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Archive for 17 de agosto de 2008

«Nuestro paso por la vida es demasiado bello y temporal para recorrerlo… solos»

Hoy, un radiante rayo de sol se coló por la persiana y me despertó antes de tiempo. A mi lado, Nancy dormía plácidamente. Me regalé unos segundo observándola y di gracias a Dios por ser un hombre realmente privilegiado. A mis 67 años no estoy solo, sino que comparto cada minuto de mi vida con mi insustituible compañera de viaje… largo. Esa que a sus 57 años de edad sigue siendo linda, entusiasta, emprendedora, alegre, tierna, respetuosa, solidaria y…feliz.  Su placidez habitual al dormir no deja duda de su tranquilidad espiritual.

Ese, mi primer paisaje edificante, de un hermoso día como todos los de nuestra vida diaria, me produjo reflexión sobre cómo la decisión de hacer pareja puede incidir definitivamente en el resto de  nuestra vida, especialmente cuando, aún manteniendo nuestra capacidad productiva y el espíritu en su más alto nivel, los años indefectiblemente hacen mella en nuestro aspecto físico y la velocidad en el transcurso de los años, que produce cambios en la ideología de vida de las personas, nos alejan los interlocutores válidos, ampliando espacios a veces infranqueables, en la manera de ver la vida y las cosas, nuestras tradiciones, principios y paradigmas que rigen nuestro comportamiento.

Siento que cuando hacemos pareja con la intención determinante de que sea para siempre y la acompañamos con las acciones diarias orientada a edificar a nuestro par, mediante demostraciones de amor verdadero, respeto, ternura, aceptación, reconocimiento, buena comunicación,  solidaridad y fidelidad,  estamos asegurando no sólo la compañía para disfrutar plenamente de los muchos momentos de goce diario, sino esa placidez progresiva que va invadiendo nuestra alma, en la misma medida en que pasan los años y logramos nuestros propósitos, desarrollamos nuestros hogares, sacamos adelante nuestra familia y vemos crecer las nuevas simientes, que evitarán que con nosotros desaparezca nuestro amor sobre esta tierra.

Cuando hacemos parejas bien avenidas, el paso de los años no nos hace daño, sino que, el transcurso del tiempo se convierte en fuente de ese hacer mancomunado, que llega a convertirnos en  una sola persona, con similares intereses,  intenciones y deseos, imbricados en un equipo de trabajo y disfrute; donde ambos somos productivos y necesarios, no sólo para la subsistencia física sino para el goce físico-espiritual, combinación sin la cual no se puede lograr la felicidad integral.

Tengo la bendición de tener muchos amigos, pero al mismo tiempo la tristeza por aquellos que  no identificaron la importancia de entender los derechos, necesidades, ambiciones y justas aspiraciones de sus pares.  Hoy, la mayoría de ellos, con arrepentimiento tardío, sienten que su riquezas, fama y poder no pueden compensar ni siquiera un día de amor verdadero, ternura espontánea, solidaridad sin intereses, aceptación sin condiciones; porque esas son necesidades espirituales que no pueden ser  evaluadas por  elementos tangibles ni tradicionales, pero tampoco adquiridas por medios de cambio convencionales como dinero, fama o poder, porque responden a sentimientos elevados, por encima de  nuestra propia naturaleza física.

Alguien acertadamente escribió que para estar triste no se requiere compañía. Sin duda, la mayor tristeza del hombre la produce la soledad; pero no la de ausencia de personas a su alrededor, sino aquella que se siente en el alma, cuando no hay nadie que comparta contigo íntima e integralmente, con solidaridad tus ambiciones, necesidades y realizaciones.

No hay sentimiento de seguridad comparable al que se siente, cuando en las noches de lluvia, después de un día agitado sentimos en nuestros pies el rescoldo de esas dos brasitas, que como en los cuentos de navidad, se convierten los pies de nuestra amada. Es el pago que Dios da a los hombres de buena voluntad que saben amar, respetar, aceptar, reconocer, honrar y edificar, a esa otra persona que nos escogió, en un concierto de millones de seres humanos.

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