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Archive for the ‘COPARTICIPACION’ Category

Como niño de la frontera, crecí a orillas de los Ríos Meta y Orinoco. Sus majestosas aguas, sus torrentes y remolinos, su coloquio nocturno de olas con sus barrancos y carameros, son parte de mi propia identidad y los llevo sembrados en los más profundo de mi alma; porque en sus orillas–como alguien escribiera, “…mi niñez fue viva y ardiente llamarada…”

Por eso hoy, al mirar las fotografías que me llegan del estado de aridez y sequedad en que se encuentra el cauce del Orinoco, se encoje mi corazón, quiero llorar, gritar de impotencia y de… rabia. De impotencia, porque ahora es muy poco lo que puedo hacer, más allá de advertir que algo de esta tragedia pudimos haberla evitado, si las generaciones anteriores y la mía propia, hubiésemos manejado con racionalidad los recursos naturales; y de rabia, por saber que mis hijos y los hijos de mis hijos, ya no podrán vivir el paisaje de ese romance entre hombre y naturaleza, que yo disfruté por años en las costas de esos, para entonces caudalosos Ríos, donde hombre y naturaleza convivían de forma armónica.

¿De quien fue la culpa? No interesa. Pienso que todos nosotros fuimos culpables, quienes en pro de un desarrollo orientado a la comodidad excesiva, la vida fácil y la riqueza exacerbada, devastamos los bosques, agotamos la tierra, quemamos indiscriminadamente combustibles fósiles como el carbón y la gasolina, con lo cual hemos contaminamos el ambiente, dañamos irreversiblemente las capas de ozono y descontrolando el efecto invernadero; produciendo aumento en la temperatura media de la tierra, lo cual, como en el caso del Río Orinoco significa sequía; en otras zonas oleadas de calor y en otras regiones deshielos e inundaciones. Mientras que, como seres humanos vegetamos, nos hacemos insensibles, gordos, enfermizos y abúlicos, en vez de colaborar con la tarea de contribuir a hacer de nuestro planeta un sitio bello para la vida buena.

Pero… ¿Aun podemos hacer algo? Claro que podemos hacer mucho… muchísimo. Es urgente; se trata de nuestra supervivencia y la de quienes nos continuarán. Podemos ahorrar energía eléctrica y agua, utilizar menos los automóviles, evitar la quema de vegetación, evitar votar desechos a los cauces de agua, reforestar, reciclar la basura. Somos 28 millones de habitantes, si todos hacemos algo a favor del ambiente, sin duda podemos mejorarlo. Eso nos hará mejores, pero además se convertirá en el único obsequio valioso y permanente que podremos legar a nuestros herederos.

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Para todos aquellos que desean constituir una pareja feliz.

El Autor.

Treinta y ocho años se dicen fácilmente, pero vivirlos es diferente; especialmente felices en pareja. Son muchas horas, días, meses y años, caminando el sendero de la vida; tropezando aquí y allá, convirtiendo lágrimas en sonrisas, levantándose, sacudiendo la ropa y avanzando, siempre hacia adelante.

Se comienzas desde cero en un mundo de proposiciones, sueños e ilusiones, convencido de que eres diferente. Tomas lo mejor de ti y lo pones al lado de esa otra persona que ha decidido embarcarse contigo en tu nuevo proyecto de vida, para iniciar una aventura de dos y para dos.

Los dos saben que el camino es largo, riesgoso, difícil, pero no imposible. Es un reto y debe afrontarse. La juventud y el amor fundamentan el proyecto, el ánimo y el entusiasmo están presentes. Sólo debes mantenerlos permanentemente… vivos.

El premio está al final, pero con buena voluntad, diligencia, ternura, aceptación, comprensión, respeto y entrega, el trecho por recorrer puede ser tan agradable como recibir el premio.

Pero, si desde que inicias el recorrido te haces acompañar de Dios, entonces ya no serán dos, sino tres para lograr la meta. Eso hicimos un día como hoy, cuando tomando nuestros pocos bártulos, abordamos el barco de una vida que, sobre la base de una inquebrantable solidaridad personal, nos prometimos hacer mejor todos los días y… lo logramos.

