

A mis Setenta y Siete años e independientemente de que –luego de haber estado a punto de morir de la forma más horrible por culpa de los “galenos”– quienes insistieron en usar medicina alopática, tradicional, desagradable, demorada, costosa, difícil de localizar, y con efectos secundarios, quizás peores que la enfermedad supuestamente de cáncer que me aquejaba; venturosamente, gracias a la recia personalidad, el incomparable amor y sentido de protección de mi esposa hacia mi persona, luego de graves advertencias de los médicos tratantes y Directores de las cuatro Clínicas Privadas que sucesivamente me “trataron”, frente a la grave advertencia de que lo hacía “Bajo su responsabilidad personal” y luego de hacerla firmar unos cuantos papeles, logró salvarme la vida al llevarme a mi casa, localizar fuera de nuestra localidad, un médico sensible, responsable y ético, quien en menos de una semana, prescindiendo de tales medicamentos y aplicándome…
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A mis Setenta y Siete años e independientemente de que –luego de haber estado a punto de morir de la forma más horrible por culpa de los “galenos”– quienes insistieron en usar medicina alopática, tradicional, desagradable, demorada, costosa, difícil de localizar, y con efectos secundarios, quizás peores que la enfermedad supuestamente de cáncer que me aquejaba; venturosamente, gracias a la recia personalidad, el incomparable amor y sentido de protección de mi esposa hacia mi persona, luego de graves advertencias de los médicos tratantes y Directores de las cuatro Clínicas Privadas que sucesivamente me “trataron”, frente a la grave advertencia de que lo hacía “Bajo su responsabilidad personal” y luego de hacerla firmar unos cuantos papeles, logró salvarme la vida al llevarme a mi casa, localizar fuera de nuestra localidad, un médico sensible, responsable y ético, quien en menos de una semana, prescindiendo de tales medicamentos y aplicándome un simple drenaje en el hígado y los pulmones, logró salvarme la vida y demostrarme que sí existen algunos profesionales de la medicina que, aunque no parecieran ser la mayoría ni ejercer en costosas Clínicas y grandes Ciudades, ven su profesión como un apostolado, fundamental para un mejor nivel de vida para las personas, la familia y la comunidad.
A partir de esa horrible experiencia, y luego de seis años de continuar viviendo, con el único malestar de los efectos secundarios de las medicinas alopáticas empleadas, muy personalmente mantengo el criterio de que, en principio, “En su mayoría los médicos –especialmente los de las grandes Ciudades, Clínicas Privadas o que responden a Empresas de Seguros- son insensibles, descuidados y más que salud y bienestar de los pacientes, les interesan sus cargos y sus honorarios; por lo cual los considero mis enemigos, salvo prueba en contrario”.
Como consecuencia de haber sobrevivido, me siento en la obligación de comunicar estas experiencias a mis lectores sugiriendo que, en caso de sentirse síntomas de alguna enfermedad, especialmente de aquellas que los medios de comunicación masiva, respondiendo a sus intereses económicos, imbuyen en la mente de las personas como posibles indicios de un “cáncer”, consultar no dos sino varias opiniones médicas sobre el asunto, especialmente por lo menos una de un médico de una ciudad o población pequeña, quienes normalmente están más vinculados a la comunidad, sus habitantes y por tanto son más sensibles y solidarios.
En verdad hoy, en otros males típicos de mi edad como la inflamación de próstata, médicamente conocida como HPB, aunque consulté algunos galenos, de los cuales el último que me sugerió un buen amigo médico internista como “especialista”, por cierto de una Clínica de mi País muy reputada, éste no tuvo empacho en decirme que si en los próximos quince días no me operaba, me exponía a un inminente cáncer de próstata. Como quiera que todo tropiezo nos enseña y la experiencia ya narrada algo me había enseñado, consulté una profesional de las Ciencias de la Salud, quien no era médico sino farmacéutica, quien al ver mis exámenes de laboratorio que me comentó no reflejaban ninguna gravedad, me sugirió algunas medicinas alopáticas desinflamatorias, de un alto costo pero que en muy corto tiempo, en nuevos exámenes demostraron una disminución de la inflamación en un cincuenta por ciento, lo cual me evitò la supuesta “urgente operación”, a que hice referencia.
