«SI TENGO A DIOS CONMIGO NO HAY NADA QUE TEMER»
Eran las 9:13 de la mañana de un día viernes y el aeroplano carreteaba la pista para iniciar el ascenso, en vuelo sobre el atlántico que en un poco más de cuatro horas me llevaría a Houston Texas. Yo me sentía especialmente feliz porque nuevamente, cruzaría los mares para ver a mis seres más queridos. En ese preciso momento hablé con Él. Le dije cuanto lo amaba, cuanto agradecía esta maravillosa vida que por más de 67 años me ha regalado.
Reconocí con placer el privilegio de tener mi siempre bella y consecuente esposa conmigo, mis inigualables hijos, mis tiernos nietos, mis muchos familiares y amigos; pero, especialmente, agradecí tenerle como compañero de viaje hoy y… siempre.
Como en muchas oportunidades anteriores cabalgamos sobre el universo; el avión rompió el techo de nubes apartándolas incontenible; cual tiburón hendió el inconmensurable océano del aire; el cielo abrió sus brazos mientras los habitantes de la tierra fueron haciéndose pequeñitos; y Dios nos puso sobre sus alas… invisibles pero poderosas.
Esa sensación de ascenso venciendo las leyes de la gravedad, produciendo el milagro de volar como pájaros raudos a un destino determinado a miles de millas en pocas horas, me devolvió mentalmente centenas de años, detrás del tiempo y el espacio.
Me recordó que, de alguna manera, siempre he vivido en las alas de Dios. Así, rememoré que cuando niño, en ese mundo miserable en que crecí, donde la más terrible de las pobrezas -la mental- nace, crece y se reproduce amenazando con devorarlo todo, bajo ellas me protegí para que no me engullera ese ambiente fétido, contaminado y contaminante, sobre el cual, venturosamente, prevalecí.
En mi juventud, ellas se convirtieron en mi refugio cuando la gente de mi época llena de mitos, concepciones religiosas equivocadas, tabúes y prejuicios, no entendían mi necesidad de amar, sin más condicionamiento que mi propia conciencia.
Luego, cuando me hice un hombre, construí mi familia y sentí que podía ser para la sociedad mejor todos los días, bajo su sombra creció mi amor por la gente, sin distinciones de ningún género; mi concepción del hombre universal, que por diverso debe aceptarse en su pluralidad; mi certeza de que, sin excepción, todos tenemos derecho a ser felices; que podemos lograrlo y que es obligatorio divulgarlo por todos los medios posibles.
Hoy, al rescoldo de mis años dorados, que disfruto plenamente, no puedo entender a quienes se niegan tan maravilloso cobijo, siempre a mano. Porque, no tengo duda que únicamente requerimos fe en su existencia, confianza y seguridad en su amor, para que abra sus alas que baten los aires y mueva la tierra que nos da vida, llenando de dulzura y plenitud nuestra existencia diaria; de ventura nuestro futuro y protegiéndonos de todo mal.
Ah… olvidaba comentarles que, como siempre, el vuelo fue divino y el aterrizaje perfecto. Él cerró cuidadosamente sus alas, y yo sentí con inmenso placer, que nuevamente las guardaba en el hangar de… mi corazón.
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