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Archive for the ‘DIOS ES AMOR’ Category

hp1885.jpgComo un todo con Dios, este mundo es como una gran torta con igualdad e idénticas posibilidades, donde todos tenemos derecho a participar.

Nacemos con capacidades diferentes, pero las necesarias para participar del banquete. No obstante, observamos como algunos la disfrutan más que otros, según sea el tamaño, sabor o relevancia que le den al comerla. Inclusive, hay quienes no asisten a tomar su parte, sino que recogen las sobras de otros comensales.
¿Cuál es al diferencia entre unos y otros? Y… ¿Dónde, cuándo, cómo y porqué se origina la discrepancia? Es actitud más que aptitud. Desde que nacemos la vida nos presenta opciones que debemos tomar o rechazar.

Al nacer, con la primera dosis de oxígeno iniciamos el banquete. Unos bebés lloran pidiendo su primer pedazo, pero otros no, el médico debe incitarles a tomarlo. Asimismo, unos son menos llorones, ariscos, enfermizos y felices que otros. Los primeros disfrutan del alimento, el ambiente, las personas y juguetes con curiosidad y entusiasmo. Instintivamente, siempre andan en procura de su pedazo de torta.

A lo largo de la vida, progresivamente se desarrolla esa actitud de buscar lo que nos corresponde. El afecto de nuestros congéneres, en su mayoría nobles, generosos y ansiosos de dar y recibir amor, aunado a la belleza y riqueza del paisaje geográfico, lleno de opciones para disfrutarlo, nos anuncian su magnífico contenido. Pero será nuestro estado de ánimo el que defina la actitud de participación, desarrollando la aptitud para lograr el mejor pedazo, porque la Ley de la Abundancia siempre asegura suficiente para todos.

Nosotros decidimos dónde, cuándo y cómo logramos la mejor parte. Nadie puede hacerlo por nosotros. Disponemos de razón e inteligencia suficientes para procurarnos lo conveniente.

El que amanece feliz, da gracias, saluda y bendice el día considerándolo el mejor en cada oportunidad, está sirviendo la mesa.

El que realiza sus actividades con entusiasmo y disfrutando al ser útil, está fabricando la torta.

Aquel que ambiciona, sueña, ama y se complace en la plenitud de vivir, seguro de que la vida le dará lo que espere y produzca con sus acciones, es el primero en llegar al banquete.

El que recibe los acontecimientos como producto de su aptitud para vivir mejor, convirtiendo problemas en asuntos por resolver y recibiendo los inconvenientes como positivos, porque le señalan el camino a seguir en busca de su felicidad, es el que toma el mejor pedazo.

Quien asume esta vida como una experiencia espiritual, que se sirve del cuerpo para lograr sus cometidos terrenales orientados a su felicidad personal, es el que toma su parte tranquilo, sin prisas, temores ni vaticinios negativos y disfruta de su parte de la torta, donde el tamaño, sabor y efecto en su vida, sólo él se lo da.

Un pedazo de la torta de idéntico contenido, se ofrece a todo ser humano. El lograrlo, su tamaño, sabor o efectos corresponde determinarlo a quien la toma. No existe posibilidad de transferir esa responsabilidad, porque es parte de nuestro libre albedrío que sólo nosotros manejamos y nos identifica como hijos de Dios.

La mesa está servida. A usted corresponde decidir cuál es el pedazo de la torta que tomará. Ore por una decisión acertada y no lo deje para después, luego podría ser tarde.

Próxima Entrega: LA VIDA EN UN SUEÑO

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A diario conocemos de padres que abandonan sus hijos; jóvenes casi niños que ejercen prostitución, roban, asesinan o mueren en enfrentamientos violentos; carreteras y puentes que se derrumban sin justificación técnica; una rampante corrupción administrativa y otros males que siembran dolor y destrucción.

¿De quien es la responsabilidad y quienes los afectados?

Lo somos todos; por acción u omisión, pero es una responsabilidad y efectos compartidos, que erróneamente estimamos lo son del Gobierno, dirigentes políticos, comunales, administradores o policías.