Por cierto, y por si pudiera servirle a alguien, siempre bajo la consulta previa médica y los exámenes correspondientes, debo comentarles que, como es conocido de todos, en Venezuela escasean las medicinas y al no poder adquirir aquellas que me habían mejorado tanto, investigué ampliamente sobre el tema de la HPB, logrando encontrar serios estudios que indicaban que la toma regular del te de las hojas del Sauce, conocido en inglés como Willow, planta que por cierto por tener un número elevado de variedades se consigue casi en todo tipo de temperaturas, empecé a tomar el té de hojas de este árbol, específicamente el denominado en español Sauce LLorón y en inglés White Willow, el cual tengo ya más de un año utilizando una toma en la mañana y otra en la noche diariamente, lo cual hago tanto cuando estoy en Venezuela como en USA, siendo que ya no requiero utilizar la medicina alopática tan costosa, que usaba con anterioridad.
Estas dos experiencias vividas, los múltiples comentarios y comunicaciones que mantengo sobre sus problemas de todo género, con mis más de 2.700.000 cibernautas que en más de 90 países visitan este Blog, me han persuadido de que –más allá de que no cabe duda que no todas las personas responden a la misma fisiología- en la generalidad de la salud, lo más importante para mantenerse en buen estado, lo es la prevención cual tiene que ver, esencialmente y en mi criterio personal, con tres elementos fundamentales:
1º.) La alimentación sana;
2º.) El Estado de Animo;
3º.) La Armonía Vivencial.
En el primer caso, comer sano, que es como decir no ingerir raciones mayores a las que requiere nuestro cuerpo; evitando en lo posible demasiadas grasas saturadas, bebidas procesadas tales como refrescos, jugos, bebidas energéticas, etc.; cualquier tipo de proteína derivada de carnes (rojas, blancas o pescados) que no fueren orgánicas, y en todos los casos ingiriéndolas en cantidades moderadas; consumir dentro de lo posible, cereales, granos, semillas secas, frutas y hortalizas genéricas o muy bien lavadas y desinfectadas, cuales aportan las mismas o mejores proteínas que las carnes. Recomiendo igualmente evitar el consumo exagerado de carbohidratos independiente de cuales fueren, los cuales sin ninguna duda son indispensables para nuestra vida diaria, pero siempre en cantidades razonables, so pena de que se conviertan en grasas no necesarias, sino por el contrario transformarse en abono de graves problemas de salud. Asimismo, estoy convencido que fumar y tomar refrescos nunca, asì como que el alcohol no hace daño, si se consume en forma moderada.
En el segundo caso, el Estado de Animo, luego del avance extraordinario en los últimos quince años de Psicología Positiva, ya no es ningún secreto que este factor en las personas, incide de manera decisiva tanto como fuente de enfermedades así como en los procesos de sanación de todo tipo de males; especialmente del tan hoy PUBLICITADO cáncer -quizás porque alguien decía que se ha convertido en un negocio más lucrativo que las drogas heroicas-. Es que ha sido probado que en un alto porcentaje, las personas que sufren o han sufrido cáncer, tuvieron problemas en su estado de ánimo, especialmente por problemas familiares, de pareja; odio, rencor, mal humor, incomprensión, desesperanza; desamor, pesimismo, temor y falta de caridad, entre otros. En cambio, las personas de buen humor, amables, amorosas, amistosas, comunicativas, generosas y que no pierden la esperanza; amantes de la naturaleza y los animales; convencidas de que cada problema no es más que un asunto por resolver y… posible de resolver; quienes interpretan cada tropiezo como la posibilidad de una enseñanza, aprovechable en su vida en adelante; que miran el lado positivo de las cosas y no su parte negativa; que se consideran del tamaño de cualquier circunstancia que sobrevenga; que ven la incertidumbre no como tal, sino como un reto a vencer con inteligencia, diligencia, proactividad y valor, ese tipo de personas difícilmente se quejan de enfermedades o si alguna les aqueja, están seguros que aplicando su amor por la vida, esos recursos maravillosos de que fuimos dotados por Dios en nuestro ser interno como nuestro sistema defensivo natural y Estado de Animo positivamente aplicado, sino los cura por lo menos les hace mucho más llevadero cualquier mal que pudiere sobrevenirles.
