No diré que la experiencia de enfermedad referida en la parte primera de este artículo me cambió completamente, porque mis valores y principios fundamentales siguen siendo los mismos, pero sí me los reforzó y aclaró algunas dudas sobre el porqué de mi existencia.
Aceró mi convicción de que los seres humanos nacemos siendo buenos, vivimos con ese sentimiento y que, cuando es necesario, somos capaces de dar lo mejor de nosotros por nuestros semejantes; que la familia es y será siempre una parte insustituible de nuestra vida; que los amigos son esa especial familia que nosotros mismos escogemos, sin que nos llegue por otro vínculo que no sea el amor; que la constancia, fe, optimismo y diligencia, suelen ser milagrosas; que el amor, la generosidad, compasión, caridad, solidaridad y lealtad, son cualidades que nos hacen parecernos a Dios; y finalmente, que no hay enfermedad tan fatal que no pueda ser vencida si nos convencemos de que tenemos a Dios en nuestro corazón, que nada sucede sin su voluntad y que nuestro deber es ser… diligentes en poner todos los medios posibles a nuestro alcance, para su curación.
Me enseñó además, que no debo esperar mañana para decir… te amo; que un abrazo y una palabra de aliento valen tanto como cualquier medicina; que no debo guardar lo bueno de hoy para disfrutarlo mañana; que no hay dolencia tan pequeña que deba desatender, ni enfermedad tan grave que no pueda enfrentar con éxito; que el temor y la incertidumbre son los peores enemigos del ser humano; que la desconfianza y el estrés distorsionan la realidad; que el amor es el mejor bálsamo e inclusive… cura las enfermedades.
Aprendí, que todo es tan pasajero, que puede desaparecer en un momento; que no existe el futuro porque a toda hora es hoy; que compartir es dar y nos llena de gran regocijo; que la soledad y la tristeza son ficciones mentales, destructibles con sólo un pensamiento; que el tiempo no existe más que en nuestra mente; que debo vivir por horas y no por años, por lo cual no puedo desaprovechar ningún momento para disfrutar; que no hay nada tan pequeño que no debamos tomar en cuenta, ni nada tan grande que nos aterre; que es mejor la sabiduría que el conocimiento, no importa el nivel de éste; que, el fin de mi temporal visita a este mundo lo es: CRECER ESPIRITUALMENTE Y SER…FELIZ.
Deja una respuesta