Pareciera que la visión de que «…a mí no me puede suceder eso» o «…ese no es mi problema» se constituyen en trinchera donde nos refugiamos viendo las cosas pasar, desde nuestra supuesta seguridad personal. En mucho, allí reside la fuente de tan graves daños, a veces mayores que cualquier enfermedad epidémica.

Frente a este panorama, nos corresponde asumir la responsabilidad individual, porque el daño será proporcional a la indiferencia, que nos hará cómplices. La criminología demuestra científicamente, que el más alto índice delincuencial y violencia a la sana convivencia, como la prostitución, robos, homicidios y trafico de drogas, se originan en niños desatendidos que hacen de su hogar la calle, frente a una sociedad conformista, con derechos que no exige y deberes que no hace cumplir.

Esa realidad no es nueva sino que ha crecido. La masificación, la competencia indiscriminada, el consumismo, la promoción a la riqueza fácil y poder desmesurado frente a los valores tradicionales de la honestidad, respeto por las personas, caridad, compasión y espiritualidad, horadan nuestra sensibilidad y solidaridad humanas, disminuyendo nuestra capacidad de protesta frente a Instituciones que, a su vez, ya no tienen capacidad de respuesta ante los problemas sociales.

Pero ese panorama sórdido no es irreversible. En cada uno de nosotros reside la solución para regresar a donde debemos estar: un mundo con recursos suficientes para todos que como una gran familia podríamos utilizar equitativamente.

Se requiere reencontrarnos como sociedad, asumiendo plenamente nuestra corresponsabilidad, porque nadie va a venir de otro planeta a ayudarnos, ni existen soluciones mágicas. No podemos esperar que sean los Gobiernos u Organizaciones sociales colectivas quienes arreglen el problema. Los males nos afectan a todos sin distinciones y por eso todos estamos obligados a su arreglo.

Se trata del padre y la madre ejerciendo su sagrada función, no sólo para mantener la especie, sino guiándolos hacia una vida útil y feliz; los niños y jóvenes estudiando bajo la guía de maestros honestos y calificados; los empresarios manteniendo las estructuras econòmico-financieras, en funciòn de los mejores intereses colectivos; y de los funcionarios públicos, asumiendo su condición de administradores del caudal colectivo y no dilapidadores de lo ajeno.

Necesitamos respetar los derechos y bienes de los demás como condición fundamental de convivencia. Requerimos meditar y pensar en las consecuencias de cada una de nuestra actuaciones, porque no estamos solos sino que integramos el conjunto social.

La solución amerita del cambio de actitud de las amas de casa, que son la estructura e indispensable de hijos y cónyuge, pero también como formadoras de ciudadanos; de los profesionales ejerciendo su ministerio con suficiente ética, anteponiendo a sus pretensiones económicas la salud, libertad o interés de sus patrocinados; los trabajadores, conscientes de que más allá de su salario, el suministro de los bienes y servicios indispensables, depende de su eficiencia; y los dirigentes religiosos, enseñando con sinceridad el mensaje de Dios de amar al prójimo como a sí mismo.

Un solo árbol no hace montaña, pero muchos sí. Somos millones, tenemos inteligencia y decisión suficientes para enderezar el barco. No es tan difícil, depende de un cambio de esquema mental y aumento de la sensibilidad y solidaridad humanas.

¿Qué esperamos para comenzar? Hay millones de niños, ancianos, enfermos y un ambiente a punto del colapso que ameritan esa urgente revisiòn.

Los invito a pensar, a meditar sobre las consecuencias y… actuar.

Próxima Entrega: ¿CUAL ES MI MI PARTE DE LA TORTA?

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gs255026.jpgUna de las pocas acciones, que como seres humanos recibe compensación inmediata, lo es el amar. En el mundo de la realidad, si usted siembra, construye, invierte o realiza cualquiera de las múltiples actividades cotidianas debe esperar un lapso, largo o corto, para obtener los beneficios, pero no los recibe de inmediato; inclusive la alimentación requiere de minutos para extraer los elementos beneficiosos para el cuerpo.