En el tercer caso, La Armonía, es la base cardinal de cualquier relación humana, aún de la más difícil; porque permite que nuestra mente y nuestros sentimientos se mantengan en paz, haciendo más fácil entender cualquier actuación de nuestros relacionados, que de alguna manera lograre afectarnos física, afectiva o espiritualmente, y que pudiera perturbarnos en nuestro insustituible estado de ánimo. Si se hiciera una encuesta entre las familias, parejas, amistades y relaciones laborales, podría asegurarse que esas fundamentales relaciones serían más felices, fáciles o llevaderas, cuando reina la armonía, que es el ambiente donde el respeto, el amor, la consideración, la resiliencia y solidaridad se hermanan para hacer la vida buena. De todo lo cual podemos asegurar que sin la armonía, jamás podrían ser felices las familias; mantenerse por lago tiempo las parejas; mantenerse productivas las Empresas y agradables las relaciones laborales, incluidas aquellas que tienen que ver con la jerarquía gerencial y/o accionaria.
Finalmente, debo comentar a mis lectores que en lo que aquí escribo, no me refiero a sobrevivir únicamente, para lo cual lo único necesario sería la alimentación; aquí trato sobre vivir, a ser posible intensamente este corto, pero hermoso, camino que nos corresponde transitar sobre esta tierra de Dios durante nuestra existencia física, para lo cual sin ninguna duda, se requiere salud física, emocional y espiritual, cuales se ubican o derivan de nuestro estado de ánimo, sin las cuales no sería posible lograr la plenitud necesaria, para asegurar que SE HA VIVIDO.
Si tienes alguna duda o requieres aclaración sobre el tema aquí tratado, el correo del autor está disponible: amauricastillo@gmail.com
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Como mis lectores lo conocen, trato los temas de manera coloquial, de forma tal que sea asequible al lector común y corriente que, sin formación académica específica o especializada, en un momento dado de su vida, requiriese alguna información sobre conceptos aclaratorios para ampliar su posibilidad de sentirse más conforme consigo mismo y sus actuaciones, acercándose más a la felicidad –que como ser humano merece- lo cual aumenta mi mayor interés en la consecuencia de tal logro, cual es que como persona feliz, sea fuente de felicidad para sus congéneres. No obstante esta aclaratoria, no puedo dejar de lado las fuentes de algo que siendo la base de lo que aquí trataré, está imbuido de una gran carga filosófica y no científica, como es EL AMOR; especialmente porque tiene su origen dentro de actuaciones éticas del ser humano, cuales teóricamente fueron planteadas desde los inicios culturales del hombre por los filósofos antiguos y modernos, amplia y actualizadamente, dentro de conceptos con divergencias y/o diferentes derivaciones, por lo cual en estas reflexiones me referiré únicamente a las que para mí son fundamentales en el planteamiento del tema: la ETICA NATURAL y la ETICA CULTURAL. Considerando la primera como esa conducta originaria de nuestra naturaleza humana, como los sentidos de supervivencia, continuación de la especie y defensa natural; y la segunda, sobre la cual idénticamente existe un bagaje literario muy amplio sobre su origen, fundamento y consecuencias, que podría resumirse como ese conjunto de reglas y normas, en la conducta apropiada individual y colectiva, que nos orientan al logro una vida feliz y plena, en lo que hemos dado en denominar los grupos humanos y/o la Sociedad Organizada.
Luego de esta obligada y somera explicación, trataré sobre EL AMOR, como el título propuesto, y en tal sentido, mi opinión es que, para quienes seguimos el pensamiento de Jesús de Nazaret, no desde un punto de vista religioso dogmático, sino como “libres pensadores”, el amor no es una opción sino una obligación, para quienes sobre la base de la referida ideología, no dudamos que el “amor al prójimo” no lo es sólo a ese que nos es inmediato, cercano o que de alguna manera amamos o nos ame, sino que lo es para todos nuestros semejantes; inclusive para aquellos que traten de herirnos o lograren hacernos daño, porque entonces entramos en ese sentimiento virtuoso, más allá del amor, que también es cristiano y que denominamos la caridad. Esto, porque el que intenta o hace daño a otro hermano humano, simplemente no es feliz, y entonces, por anidar en su alma el mayor daño posible que puede albergar una persona, es acreedor de caridad, entrando como consecuencia en ese nivel elevadísimo, que tiene que hacernos solidarios con ese desgraciado, en el buen sentido de la palabra tratando -dentro de lo posible- de… ayudarlo.
El amor, ciertamente no lo es únicamente ese romántico que algún poeta de nuestra época refiriéndose solo a la relación entre un hombre y una mujer, catalogara como que “El que ama no puede pensar, todo lo da, todo lo da”, sino que es todo lo contrario, porque ese amor que nosotros conocemos y practicamos, por ser cultural y diverso, sí que es pensado y muy racional; como el que alcanza, quizás su mayor expresión en el que siente una madre por su hijo, pasando por el de la familia en general, la patria y los amigos, hasta ese que como antes lo expresamos por ser parte de nuestra ideología personal estamos obligados a prodigar a cualquiera de nuestros congéneres, independiente de su actitud, con quienes tropecemos en el camino de nuestra vida.
