Como un todo con Dios, este mundo es como una gran torta con igualdad e idénticas posibilidades, donde todos tenemos derecho a participar.
Nacemos con capacidades diferentes, pero las necesarias para participar del banquete. No obstante, observamos como algunos la disfrutan más que otros, según sea el tamaño, sabor o relevancia que le den al comerla. Inclusive, hay quienes no asisten a tomar su parte, sino que recogen las sobras de otros comensales.
¿Cuál es al diferencia entre unos y otros? Y… ¿Dónde, cuándo, cómo y porqué se origina la discrepancia? Es actitud más que aptitud. Desde que nacemos la vida nos presenta opciones que debemos tomar o rechazar.
Al nacer, con la primera dosis de oxígeno iniciamos el banquete. Unos bebés lloran pidiendo su primer pedazo, pero otros no, el médico debe incitarles a tomarlo. Asimismo, unos son menos llorones, ariscos, enfermizos y felices que otros. Los primeros disfrutan del alimento, el ambiente, las personas y juguetes con curiosidad y entusiasmo. Instintivamente, siempre andan en procura de su pedazo de torta.
A lo largo de la vida, progresivamente se desarrolla esa actitud de buscar lo que nos corresponde. El afecto de nuestros congéneres, en su mayoría nobles, generosos y ansiosos de dar y recibir amor, aunado a la belleza y riqueza del paisaje geográfico, lleno de opciones para disfrutarlo, nos anuncian su magnífico contenido. Pero será nuestro estado de ánimo el que defina la actitud de participación, desarrollando la aptitud para lograr el mejor pedazo, porque la Ley de la Abundancia siempre asegura suficiente para todos.
Nosotros decidimos dónde, cuándo y cómo logramos la mejor parte. Nadie puede hacerlo por nosotros. Disponemos de razón e inteligencia suficientes para procurarnos lo conveniente.
El que amanece feliz, da gracias, saluda y bendice el día considerándolo el mejor en cada oportunidad, está sirviendo la mesa.
El que realiza sus actividades con entusiasmo y disfrutando al ser útil, está fabricando la torta.
Aquel que ambiciona, sueña, ama y se complace en la plenitud de vivir, seguro de que la vida le dará lo que espere y produzca con sus acciones, es el primero en llegar al banquete.
El que recibe los acontecimientos como producto de su aptitud para vivir mejor, convirtiendo problemas en asuntos por resolver y recibiendo los inconvenientes como positivos, porque le señalan el camino a seguir en busca de su felicidad, es el que toma el mejor pedazo.
Quien asume esta vida como una experiencia espiritual, que se sirve del cuerpo para lograr sus cometidos terrenales orientados a su felicidad personal, es el que toma su parte tranquilo, sin prisas, temores ni vaticinios negativos y disfruta de su parte de la torta, donde el tamaño, sabor y efecto en su vida, sólo él se lo da.
Un pedazo de la torta de idéntico contenido, se ofrece a todo ser humano. El lograrlo, su tamaño, sabor o efectos corresponde determinarlo a quien la toma. No existe posibilidad de transferir esa responsabilidad, porque es parte de nuestro libre albedrío que sólo nosotros manejamos y nos identifica como hijos de Dios.
La mesa está servida. A usted corresponde decidir cuál es el pedazo de la torta que tomará. Ore por una decisión acertada y no lo deje para después, luego podría ser tarde.
Próxima Entrega: LA VIDA EN UN SUEÑO
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