Por otra parte, hasta que no obtenemos el resultado de nuestras acciones, no tenemos la seguridad de su beneficio o perjuicio. En el caso del amor es todo lo contrario. En todos los casos, el amor nos beneficia desde el mismo momento en que amamos; el experimentar ese especial sentimiento nos llena de regocijo, alegría, ternura y plenitud.

Nunca he oído decir que alguien se sienta mal, adolorido o triste porque siente amor. Pudiera ser que decaiga el ánimo o se sienta mal por no sentirlo, pero no lo contrario. La historia está llena de situaciones extraordinarias, donde una persona hizo cosas increíbles, elevadas y hasta el sacrificio de su vida, por y en pro de quien amaba.

El sentimiento indefinible e inubicable de amar que experimentamos por otra persona, actúa automáticamente en nuestro beneficio. La razón es sencilla pero trascendente: El mismo sentimiento no tiene obligatoriamente que producirse en quien es amado. La sensación agradable que se percibe lo es únicamente de quien ama.

De hecho, continuamente escuchamos: «…esa persona está enamorada sola.», cuando notamos la emoción, el regocijo y la alegría que inundan a un ser humano en presencia o recuerdo de otra, sin que ese sentimiento de plenitud requiera de reciprocidad. Pero lo que sí es cierto, es que en el momento en que siente amor, el que ama experimenta las más hermosas sensaciones.

El tiempo del amor es ahora, su espacio el alma y el sentimiento no tiene dimensión. Por eso se puede amar como y cuando se desee, sin que la persona amada siquiera lo sienta o se afecte, e independiente de cualquier reciprocidad, porque el beneficio es inmediato.

El amor nunca se pierde. El que es amado puede o no recibir la motivación amorosa, y como consecuencia, dependerá del nivel de recepción el que disfrute o no. La única posibilidad de regocijarse en el amor, es amando. Es esa una de las características fundamentales del amor: no puede experimentarse mediante otra persona, sino por otra persona.

«Que todo lo hagas por amor», es una sentencia bíblica de extraordinario contenido. Ciertamente, hacer las cosas por amor, inyecta entusiasmo, da sentido a la vida, que de lo contrario sería simple y monótona, como la de los seres irracionales; pero también es el medio idóneo para lograr la felicidad integral, como un estado vivencial de realización física y espiritual.

Si amamos la vida, ésta nos ama. Si amamos a las personas y las cosas, como quiera que el efecto del amor es inmediato, ya no estaremos tristes, ni aburridos, ni desmotivados, sino que percibiremos la vida de ese color rosa y música constante, que sólo los ojos y oídos de los enamorados perciben.

Por eso, los que amamos sentimos a Dios y vivimos ese diálogo permanente y placentero, solo reconocido por nosotros como es la oración y su beneficio inmediato: fe, confianza, esperanza y ausencia de temor, que integran ese poder para hacer el bien, ayudar y ayudarnos a vivir una vida todos los días más plena, que recibimos de Él.

El desamor, que progresivamente invade los conglomerados humanos, donde erróneamente se da más importancia al alimento físico que al espiritual, es la mayor fuente del estrés que produce enfermedades físicas y mentales.

Por todo eso, mi mejor sugerencia para una vida edificante y de contenido, lo es amar sin importar a quien o por qué; pero amar… siempre amar, porque cuando amamos hacemos a un lado el egoísmo y esos otros sentimientos que nos cargan el alma de motivaciones negativas.

Amar no es tiempo perdido, es tiempo invertido en pro de nuestro crecimiento espiritual y disfrute físico.

Próxima Entrega: EL ENTENDIMIENTO NECESARIO

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Conforme avanzamos en el progreso espiritual, adquirimos certeza de que la fortaleza espiritual es la única protección frente a la adversidad.

