En épocas de profundos cambios en nuestro país, el amor se convierte en factor importante para lograr la tranquilidad física y espiritual, que demanda una vida edificante y plena.
En este indescriptiblemente bello pedacito del mundo que es nuestro país, hoy el amar se hace no sólo un factor de felicidad y placer sino una necesidad urgente.
Frente a tanta diatriba política, insinceridad e insensibilidad que se observa, sólo el amor puede hacer menos lacerantes los efectos de las diferencias que se manifiesta, casi permanente en nuestra cotidianidad.
Ahora y no mañana estamos obligados a amar a nuestro país, y para hacerlo como es debido, necesitamos amarnos como lo que somos: hermanos e hijos de la misma madre, que tiene un nombre excelso: VENEZUELA.
Tenemos que aceptarnos como somos y amarnos como hermanos para convivir de forma armoniosa y feliz.
No es indeseable ser o pensar de forma disímil o concebir lo social, cultural o político de diferente manera. Por el contrario, la diversidad nos enriquece.
Necesitamos retomar el camino de la hermandad, de la consecuencia y de la aceptación; pero eso sólo podemos lograrlo con amor, porque el amor cura las enfermedades del cuerpo y las heridas… del alma.
Nuestros amigos, vecinos, compañeros de trabajo y de estudio, tienen derecho a pensar de forma diversa a la nuestra y eso no tiene por qué hacerlos peores, porque tampoco nosotros somos mejores por pensar diferente. Simplemente, es el ejercicio del derecho que todos, como venezolanos tenemos.
Pertenecemos a esta noble tierra venezolana; somos hijos de Dios, siempre tratando de ser mejores –lo cual por cierto no es fácil- pero al fin y al cabo sólo seres humanos con virtudes y defectos… no ángeles.
Este es el único país que tenemos y que es realmente nuestro. Como escribiera el poeta “…aquí están todas nuestras raíces…”.
Somos un pedazo de esta tierra; aquí somos algo más que un número del seguro social; somos hermanos venezolanos y tenemos que amarnos, y eso debe estar por encima de cualquier diferencia ideológica.
Tenemos sólo dos posibilidades: o hacemos un país de amor y seremos felices, o uno de odio y jamás tendremos paz. A usted le toca escoger, yo ya hice mi elección: Aunque tengo una mente universal y mucha de mi familia vive en el exterior, por sobre todo aquí me quedo. AMO A MIS HERMANOS VENEZOLANOS y eso no tiene vueltas atrás.
Bellisimo el escrito, me agrada y me llena de emociòn al leerlo, porque me vi retratada en mi manera de pensar en el caso, el escrito es una enseñanza preciosa. gracias.