«CUANDO UN HERMANO SUFRE, UNA PARTE DE NUESTRA ALMA SE PERTURBA Y ATURDE»
Cuando reflexiono sobre el hecho cierto de que sobre esta tierra de Dios, un alto porcentaje de sus pobladores sufre alguna enfermedad, hambre o miseria; otros caen bajo los efectos de guerras intestinas con sus secuelas de inocentes torturados, familias separadas, y muertos; algunos se consumen física y espiritualmente en la soledad de una prisión; otros tantos son presa de vicios, que venciendo su voluntad y su autoestima minan su salud; y algunas soportan otras desventuras como carecer de educación y una ocupación digna, me echo de rodillas y doy gracias a Dios por haberme preservado, a mi y a mi familia de todos esos males, que transforman lo que debió ser bello y edificant como es la existencia, en algo indeseable y desastroso.
Quienes disponemos de alimentos, salud, familia, libertad, educación y trabajo, podemos considerarnos privilegiados;, lo cual se convierte en compromisode producir o colaborar, dentro de nuestra personal capacidad, con algún mecanismo de ayuda, que pudiera hacer menos dolorosa la experiencia que viven esos desventurados hermanos.
Pienso que más allá de las situaciones bélicas, el origen de los conflictos de muchas de esas personas -al menos las que sufren soledad, prisión y vicios- pudieron haberse originado por la indiferencia afectiva colectiva, que ha ido progresivamente apoderándose de nuestra sociedad.
Es que no todos los seres humanos venimos con la fuerza mental y espiritual suficiente, para hacer caso omiso a la insensibilidad e indolencia social, frente a situaciones vivenciales que la atención, amor, solidaridad, y a veces incluso una palabra amiga, hubieran podido evitar.
En esta aldea global -que es la casa de todos- somos hormigas de la misma cueva, y por tanto no deberíamos ver con indiferencia el dolor, la soledad y la tristeza de nuestros congéneres, sin hacer algo por remediarlo; porque de alguna manera, ignorarlo nos hace culpables de su suerte.
Cuando alguien tiene hambre, sufre persecución, soledad o tristeza sin preocupación de sus hermanos, un pedazo de nosotros mismos -en esa otra dimensión donde vive nuestra alma- se aturde y perturba; porque al final todos somos uno, y el lamento de su dolor es nuestra propia queja, frente a nuestra inmensa vulnerabilidad, en un mundo que sin amor ni solidaridad humana, se hace inconveniente, peligroso e insufrible.
Solo amando a nuestros hermanos y siendo solidarios con sus causas, merecemos llamarnos hijos de Dios, porque esencialmente, ese Padre Celestial maravilloso es… amor.
Todo ser humano está formado por tres «yoes».
– El yo biológico creado por el ADN y cuyo origen es divino.
– El yo mental, el falso yo, personalidad o arquetipo con el que nos movemos en sociedad, creado y regido por la mente.
– Y el verdadero YO, espiritu y conciencia.
El Siglo XX se ha caracterizado por la exterminación del verdadero YO de los seres humanos, y así nos va.
En ninguna otra etapa el humano se ha compotando y conducido de forma tan demencial como en el pasado siglo.
A esta demencia funcional e inconsciente se le denomina «normalidad».
El yo mental, egotista y miedoso, solo se ocupa de construir su propia fortaleza inaccesible para el resto de sus hermanos, priorizando sus necesidades y de vez en cuando muestra «solidaridad» para maquillar su egoismo.
Al yo mental solo le interesa el dinero, la ciencia y la tecnología con los que pretende convertirse en «dios», capaz de controlar la vida y la muerte, la mente de otros, cambiar las leyes de la naturaleza a su antojo, etc.
Las disciplinas humanísticas estorban porque invitan a pensar de forma independiente y a tener una visión antropológica y metafísica de la verdadera esencia del ser humano, su existencia y el común destino de la Humanidad.
Para el ego, lo mejor es que seamos como máquinas, así no sufriremos. Pero paradójicamente los humanos han incrementado su sufrimiento y angustia a la par que el progreso financiero y tecnocientífico.
Dormido, olvidado, arrinconado, aislado, desahuciado… en definitiva anulado el verdadero Yo, que es el que nos conecta con el TODO lo que es, se consique lo que Vd. Dr. Castillo describe brillantemente en su post.
No hay mayor ciego que el que no quiere ver, ni peor enfermo que el que no desea sanarse.
Abramos nuestros corazones para amar y ser amados en fraternal comunidad, alimentemos nuestra conciencia con la energía de este poderoso alimento y veremos como todos los problemas de la Humanidad serán resueltos.
Nuestra es la decisión, pero lamentablemente » muchos son los llamados y pocos los que eligen esta llamada».
Un abrazo fraternal desde España.
Narcis