Podemos suscribir pólizas de seguros y proteger los bienes, pero no hay seguro para protegerse frente a una situación adversa, como la muerte, el abandono, una enfermedad o accidente que nos inutilice.

Lo único que ayuda a superar cualquier adversidad lo es la solidez del espíritu, cuyo sustento es la fe en la fuerza universal de Dios. Sólo los espiritualmente fuertes pueden enfrentar el infortunio sin derrumbarse. Estos en su dolor no se lamentan preguntándose: ¿Por qué me ha sucedido tal desgracia?

Estas personas no se hacen preguntas cuya respuesta corresponda a Dios. En vez de interrogarse ¿Porqué? Cual es una respuesta que sólo Dios podría responder, se inquieren sobre la posibilidad positiva de todo evento dañoso: ¿Para qué me sucedió?

Esa pregunta sí tiene respuestas que podemos darnos nosotros mismos, sobre la base de que todo lo que sucede tiene una razón; la cual, para nuestro bien, en el momento del suceso no nos está dado conocer, pero con el tiempo entenderemos el motivo. No obstante, si nunca lo comprendiéramos tampoco sería un problema, porque Dios está aquí, no se ha ido, no se va, no nos abandona, y como Él nos cuida, conoce porqué sucedió y eso debe bastarnos.

El para qué es una parte positiva de la situación adversa. Nos posibilita reflexionar sobre el que esa situación pudiera evitarnos en el futuro una realidad más dolorosa.

Hace años asistí al funeral de un adolescente que falleció en un accidente automovilístico, a quien conocí y aprecié desde muy niño. Su madre sollozaba desconsoladamente preguntándose: ¿Por qué ahora que mi hijo tenía diecinueve años Dios me lo quita?

-No te preguntes porqué, le dije. Como cristiana conoces que eso sólo Dios lo sabe. Pregúntate para qué sucedió esta desgracia y ponte en oración, habla con Dios que Él te responderá en tu corazón y te dará la paz que necesitas. No te dirá el porqué de su muerte; eso no te beneficiaría. Recuerda que cuando nació, tampoco le preguntaste porqué te lo dio.

-Recuerda -insistí- ¿Cuántas madres todos los días ven morir sus hijos a los dos, cuatro, diez o más años de edad, y muchas veces de muertes muy lentas y dolorosas?

-Tu disfrutaste de tu hijo sano, estudioso, deportista, quien te hizo feliz por dieciocho largos años. Eres privilegiada frente a esas pobres madres, que vieron morir sus hijos a edades tan tempranas de manera tan horrible.

-Debes echarte de rodillas y darle gracias a Dios, porque te ama tanto que te dio un hermoso hijo por dieciocho años sin siquiera habérselo pedido. Recuerda que ni una hoja de un árbol se mueve sin la voluntad de Dios: existe una razón para haberse ido; Él no hace nada en contra nuestra.

-Dios nos ama desde antes de nacer y desde el vientre de nuestra madre nos hace un plan para esta vida que sólo Él conoce; cuando lo finalizamos, nos vamos. Dios no actúa para dañarnos. Somos su máxima obra, y eso no deberíamos olvidarlo nunca.

Cuando terminé mi reflexión, ya no lloraba con tanta desesperación. Continuaba triste, percibí que mi mensaje había llegado a su alma.

Cuando volví a verla, me saludó amablemente. Le pregunté cómo andaban las cosas, volviéndole a recordar la fuerza de la oración. No me habló mucho, pero en sus ojos, que son el reflejo del alma, sentí que había procesado el mensaje. Su herida aún estaba abierta, pero en proceso de curación.

Desde entonces, cuando hablo con personas en desgracia, utilizo la fórmula bendita del para qué, sugiriendo en vez de hacerse una pregunta sin explicación lógica o racional, cambiar el esquema a una inquisición que sí tiene respuestas racionales, como lo es: ¿Para qué sucedió el evento doloroso?