Realmente fue menos difícil de lo esperado y más agradable de lo previsto. El temor natural a lo desconocido, paulatinamente se convirtió en confianza y fe en nuestra capacidad para dar, aceptar, reconocer, respetar y compartir.

Las voces agoreras que auguraban problemas, como casi siempre, estaban equivocadas. Cupido no estaba solo ni dispuesto a dejar que el tiempo acabara con su magia; abrió sus alas, tiró sus aros y nos arropó en su seno. La suerte estaba echada y nosotros dispuestos a correr todos los riesgos, lo demás era cosa del tiempo, que supimos forzar a nuestro favor.

Hoy hacemos un stop en el camino, miramos hacia atrás y observamos complacidos que valió la pena. Casi media vida de felicidad, cinco bellos hijos, nueve bellos nietos y… muchos años por delante. De alguna manera, logramos probar que en el amor verdadero puede ser como los buenos licores: con el tiempo aumentan su calidad.

No ha decaído el ánimo y seguimos soñando. El amor se ha consolidado y sigue sublime, emocionante y mágico. El idilio se mantiene, el optimismo y la creatividad vencen la praxis de una vida que tiende a la monotonía.

A nuestro derredor muchas cosas han cambiado. La Ciudad ha crecido. Las personas han envejecido, muchas cosas se han hecho herrumbrosas, pero nosotros no: nos sentimos jóvenes, nos mantenemos sobre la ola, nuestro amor se renueva a cada momento, nuestra solidaridad con las personas y nuestro interés por las cosas sigue más vivo que nunca.

Hemos impuesto el amor por encima del temor. El espíritu por encima de la edad. La esperanza por encima del desánimo. La solidaridad por encima de la vanidad. El entusiasmo por la vida por encima del miedo a la muerte. La creatividad, la fantasía y la magia, por encima del hastío y la monotonía. Y todo eso resume el premio gordo: una vida feliz en pareja.

 

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Para lograr un resultado óptimo en ese mundo absolutamente intelectual de los sentimientos, que motivan nuestras acciones, no es suficiente presentir o desear, sino que se requiere algo más contundente e inmediato, que nos sensibilice especialmente con respecto a la importancia o conveniencia de lo que realizamos, para lo cual tenemos la necesidad de conectarnos tanto espiritual como físicamente, con el evento o la circunstancia a resolver.

Así, sentimientos como el amor pasional o familiar, se quedarían en el mundo teórico de las románticas o buenas intenciones, si no nos conectáramos íntimamente con el fenómeno físico del mundo práctico donde que se suceden los acontecimientos, haciéndonos parte activa de los asuntos, en una interconexión que concreta las ideas.

Mediante mi conexión con los asuntos que me ocupan, puedo determinar el comportamiento entre lo que yo percibo mentalmente y el mundo de la realidad. Es entonces cuando puedo verificar si lo que pienso de mis relacionados se corresponde con sus realizaciones, lo que ellos piensan de sí mismos e inclusive de mi propia persona.

Al conectarme me abstraigo del origen ideal de los procesos, para percibirlos, sentirlos e integrarlos a mi propia actividad físico-espiritual.

Especialmente en la pareja, donde la buena comunicación es fundamental para la plenitud de la relación, porque permite conocer lo que piensa cada uno y cómo lo reciben individual y conjuntamente, al conectarse en el amor, la pasión, la sexualidad, la ternura, los sueños y las ambiciones, los factores aceptación, consecuencia, ayuda mutua, lealtad y responsabilidad surgen como producto de una posición razonada y consensuada, con vocación de permanencia.

Con respecto a los hijos, el conectarse los padres con sus actividades, viviendo y compartiendo con ellos su pequeño gran mundo de deseos, alegrías, necesidades, pero también de temores, preocupaciones y sueños; la comprensión y capacidad de atención a sus necesidades se hace mucho más efectiva.

