
Luego de cincuenta años de feliz matrimonio con mi esposa Nancy, siento que nuestra unión fue una bendición de Dios, porque a alguien ciertamente difícil como yo, por cuanto mi tendencia natural de amor a la Filosofía, tiendo a especular sobre los eventos y situaciones que observo, lo cual si me hubiese casado con alguien menos intelectual, inteligente, comprensiva, con una tendencia natural a mantener en todo momento la armonía, seguramente me habría divorciado o hubiese vivido una vida infeliz. Pero, por el contrario, mi amada esposa siempre dispuesta a oír y emitir libremente sus criterios sobre mis especulaciones, hizo de lo que pudiera haber sido muy problemático para una pareja común y corriente, un permanente, interesante y enriquecedor coloquio, que no tengo ninguna duda nos ha hecho crecer a ambos no sólo intelectual, sino espiritualmente. Hoy, después de ese largo camino recorrido, igual como cuando comenzamos, vivimos en una permanente conversación con intercambio de opiniones y criterios, sobre cualquier o todas las cosas que de alguna manera pudiera interesar a cualquiera de nosotros o ambos.
Esa libertad, que desde novios nos dimos, de expresar lo que sentímos sin reservas o temores a la disquisición, nos ha permitido vivir en el estado ideal de la pareja: la armonía. En oportunidades hemos diferido de criterio respecto a cosas que, realmente no eran fundamentales para nuestra relación, pero luego de la reflexión, casi siempre, volvimos a tocar el tema y simplemente pusimos el asunto en su sitio, sin dar ninguna importancia o trascendencia a quien tuviere la razón, especialmente porque esas diferencias no eran fundamentales para nuestra cotidianidad. Creo que mucho ha abundado a nuestra felicidad, el hecho de que siempre hemos tenido presente la importancia de tener conciencia de la bipolaridad de los valores, de lo cual debemos estar siempre conscientes; vale decir, frente al bien el mal; frente al odio el amor; frente al dolor la alegría; frente a lo grato lo ingrato.
Asimismo, no tengo duda que nuestro año de amores, lapso durante el cual hablamos mucho sobre todo lo que considerábamos importante en una relación de pareja, nos permitió evaluarnos mutuamente lo suficiente, para decidir unirnos para toda la vida. El devenir de esta hermosa aventura que ha sido nuestro matrimonio, del cual procreamos tres bellas hijas y un hermoso hijo, nos permitió constituir un equipo que, por siempre estar de acuerdo en lo importante, ha resultado ganador. A ellos les sembramos en el alma no sólo el gran amor que les teníamos, sino que les habíamos dado la vida, pero no el libre albedrío, cual es una herencia de Dios; de tal manera, nosotros siempre íbamos a sugerir lo mejor para ellos, pero al final, cuando tuvieren suficiente capacidad mental y edad, serían ellos quienes decidirían su futuro, con el cual nosotros siempre estaríamos prestos a colaborar, como así exitosamente lo hemos hecho; sin que ninguno de los dos individualmente se considere protagonista por sus logros, porque el equipo triunfador es de dos por lo cual el triunfo es del equipo, pero de ninguno de sus integrantes en particular.
Siento que escribir estas experiencias positivas del vivir en común, precisamente en esta época, cuando los medios de comunicación social divulgan más las diferencias y problemas que las bondades de la vida en pareja, se convierte en un compromiso de gratitud a Dios, a la vida, y un mensaje de aliento a futuros contrayentes, por habernos permitido arribar al medio Siglo de vida en común, leales, solidarios y felices. Entre otras cosas, porque somos ejemplo real y no de novelas, de que sí es posible vivir muchos años con la persona que amamos, dando lo mejor de nosotros, que por cierto es lo que nuestro par espera y por lo cual también da lo mejor de sí, sin nunca olvidar que esa persona que es nuestra pareja, nos escogió dentro de cientos o miles de personas que conoció, para hacer de nosotros una persona única para ella, corriendo el riesgo de equivocarse, pero valientemente acogiéndose a las consecuencias, que sin duda alguna tendrán que ver con su manera personal de ver la vida y las cosas, en un mundo cambiante y absolutamente sinérgico, donde el ambiente, la formación familiar, la cultura y los controles sociales, producen permanentemente cambios en la actuación de muchas personas, lo cual debemos considerar como normal en una sociedad en pleno desarrollo, donde todo está por escribirse, pero donde nosotros hasta el último día de nuestra existencia, con respecto al nivel de nuestra armonía y felicidad, su resultado no podremos endosárselo a nadie, simplemente porque somos los principales actores.
Deja una respuesta