Los sentimientos más trascendentes de nuestra existencia pueden ser predicados, señalados, significados, divulgados y trasmitidos de cualquier manera, lo cual es bueno, loable y si se quiere, necesario.
Pero, especialmente, cuando se trata de asuntos de tanto arraigo espiritual como el amor, la verdad, los valores y… Dios, para citar algunos de los más importantes, lo indispensable para nuestra plenitud es… sentirlo.
No es suficiente decir te amo, porque aunque es hermoso, satisfactorio y es una ofrenda a quien amamos, para que tenga un real sentido fáctico a nuestro favor, debemos sentirlo porque es la forma como podemos disfrutar al máximo ese sentimiento maravilloso, que es capaz de bloquear nuestros mecanismos naturales de defensa, para entregarlo todo y sin reservas.
Cierto que la verdad nos hace libres, pero para disfrutar tal sensación no sólo debemos hablar de su trascendencia o divulgarla, sino que debemos sentir que ese hecho de aceptar la realidad y acogernos a ella -cual es lo que significa la verdad- es la fuente que le da origen y nos mantiene en ella.
Los valores dentro de su bipolaridad natural, que además es absolutamente racional, requieren la decisión para precisar cuales tomamos, pero no sería suficiente con el ideal de considerarlos positivos y convenientes, sino que aquellos que decidamos regirán nuestra vida debemos hacerlos parte de nuestra existencia cotidiana, para lo cual tenemos que sentirlos.
En el muy especial caso de Dios, sentirlo es la única posibilidad de aceptar su presencia, poder y amor infinito. Hablar sobre su existencia y beneficio incalculable de tenerlo siempre presente, es bueno y conveniente, porque además de orientar a otras personas hacia su conocimiento, nos aporta tranquilidad y seguridad, induciéndonos a actuar en función de la utilidad para nuestros semejantes.
Alguien me preguntaba: y… ¿Cómo hago para sentirlo? -Sintiéndolo, le respondí; de la misma manera como sientes tus manos, tu cabeza, el frío o el calor, la alegría o la tristeza; sólo que, que como es inmaterial, debes percibirlo en tu espíritu de la misma manera como el amor, la ternura, el temor, la solidaridad y la compasión. Porque el concepto de Dios es integral; es una fuerza universal esencial, omnipotente, omnisciente y omnipresente. Nosotros debemos sentirlo, no Él a nosotros.
En las mañanas, cuando abro mis ojos lo siento en la luz del día, en la brisa que acaricia mi cara, en los mil ruidos que percibo, en cada una de las células que integran mi cuerpo; pero especialmente lo siento en mi tranquilidad espiritual, en mi ausencia de temor, en mi salud, en mi amor por mi esposa, mi familia y los demás seres humanos. Siento a Dios caminando conmigo en esta maravillosa experiencia de… vivir.
Soy tan feliz sintiendo a Dios como parte de mí mismo que ya, no se vivir sin Él. Me he acostumbrado tanto a tenerlo conmigo, que no tengo ninguna duda de que en todas partes me acompaña.
No proceso una visión mental de mí mismo solo y sin su guía, por eso doy gracias.
Próxima Entrega: DOS VENTANAS AL CIELO.
Deja una respuesta