En el ejercicio de las profesiones, oficios, actividades laborales, artísticas o deportivas, para ser exitoso no es suficiente el conocimiento teórico o postulados programáticos, sino que se requiere una inmediata y permanente conexión emocional del ser humano con la actividad que realiza, sobre la base de la convicción de su utilidad, necesidad o conveniencia.

La necesidad de conectarse deviene del hecho de que nuestro intelecto recibe instrucciones de nuestro espíritu, que es absolutamente ideal, las cuales debe traducir a un cuerpo físico que funciona en base a motivaciones, que a su vez responden a sus conveniencias. De tal forma que, en todos los casos, la efectividad en nuestras realizaciones va a depender del entusiasmo con que logremos conectarnos al asunto.

De alguna manera, conectarse con las personas es ponerse en su misma situación para entenderlas mejor; y en cuanto a las cosas y circunstancias, es inyectarles entusiasmo a su realización, en función de una existencia que todos los días podemos hacer mejor.

Una comunicación sin conexión personal efectiva, es similar a las ideas geniales pero que nunca llegan a realizarse, porque no aportan nada efectivo ni positivo a nuestra vida.

Próxima Entrega: DAR PARA RECIBIR.

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z-estudiante.jpgComo producto de la sinceración con los reales resultados de la educación en la vida del hombre contemporáneo, soplan vientos de cambio hacia  una EDUCACION POSITIVA en contraposición a la tradicional, que sin catalogarse como negativa, debe ser revisada para adaptarla a los nuevos tiempos.

Esta predisposición en avance en los paises culturalmente más adelantados intenta orientar a los educadores a excitar y exaltar las virtudes, vocación, propensión, aciertos y capacidades de los pupilos, que establecer imposiciones y destacar defectos.

La idea pareciera ser rebajar la importancia de la solemnidad, formalismo y sumisión dogmática del alumno, para substituirlas por la proactividad compartida, pero respetuosa, entre educadores y educandos.

Existe duda sobre los efectos de la exagerada rigidez de los educadores, la aplicación de carácter fuerte, evaluación estricta y sanción, mediante formulación de pruebas y complicados exámenes, imperantes en la educación tradicional.

El elevado formalismo, solemnidad y disciplina impuestos, motivan una conducta conformista,  pasiva y timorata, coartando la creatividad e iniciativa personales.

El reglamentarismo de la educacion tradicional pareciera estar divorciada de la importancia de la diversidad de criterios que hacen la riqueza de la personalidad individual.

Tales paradigmas educativos, pudieran violentar la personalidad y potencialidades innatas al interiorizar el temor al castigo, reprimenda o vergüenza públicas, generando competencia para aparentar mayor formalidad y superar a los demás, subvirtiendo la importancia de la propia identidad y conveniencia de superarse a si mismos.

La imposición de una reglamentación inflexible, donde no se limita el espacio para la iniciativa propia o la disidencia, al imponer una disciplina coersitiva dependiente de la permanente vigilancia, desestima la promoción a la autodisciplina que deriva de la convicción, más que del temor.

Por mantener los reglamentos y la disciplina impuesta, se desatiende en la formación que se imparte sus efectos en la vida de los educandos fuera de los locales de clases, priorizando el cómo en vez del qué.

Por temor a la censura  jerárquica, los educadores imponen a como de lugar el cumplimiento reglamentario, sin prever sus efectos frente a las cambiantes realidades sociales, traduciéndose en pérdida de sensibilidad y solidaridad humanas, frente a los demás.

Todo pareciera indicar que la educación tradicional promueve en su mayoría ciudadanos formales, pasivos, acartonados y hasta cierto punto sumisos, más cuidadosos de las solemnidades que de los efectos de sus actuaciones.

Todo nos indica que ciertamente se requiere la revisión sincera, especialmente de las actitudes de los educandos, al impartir una formación que debería estar orientada hacia el logro de una vida buena dentro del contexto social, la cual por cierto comienza en el hogar, como lo analizaremos en la próxima entrega

Próxima Entrega: Educación Positiva (El hogar como escuela)

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