¿Existe algo más urgente que vivir? No, definitivamente no hay nada más urgente que vivir… plenamente; sólo que para vivir –que no sobrevivir- la urgencia diaria suele ser simplemente… fatal.
La palabra urgente, en su acepción de interpretación masiva: angustia, se ha extendido sobre la faz de la tierra como la mala hierba, habiendo extraviado en el camino su real y sano sentido: priorizar un asunto y hacerlo más rápido.
Hoy, de manera enfermiza, se da urgencia a todo, menos a lo más importante: vivir intensamente las mil bendiciones de que disponemos en nuestra vida diaria.
Las personas, extrañamente, parecieran haber asimilado la palabra urgente a la intelectualidad, trabajo eficiente, importancia social, éxito en los estudios y todo lo que represente… vanidad.
Es urgente levantarse temprano, llevar los niños al colegio, tomar el tren, asistir al trabajo, sacar dinero del cajero automático, asistir a los meetings, atender una cita; inclusive, hacerse rico o no llegar tarde al juego donde conoceremos un posible cliente.
En toda esta carrera loca por lograr lo que es pasajero se deja en el camino, por si queda tiempo, lo que es permanente y real como el amor filial y de pareja, el descanso y recreación necesarios, la meditación, el disfrutar de una buena cena familiar o la lectura de un buen libro; mejor dicho: se deja para después, porque no es urgente, el vivir.
Por una cita de negocios dejamos de asistir a la escuela de nuestra niña o al juego de fútbol de nuestro hijo; a una reunión de padres, de nuestra comunidad o llegamos tarde a la celebración del aniversario de bodas.
Estamos tan apurados que olvidamos el color y olor de las flores, los hermosos atardeceres, el sabor de un trago en la terraza con nuestra compañera de viaje largo y su onomástico; y a veces, ese guiño cómplice y ese beso tierno, cual para nuestra desgracia pudiera ser el último, no porque nuestra pareja muera, sino porque nuestra obstinación e indiferencia, la haga dejarnos y correr por su vida.
El amor, la familia y solaz, fundamentales para disfrutar la existencia, no requieren urgencia sino disposición, ternura, atención, compromiso; y eso no se adquiere con millones ni corriendo como locos. En cambio la urgencia es especialmente propicia para los infartos, los ACV y la impotencia sexual. Venturosamente, usted es libre de escoger y eso sí es… urgente.
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