Esta última pregunta tiene muchas respuestas positivas, cuales pueden adaptarse a las propias y mejores conveniencias. Por ejemplo, si un ser amado muere instantáneamente en un accidente ¿No sería preferible a la de una larga, penosa y traumática enfermedad?

Los casos referidos a la adversidad del abandono del ser

amado y otros del mismo corte, los analizaremos en la pròxima entrega.

Próxima entrega: EL PORQUE DEL PARA QUE II

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grupo-feliz.jpgAnoche hablé con una bella y auténtica joven, cuya trato afectuoso y simpático me abstrajo de su figura, cual sólo noté al momento de despedirnos: esto me motivó a escribir sobre las dietas.

Hoy, La Dieta ocupa la atención del más alto porcentaje de los individuos al negarse los alimentos, ya fueren carbohidratos, lípidos o ambos, quienes utilizando inverosímiles métodos hacen cualquier sacrificio para adelgazar, con el exclusivo fin de parecer bien físicamente a… otros. La mayor prioridad de éstos no es sentirse muy bien con su cuerpo, sino como les miran los demás.

Así, se ha hecho un culto a la imagen física externa, sin importar que es pasajera y que no representa un indicador seguro del nivel de aceptación interna o felicidad. Es por lo cual vemos mujeres luciendo como su mayor logro su osamenta a flor de piel, cual en otros tiempos hubiera dado la impresión de sufrir de grave inanición, con riesgo de tropezarse y partirse como galleta, o caer de boca por el inusual peso de sus voluminosos implantes en su parte delantera.

Por su parte, los caballeros ya no se contentan con los campeonatos de hambre y ejercicio, sino que lucen nuevas protuberancias, más propias del sexo femenino, con abultadas prótesis en sus pectorales, glúteos y… quien sabe donde más, con similar intención de parecer muy bien a quienes los observan, porque al menos los glúteos, se les dificulta vérselos ellos mismos.

¿Que sea inconveniente mantener una buena figura? De ninguna manera, quien mantenga un cuerpo sano tendrá más posibilidad de una figura agradable y ser feliz, que quien lo descuide. Lo que sucede es que los medios de comunicación visual, nos arrebataron parte de nuestro propio criterio, fijándonos en la mente etiquetas, motivaciones, conceptos y paradigmas, en función del interés publicitario.

Sin embargo, aún la mayor aspiración humana sigue siendo lograr la felicidad, para lo cual un cuerpo esquelético de mujer, o las nuevas protuberancias en el hombre, no es lo determinante.

Conozco parejas donde los dos o uno de ellos, indistintamente, es llenito, gordo, flaco, muy flaco y en algunos casos, esquelético, quienes independientemente de su apariencia física son felices o infelices. Ninguno de ellos me comentó que fuera su cuerpo lo decisivo para la estabilidad o fracaso de la relación.

Por el contrario, cuando el vínculo fué muy bueno o estuvo a punto de romperse, los motivos aducidos lo fueron de carácter o comportamiento, de cómo concebían la vida y las cosas. En los que eran felices, el amor, consideración y respeto materializados en la ternura, buena comunicación y mejor sexo, habían desplazado en su mente, cualquier efecto predominante de tipo físico, convertiéndolo en complementario.

¿Quién no ha visto en la calle una pareja físicamente dispareja, pero que no pueden esconder su alegría y ternura en el trato mutuo?

Todos los hemos visto en las calles, parques y diferentes eventos, tomados de la mano y despreocupados de su apariencia física o la de otros; porque cuando se ama el tiempo siempre es corto y sería un desperdicio dedicarlo a especulaciones sobre la imagen física propia o la de los demás, que nada aportan al amor.

He asesorado a exuberantes mujeres y hombres «metrosexuales», cuya apariencia física no tenía nada que envidiar a los prototipos publicitarios, pero sentían vacíos existenciales que no pudieron llenar su estética personal, sino que los atribuían a su déficit de formación espiritual.