En mi caso, que he sido privilegiado por Dios al permitirme disfrutar, quizás de la mayoría de los amores que un ser humano normal pudiere sentir, porque tuve una madre amorosa y un padre que por su origen de inicios del Siglo XX, dentro de sus limitaciones machistas, también me amó; mis siete hermanos, con quienes -dentro de nuestras muchas carencias económicas- disfruté con plenitud mi niñez; esa compañera de viaje largo, que es mi bella y amada esposa, con quien ya por cuarenta y ocho años de feliz matrimonio, imbuido de esa ternura mágica que se produce cuando se alcanza esa unión físico-espiritual, que nos ha permitido compartir todo tipo de situaciones, siempre superadas por nuestro amor incondicional y solidario, que nos ha llevado a ser un equipo ganador; a esos dos hijos varones y tres niñas, hoy todos hombres y mujeres de bien y útiles a la sociedad, con quienes mantenemos ese cálido amor que perdura más allá del tiempo, del espacio y esa ternura especial que nos prodigan nuestros doce nietos, sólo apreciable en su contexto real por quienes somos abuelos, no tengo la menor duda de que el amor es la mayor expresión de la plenitud humana; absolutamente racional y sin dudarlo ni por un momento obligatorio y no opcional, para quienes somos cristianos.
En general, para quienes hemos creado una familia, no podemos dejar por fuera ese amor tan especial que surge entre nosotros y esos hijos que nos son legados por sus padres originales, como son los cónyuges y/o parejas de nuestros vástagos, que en muchos casos suelen insertarse tan profundo en nuestra familia consanguínea, que con el tiempo los sentimos como propios. En una categoría, quizás no tan introspectiva pero absolutamente respetable y solidaria, también surge ese sentimiento de amor con esas especiales personas, que lucharon duramente para sacar adelante esos esposos y esposas que regalaron a nuestros hijos y que hoy son nuestros: los inestimables suegros que se hacen nuestros padres y los consuegros que se hacen nuestros hermanos.
Finalmente, hay un amor especial y en muchos casos a toda prueba, que en mi concepto es el único que surge de esa familia definitivamente voluntaria, porque no llega ni tiene que ver en nada con nuestra consanguinidad: los amigos, de quienes una palabra de solidaridad, un apretón de manos, un abrazo, o un hombro sobre el cual recostar la cabeza en un momento de dolor, realmente no tiene substituto, precisamente porque no nace de ningún interés, más allá de un sentimiento mutuo de conexión espontánea y compromiso fraterno.
Como mis lectores lo conocen, trato los temas de manera coloquial, de forma tal que sea asequible al lector común y corriente que, sin formación académica específica o especializada, en un momento dado de su vida, requiriese alguna información sobre conceptos aclaratorios para ampliar su posibilidad de sentirse más conforme consigo mismo y sus actuaciones, acercándose más a la felicidad –que como ser humano merece- lo cual aumenta mi mayor interés en la consecuencia de tal logro, cual es que como persona feliz, sea fuente de felicidad para sus congéneres. No obstante esta aclaratoria, no puedo dejar de lado las fuentes de algo que siendo la base de lo que aquí trataré, está imbuido de una gran carga filosófica y no científica, como es EL AMOR; especialmente porque tiene su origen dentro de actuaciones éticas del ser humano, cuales teóricamente fueron planteadas desde los inicios culturales del hombre por los filósofos antiguos y modernos, amplia y actualizadamente, dentro de conceptos con divergencias y/o diferentes derivaciones, por lo cual en estas reflexiones me referiré únicamente a las que para mí son fundamentales en el planteamiento del tema: la ETICA NATURAL y la ETICA CULTURAL. Considerando la primera como esa conducta originaria de nuestra naturaleza humana, como los sentidos de supervivencia, continuación de la especie y defensa natural; y la segunda, sobre la cual idénticamente existe un bagaje literario muy amplio sobre su origen, fundamento y consecuencias, que podría resumirse como ese conjunto de reglas y normas, en la conducta apropiada individual y colectiva, que nos orientan al logro una vida feliz y plena, en lo que hemos dado en denominar los grupos humanos y/o la Sociedad Organizada.
