

La felicidad depende de cómo asumamos la vida; por lo tanto, lo inteligente es tomarla como una emocionante e interesante aventura, llena de retos y oportunidades que podemos vivir alegres e intensamente. Como esta solución es fácil y depende de nosotros, mientras más pronto lo asumamos obtendremos mejores resultados.

Así que, a sonreír, alegrarse, forzar el buen humor, mirar el lado positivo de todo evento; y en vez de preocuparse por los problemas, ocuparse de resolverlos. Debemos recordar que, la diferencia entre una persona feliz y otra que no lo es, radica en que la primera cree y practica esta filosofía de la vida.

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Vivo por días, lo disfruto intensamente las veinticuatro horas. Quienes viven por años tienen la posibilidad de ubicarse en la estación que les plazca disfrutandola a placer, porque no dependen de tiempo o espacio sino de su voluntad personal. Quien se sienta alegre, vigoroso y activo, disfrutando los colores de las flores, el canto de los pàjaros y la mùsica especial de la palabra amor, independiente de su edad, estará en primavera.

Si no obstante ser jóven se siente cansado, taciturno, pesimista, descuidando deleitarse en el bello sol del dìa, la calidez del frìo nocturno, la cantarina risa de los niños y el caer del agua en las quebradas, el aroma de las flores, estará ubicado en invierno.

Aquellos que sienten que la envidia corroe sus entrañas, que su vida no ha sido justa y se queman en la hoguera de los odios y la frustraciòn, viven en los rigores del calor del duro verano.

Los que se sienten doblegados por su edad avanzada, otorgando a la juventud màs trascendencia de la que tiene, sin considerar los grandes logros històricos de hombres realmente viejos; que el no disponer de riqueza y poder les hace demasiado vulnerables; que recuerdan nostàlgicos lo que fue y temen a lo que vendrá, viven sin remedio en el otoño.

Es que ser felices es un compromiso personal y una forma de agradecer a Dios nuestra existencia. Aun sin movernos podemos viajar con nuestra mente donde queramos y sin limitaciòn alguna.

Podemos soñar cuanto deseemos y convertirlo en realidad. Si imaginamos montañas cubiertas de nieve como maravillosas, podemos ser felices, pero si suponemos el frìo congelante, nos aterrorizaremos con su presencia. Imaginar ricos manjares, su sabor y aroma nos hace disfrutarlos con deleite, pero convencernos de que engordan o indigestan nos hace aborrecerlos.

Si aceptamos la enfermedad como excepcional y no como normal, porque son el escape de sentimientos retenidos, rencores y frustraciones represados; consecuencia de la insatisfacciòn, falta de desprendimiento, aceptación, amor y generosidad, nuestra salud será invulnerable. De hecho, no conozco personas realmente felices que se sientan o manifiesten enfermas.

Fuimos diseñados para amar, no importa donde, cómo, cuando ni a quien, y eso nos hace bellos, saludables y generosos. En una vida tan corta, donde los buenos somos mayoría, nuestro destino es hacer lo que nos satisfaga y nuestro fin la felicidad. Nos toca escoger y no es nada difìcil hacerlo.

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¿Pueden todas nuestras vicisitudes denominarse problemas?

Aunque pareciera una creencia generalizada que todo lo inconveniente es un problema, pienso que en nuestra cotidianidad, la mayoría de los supuestos problemas no son más que asuntos por resolver, lo cual cambia radicalmente el estatus de su solución.

En mi criterio –práctico que no semántico- los reales problemas humanos son aquellos en cuya solución no podemos personalmente influir, o que no tienen solución conocida. Por ejemplo, la muerte de una persona amada; porque nada podemos hacer o influir para restituir su vida, cual sería la única solución al caso.

Cualquier otra circunstancia que nos afecte negativamente, en la cual nuestra gestión, diligencia o acción pueda incidir para producir una solución, es un asunto por resolver y como tal, susceptible de solución en la medida de nuestra efectividad. Por ejemplo, la pérdida de un amor, una enfermedad, una situación difícil de trabajo o económica, no pueden considerarse problemas sino asuntos por resolver y, a nadie más que a nosotros mismos corresponde resolverlos.

Tal óptica vivencial se hace interesante, ya que, al hacer depender las posibles soluciones de nuestra propia gestión o diligencia, pone los asuntos por resolver en nuestro ámbito de acción personal y efectividad, evitándonos culpar o esperar que otros los resuelvan y forzándonos a utilizar nuestra mejor capacidad para producir lo concerniente.

Muchos asuntos por resolver se convierten en verdaderos problemas, precisamente por esa visión pesimista que los presenta como predestinados, o fatalmente dependientes de la suerte, gestión y diligencia de terceros, creándonos una fijación mental negativa, que nos impide actuar oportuna, diligente y efectivamente.

Los reales problemas en nuestra vida son muy pocos, ya que, en su mayoría, son asuntos que podemos resolver, en tanto y en cuanto creamos en nuestro poder personal y capacidad para enfrentar cualquier reto, por grave que este fuere. Es que, aún la muerte, que generalmente se concibe como un problema sin solución, en determinados casos o situaciones, más que un problema se convierta en una solución para el fallecido y/o personas de su entorno íntimo o cercano.

No obstante, la historia nos ha enseñado que, al final, lo importante no es la definición de los sucesos sino la trascendencia que les demos; porque nada sobre esta tierra es tan terrible o desastroso, que con el pensamiento positivo, la fe en nuestra capacidad personal, diligencia, trabajo y la ayuda de Dios, no podamos encontrarle solución apropiada.

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