Como emigrante, en otro país debe comenzarse de cero y sin protección especial del Estado receptor. En el caso de los profesionales, inicialmente sus títulos no servirán de mucho, por lo cual, como cualquier trabajador iniciarán un camino largo y doloroso, compitiendo con otros emigrados y los nacionales, quienes conocen mejor las condiciones de trabajo y el medio.
Como es natural, sobrevivirán los mejores; los menos aptos regresarán golpeados a comenzar de nuevo. Conozco profesionales, que emigraron bajo “el sueño americano”, pero luego de uno o dos años regresaron, con el conocimiento de un nuevo idioma, pero debido a su ausencia, las necesidades de sus clientes habían sido cubiertas por otros colegas, ya que las relaciones que generan ingresos profesionales, simplemente no pueden esperar.
Surge entonces la interrogante: ¿No habríamos podido conseguir el éxito en nuestro país, colaborando con el desarrollo de ese pedazo de tierra que nos vio nacer?
No es el territorio, idioma o ingresos lo que decide nuestra felicidad. El amor, la familia, la amistad, el reconocimiento y el arraigo, que son intangibles pero fundamentales, no son susceptibles de lograrse con un cambio de residencia, idioma, nuevo empleo o mayores ingresos.
La capacidad para ser felices vive con nosotros donde nos encontremos, pero en la patria están las raíces y cultura que conforman nuestra idiosincracia; allí reside el verdadero sueño, que espera por nuestro trabajo, diligencia, persistencia y dedicación, que se requieren para lograr cualquier empresa.
Respeto la decisión de emigrar de cualquier venezolano, pero luego de más de tres décadas viajando y viviendo por temporadas fuera de Venezuela en contacto con inmigrantes, cuando regreso mi corazón palpita de emoción; y al pisar este suelo bendito, siento que nunca, independientemente de cual fuere la situación, lo abandonaré.
Sé que mi país me necesita y aquí voy a estar como los árboles, de pie; siempre dispuesto a enfrentar cualquier eventualidad, porque me siento amarrado a su destino y bajo su cielo quiero exhalar mi último suspiro.
Soy un pedacito de esta tierra, que llevo sembrada en mi alma; aquí enterrarán mi cuerpo que abonará una tierra buena para la vida de nuevas generaciones, donde podrán abrazarse como hermanos, sin diferencia de clase, raza, religión o ideología política. Este es mi sueño, que no tengo duda se materializará; lo cual sería imposible si emigro de esta Venezuela que amo entrañablemente.
Considero que el ser humano por naturaleza es soñador, creativo y ambicioso; sueña, ambiciona, se inventa múltiples necesidades y se propone metas y sueños que para muchos solo son materializables en otras tierras, en otro país. Así toman la decisión de irse. Otros lo hacen, por otras razones: problemas familiares, oposición al proyecto socio político, mala remuneración a su trabajo, inseguridad personal; entre otras. También deciden irse.
Y en verdad, conozco de casos que lo han logrado: éxito económico y social en otro país; puedo citar amigos y familiares que después de muchos años de trabajo logran sus metas económicas, sociales; y hasta logran materializar la felicidad, casarse, tener un hogar y esposo ò esposa e hijos lejos de Venezuela. Estos casos, nos alegran, porque nos vemos reflejados en ellos; nos alegra ver que un compatriota se levanta en tierra ajena; al menos yo lo siento así.
Pero también, conozco de otros amigos que después de pasar varios años fuera del país regresan sin haber logrado “su sueño americano”; y los que no regresan,- a pesar del desengaño-, sabemos que sus metas no fueron alcanzadas, pero no vuelven por dignidad. Los que regresan a la Patria, regresan con más edad, con otras experiencias vividas; les toca vivir en casa de algún familiar- en la mayoría de los casos-, y tienen que buscar un nuevo empleo, aceptar lo que hace un tiempo atrás rechazaron. Pero les aseguro, que serán o fueron recibidos con el mayor cariño, el afecto y hasta el orgullo de tenerlos de vuelta.
Particularmente, considero que somos libres, (gracias a Dios), para tomar este tipo de decisión, decidir donde echar raíces, donde vivir y trabajar y donde ser felices. Y por muy lejos que se esté de la Patria y de la familia, siempre estarán en el corazón, siempre lo vamos a extrañar. Respeto, a las personas que deciden emigrar, lograr un sueño. Pero comparto, la opinión del Doctor Amauri cuando dice que no es el territorio, idioma o ingresos lo que decide nuestra felicidad, podemos ser felices acá, tenemos veinticuatro (24) estados donde poder materializar nuestras metas; solo nos toca soñar, crear , sentir, vivir, y ambicionar acá en nuestra tierra.
Considero que el ser humano por naturaleza es soñador, creativo y ambicioso; sueña, ambiciona, se inventa múltiples necesidades y se propone metas y sueños que para muchos solo son materializables en otras tierras, en otro país. Así toman la decisión de irse. Otros lo hacen, por otras razones: problemas familiares, oposición al proyecto socio político, mala remuneración a su trabajo, inseguridad personal; entre otras. También deciden irse.
Y en verdad, conozco de casos que lo han logrado: éxito económico y social en otro país; puedo citar amigos y familiares que después de muchos años de trabajo logran sus metas económicas, sociales; y hasta logran materializar la felicidad, casarse, tener un hogar y esposo ò esposa e hijos lejos de Venezuela. Estos casos, nos alegran, porque nos vemos reflejados en ellos; nos alegra ver que un compatriota se levanta en tierra ajena; al menos yo lo siento así.
Pero también, conozco de otros amigos que después de pasar varios años fuera del país regresan sin haber logrado “su sueño americano”; y los que no regresan,- a pesar del desengaño-, sabemos que sus metas no fueron alcanzadas, pero no vuelven por dignidad. Los que regresan a la Patria, regresan con más edad, con otras experiencias vividas; les toca vivir en casa de algún familiar- en la mayoría de los casos-, y tienen que buscar un nuevo empleo, aceptar lo que hace un tiempo atrás rechazaron. Pero les aseguro, que serán o fueron recibidos con el mayor cariño, el afecto y hasta el orgullo de tenerlos de vuelta.
Particularmente, considero que somos libres, (gracias a Dios), para tomar este tipo de decisión, decidir donde echar raíces, donde vivir y trabajar y donde ser felices. Y por muy lejos que se esté de la Patria y de la familia, siempre estarán en el corazón, siempre lo vamos a extrañar. Respeto, a las personas que deciden emigrar, lograr un sueño. Pero comparto, la opinión del Doctor Amauri cuando dice que no es el territorio, idioma o ingresos lo que decide nuestra felicidad, podemos ser felices acá, tenemos veinticuatro (24) estados donde poder materializar nuestras metas; solo nos toca soñar, crear , sentir, vivir, y ambicionar acá en nuestra tierra.