Luego de esta obligada y somera explicación, trataré sobre EL AMOR, como el título propuesto, y en tal sentido, mi opinión es que, para quienes seguimos el pensamiento de Jesús de Nazaret, no desde un punto de vista religioso dogmático, sino como “libres pensadores”, el amor no es una opción sino una obligación, para quienes sobre la base de la referida ideología, no dudamos que el “amor al prójimo” no lo es sólo a ese que nos es inmediato, cercano o que de alguna manera amamos o nos ame, sino que lo es para todos nuestros semejantes; inclusive para aquellos que traten de herirnos o lograren hacernos daño, porque entonces entramos en ese sentimiento virtuoso, más allá del amor, que también es cristiano y que denominamos la caridad. Esto, porque el que intenta o hace daño a otro hermano humano, simplemente no es feliz, y entonces, por anidar en su alma el mayor daño posible que puede albergar una persona, es acreedor de caridad, entrando como consecuencia en ese nivel elevadísimo, que tiene que hacernos solidarios con ese desgraciado, en el buen sentido de la palabra tratando -dentro de lo posible- de… ayudarlo.
El amor, ciertamente no lo es únicamente ese romántico que algún poeta de nuestra época refiriéndose solo a la relación entre un hombre y una mujer, catalogara como que “El que ama no puede pensar, todo lo da, todo lo da”, sino que es todo lo contrario, porque ese amor que nosotros conocemos y practicamos, por ser cultural y diverso, sí que es pensado y muy racional; como el que alcanza, quizás su mayor expresión en el que siente una madre por su hijo, pasando por el de la familia en general, la patria y los amigos, hasta ese que como antes lo expresamos por ser parte de nuestra ideología personal estamos obligados a prodigar a cualquiera de nuestros congéneres, independiente de su actitud, con quienes tropecemos en el camino de nuestra vida.
En mi caso, que he sido privilegiado por Dios al permitirme disfrutar, quizás de la mayoría de los amores que un ser humano normal pudiere sentir, porque tuve una madre amorosa y un padre que por su origen de inicios del Siglo XX, dentro de sus limitaciones machistas, también me amó; mis siete hermanos, con quienes -dentro de nuestras muchas carencias económicas- disfruté con plenitud mi niñez; esa compañera de viaje largo, que es mi bella y amada esposa, con quien ya por cuarenta y ocho años de feliz matrimonio, imbuido de esa ternura mágica que se produce cuando se alcanza esa unión físico-espiritual, que nos ha permitido compartir todo tipo de situaciones, siempre superadas por nuestro amor incondicional y solidario, que nos ha llevado a ser un equipo ganador; a esos dos hijos varones y tres niñas, hoy todos hombres y mujeres de bien y útiles a la sociedad, con quienes mantenemos ese cálido amor que perdura más allá del tiempo, del espacio y esa ternura especial que nos prodigan nuestros doce nietos, sólo apreciable en su contexto real por quienes somos abuelos, no tengo la menor duda de que el amor es la mayor expresión de la plenitud humana; absolutamente racional y sin dudarlo ni por un momento obligatorio y no opcional, para quienes somos cristianos.
En general, para quienes hemos creado una familia, no podemos dejar por fuera ese amor tan especial que surge entre nosotros y esos hijos que nos son legados por sus padres originales, como son los cónyuges y/o parejas de nuestros vástagos, que en muchos casos suelen insertarse tan profundo en nuestra familia consanguínea, que con el tiempo los sentimos como propios. En una categoría, quizás no tan introspectiva pero absolutamente respetable y solidaria, también surge ese sentimiento de amor con esas especiales personas, que lucharon duramente para sacar adelante esos esposos y esposas que regalaron a nuestros hijos y que hoy son nuestros: los inestimables suegros que se hacen nuestros padres y los consuegros que se hacen nuestros hermanos.
Finalmente, hay un amor especial y en muchos casos a toda prueba, que en mi concepto es el único que surge de esa familia definitivamente voluntaria, porque no llega ni tiene que ver en nada con nuestra consanguinidad: los amigos, de quienes una palabra de solidaridad, un apretón de manos, un abrazo, o un hombro sobre el cual recostar la cabeza en un momento de dolor, realmente no tiene substituto, precisamente porque no nace de ningún interés, más allá de un sentimiento mutuo de conexión espontánea y compromiso fraterno.
Si tienes alguna duda o requieres aclaración sobre el tema aquí tratado, el correo del autor está disponible: amauricastillo@gmail.com
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