Hoy, temporalmente lejos de mi lar, en calidad de visitante, en un espacio bien diferente a aquel donde me manejo diariamente, he tenido tiempo para reflexionar sobre lo elemental y sencilla que, más allá de la vanidad humana, es nuestra vida.
Ciertamente, como seres físico-espirituales, nos movemos en dos áreas que potencian nuestra existencia: por una parte, la subsistencia física –que debemos lograr en el exterior de nuestro cuerpo- y por la otra, el mantenimiento de nuestra espiritualidad, que vive, crece o se disminuye en nuestro ser interno.
Así tendremos que la parte física sólo requiere de oxígeno y alimentos apropiados para mantenernos vivos, así como la protección frente a los elementos naturales del medio ambiente, que de alguna manera pudieran afectarnos. Dicho de otra manera: aire, comida y un espacio protegido donde vivir (casa o apartamento).
Adicionalmente para esa parte física, conforme a nuestra actividad, deseos y aspiraciones personales, vamos requiriendo algunos elementos secundarios que nos dan mayor confort y seguridad, como la formación educativa, mobiliario y vehículo.
De tal manera, el oxígeno que requerimos lo tenemos en el aire, sin requerir para lograrlo más que respirar; esto es, sin ningún esfuerzo físico o costo económico. En cuanto a la alimentación, lo más importante que es el agua, normalmente es barata y se encuentra al alcance de todos. Para los restantes alimentos, la sociedad ha creado mecanismos, que los pone a disposición de cualquier persona, a precios alcanzables, independiente de la actividad, profesión u oficio.
Sin embargo, observamos como el mayor estrés no se lo producen las personas por la carencia de estos elementos fundamentales, sino debido a la vanidad o competencia con sus congéneres, sobre tal o cual tipo de cosa que supere o puede ser superada por los demás.
De tal manera notamos como algunas personas, complicándose una vida que es elemental, dejan parte de sus años en el camino, restando el tiempo para su familia y dañando su salud, únicamente para ostentar bienes muy costosos, que permitan a los ojos del público, destascar su supremacía económica.
Respecto de nuestra parte espiritual –que es interna- únicamente requerimos para su crecimiento y mantenimiento, el amor, la comprensión, la generosidad y la convicción de que todo está a nuestro alcance, en la misma medida en que seamos diligentes y proactivos.
Mucha razón tenía el sabio Salomón, cuando escribió que la vanidad no trae más que dolor y aflicción de espíritu.
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