Es que hasta los placeres máximos requieren para su plenitud del componente espiritual. Como humanos, nuestro máximo disfrute lo es el éxtasis sexual, pero para que sea pleno, edificante y aporte deseo de repetirlo, tiene que estar imbuido de espiritualidad, que conlleva respeto, ternura, aceptación, comprensión, solidaridad, magia y fantasía. Esas características lo diferencian del coito únicamente procreativo de los seres irracionales.

Para quienes experimentamos integralmente el amor, cuando nos imbuimos en ese espacio sexual de música sin sonido, colores desconocidos y aroma a flores inexistentes, por segundos sin tiempo ni espacio definido, cuando hacemos el amor con la persona amada, el peso, la estatura y los muchos aditamentos para parecer mejor, pasan a un segundo plano. Más allá de esos incomparables segundos de éxtasis, sólo prevalecerá en el tiempo la vinculación espiritual, que nada tiene que ver con lo físico.

Estimo que una Dieta Ideal lo sería aquella que posibilite imagen auténtica, como resultado de la formación espiritual y física, considerando que no es el peso, color o estatura, ropa o accesorios, lo que definirá la felicidad, sino cómo sepamos demostrarlo en el trato cordial, respetuoso, considerado, buen humor, optimismo y disposición a ser útiles.

¿Por qué será que las personas felices que conozco no son las más bellas ni las más flacas, pero sí auténticas, simpáticas, positivas y de buen humor? Quizás ellas descubrieron su dieta ideal, porque no creo en una dieta única para todas las personas, como trataré de desarrollarlo y someterlo a sana discusión en la próxima entrega.

Próxima Entrega: Plan para la Dieta Ideal.

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wendy-y-michael-abrazados.jpgCuando se decide iniciar el noviazgo, más allá de cualquier otra consideración se lo hace por la atracciòn física que mutuamente se genera. En ese momento su único interés es conocerse, tratarse y compartir, motivándose especialmente para vivir una época bellísima por estar imbuida de amor, respeto, consideración y ternura, pero con la intención subyacente en casi todos los casos, de materializar un proyecto personal que pudiera ser dcisivo en su futuro.

En esa época, las personas y las cosas toman dimensiones especiales; en principio, es la etapa inicial de la futura relación de pareja, por lo cual únicamente se observa la parte rosada de la vida. Ambos, en ese evento tan romántico presentan no sólamente su mejor perfil fìsico, sino que exaltan su generosidad y lo que serían capaces de dar a esa posible relación.

El noviazgo -en el buen sentido del término- es la venta de la imagen propia, en el lenguaje sin palabras pero muy expresivo del amor que nace; donde cada uno, con intención de captar la atracción del otro presenta su mejor perfil, virtudes, potencialidades, sueños y ambiciones; pero normalmente y como mecanismo natural de defensa, se reservan mucho de la cruda realidad de su propia personalidad.

Como consecuencia de esa actitud insincera -aunque explicable y no mal intencionada- en una sociedad desconfiada y mendaz que contaminan cualquier relación humana, el convivir como pareja y enfrentar las circunstancias diarias, se convierte en la hora de la verdad, porque sino existe un profundo amor y decidido propósito de aceptación, al aflorar los reales sentimientos y actitudes individuales, se produce un choque emocional negativo, con respecto de lo que de la relación se esperaba, convirtiendo lo que pudo ser una experiencia edificante y para toda la vida, en una experiencia dolorosa e ingrata y pasajera, de la cual pueden derivar graves consecuencias personales que pudieran marcarles por toda la vida.

Sin embargo, como en mi caso, algunas personas conocimos a esa otra que nos atrajo, nos acercamos, la concebimos como un ser humano normal , imperfecto pero perfectible e iniciamos una relación muy cercana; la fortificamos, luego nos casamos y constituimos el hogar que hoy, luego de treinta y ocho años que no nos pesan, tiene más motivos por los cuales dar gracias a Dios, que en el momento de iniciarlo; porque hay tanto amor, aceptación, reconocimiento, respeto y consideración todos los días, que adicionado a una increíble, renovada y mágica relación sexual, nos llena de momentos hermosos que nos comprometen a escribir estas cosas.

¿Qué cómo lo hicimos o cómo se logra?

Precisamente, la idea es contárselo, porque nosotros damos testimonio de que si estamos dispuestos a dar lo mejor, siempre podremos fabricar y ralizar un sueño, porque eso significa una pareja bien avenida: un maravilloso sueño que se puede vivir despierto, por muchos años.

Constituir una pareja, que es lo que sigue a esa primera etapa del noviazgo, lo es hacer causa común integral: uno a favor del otro y juntos frente al mundo para vivir intensamente, en conjunto y de la mejor manera, cada una de las veinticuatro horas de cada día con fé, confianza, avaricia, con fruición y sed de amar sin importar cuando, como ni por qué. Con la seguridad de que la persona escogida es la mejor: la más bella, respetable, noble, generosa y leal; la más tierna, sensible, romántica y… hace el amor que es una maravilla. Sin esas fijaciones mentales, no es muy fácil mantenerse por muchos años, con entusiasmo renovado, al lado de otro ser humano tan o más imperfecto que nosotros, pero sin ninguna duda, capaz por amor de producir profundos cambios en su personalidad.

Para lograrlo se requiere enseñar a nuestra mente y alma, convertir la fantasía en realidad, descubriendo lo maravilloso que puede convertirse el ser humano cuando se siente amado, aceptado, respetado como es y reconocido en sus valores. Se amerita experimentar el regocijo inigualable de dar amor, con la única intención de ver feliz al ser amado: esa es una bellísima recompensa.

Lograrlo requiere renunciar al egoismo, aceptando que otra persona puede ser mejor que nosotros; conjugando aspiraciones, ambiciones; actuando en equipo; venciendo la competencia y compartiéndolo todo: lo bueno lo malo; los momentos felices, los adversos, el alma y… el cuerpo, sin falsos recatos ni reservas.

Si no somos capaces de mostrarnos como somos y mejorar, nada de eso podemos exigir de esa persona quien compartirá integralmente nuestra vida.

No hay sentimiento ni efectos más decisivos que aquellos que produce el amor. Por amor tenemos Dios nos acompaña, vinimos al mundo y por amor se han construido y destruído imperios. El amor nos hace libres, nos eleva por encima de nuestra propia naturaleza corporal. Por amor somos valientes, heroicos, perdonamos y olvidamos.

¿Cual sería la entidad y efectos del amor, sin en vez del de una persona se acumula el de dos? Eso fue lo que pensamos, insistimos y logramos con mi, nunca suficientemente reconocida esposa Nancy… y aquí estamos para contárselo.

¿Qué les parece si lo prueban? ¿O alguien puede decirme que no es bien lindo?

Próxima Entrega: EL COMPROMISO

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¿Por qué muere el amor?

 ¿Cuál amor?  ¿El que se tiene a Dios, a los padres,  la pareja o los hijos?  Porque todos son amores, pero diferentes.

Para que algo muera debe estar vivo, si es que se trata de algo físico y… ¿Podría alguien señalar dónde está ubicado físicamente el amor? ¿Dónde lo percibe? ¿En la cabeza, en el corazón, en una mano, en el hígado?

 No puede ser ubicado, diferenciado, no existe certeza donde se siente. Tampoco cual de los cinco sentidos conocidos lo percibe, porque se trata de una sensación, de un  sentimiento, pero es intangible… físicamente inubicable.

Entonces, si no puedes ubicarlo en el mundo de los objetos físicos, no puedes saber cómo es ni donde lo sientes; simplemente, por no tener existencia física, tampoco puede morir, porque sólo muere lo corporal. Podrás percibirlo en mayor o menor grado, pero hasta ahí. Como no  existe  físicamente, tampoco puedes perderlo, porque no se puede perder lo que no se tiene; por tanto, no tiene posibilidad de morir.

Lo que sucede es que en presencia de determinadas situaciones físicas y espirituales, por razón de motivaciones, también intangibles, lo percibes, lo sientes en tu alma,  que es inmortal. El amor es inherente a nuestra vida. Es un sentimiento natural, razonado y exclusivo del ser humano, dentro de las especies que pueblan este planeta. El amor es esa parte de Dios que traemos desde antes de nacer y que continuará con nosotros, en nuestra alma, después de la muerte: «Dios es amor.»

Ese maravilloso sentimiento que nos recuerda que somos parte de Dios y que se llama «amor», perceptible pero inubicable, es una parte del  equipaje que traemos a este mundo y que funciona conforme a nuestras particulares motivaciones. No es estático, ni siempre de la misma entidad. Amamos nuestra vida física, nuestros padres, nuestro entorno íntimo personal, e inclusive algunos sentimientos representados en valores como la libertad, la verdad y la patria, por citar algunos.  Pero como no lo percibimos con ningún miembro o sentido del cuerpo, sino que es  un sentimiento que está hibernando en nuestro  interior, la percepción y su entidad lo será conforme a las motivaciones que lo despierten. Así, amo a las personas, pero el nivel del amor lo será  conforme a las motivaciones que lo generen.

Por tanto, se amará más a quienes se perciba que otorgan mayores elementos de los necesarios para generar y mantener el amor, como el respeto, la ternura, la aceptación, la solidaridad, la lealtad y la consideración, entre otros, materializados en actuaciones   positivas.

El amor  puede ser mayor o menor, más o menos emocionante o recíproco, pasajero o permanente; podrá aumentar o disminuir conforme a la interacción con la persona que se ama, o la concepción ideológica cuando se trate de valores. Pero el amor en el ser humano no muere, no puede morir, como no es posible que muera el alma, porque son eternos.

Lo que sucede es que el amor emigra, se muda, cuando las motivaciones que lo despiertan y deben mantenerlo activo, no son suficientes. Al ser dinámico,  como el cuerpo requiere la energía que le suministre la alimentación  y el oxígeno mínimo para mantenerse activo.

Las motivaciones que hacen nacer el amor deben ser permanentemente alimentadas, so pena de que por falta de energía emigre, buscando ese alimento fundamental para mantenerse en actividad, materializado en el respeto, la ternura, la aceptación, la comprensión, la solidaridad, la lealtad, una fluida comunicación, tiernas caricias y la ratificación de los pactos que lo originaron. Cuando no se dan estos factores que le suministran energía, si no pudiere emigrar para cubrir sus necesidades, entonces entra en letargo hasta cuando encuentre otra fuente alterna;  pero no muere.

Es por eso que cuando los padres no producen las motivaciones suficientes, los hijos no dejan de amarlos, el nivel de amor baja. Así, cuando una persona a quien se ama no  responde suficientemente para mantener esas motivaciones que originaron el amor, el nivel del mismo baja y algunas veces llega a desaparecer la orientación de este hacia esa persona específica, pero no muere el amor.  

Una de las motivaciones fundamentales para vivir, es disponer del recurso amor  que nos acompañará toda la vida; cuyo nivel se lo damos nosotros mismos y que cuando no recibe suficiente alimento no muere, sino que se aletarga o emigra a otras personas que sí estén dispuestas a suministrárselo. Esa característica del amor representa  la esperanza de que mientras se tenga vida, nadie tiene suficiente poder para hacernos infelices, porque dependerá de nosotros aceptar y otorgar o no el amor, especialmente en el entorno íntimo. 

No debo finalizar sin hablar del mayor de los amores, que es aquel que se personifica en Dios, por el cual vinimos a este mundo y nos llevará a otro… cuando Él lo estime conveniente. Ese amor nos da seguridad y confianza de que nunca, bajo ninguna circunstancia  estaremos solos, porque siempre Él estará con nosotros. No existe posibilidad de que alguien pueda separarnos, porque integralmente, somos uno con Él.

Próxima Entrega: NOVIAZGO: ANTESALA A LA PAREJA

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