En la entrega anterior decíamos que la errada formación de los jóvenes, cambió sus esquemas fundamentales sobre los cuales vinieron a este mundo con el único fin de ser felices. De tal manera al sustituir su valor y fuerza natural como hijos de Dios, por sentimientos negativos como el temor a lo que no se conoce, propiciaron una condición enfermiza de su mente, frente a la falta de fe, seguridad propia y optimismo. El miedo a un futuro, que es incierto e indeterminable, y cuyo resultado estará condicionado a nuestra actuación en el día de hoy, hizo más pesada una carga que en la realidad es inexistente. Adicionaron además a esa carga mental, la tentación, el pecado, el demonio; y un castigo de Dios que tampoco existe, porque Dios ama a sus hijos porque son su máxima creación sobre esta tierra.
Tampoco les enseñaron algunos secretos para vivir una vida más plena, que nos regaló Jesús hace dos mil años, y que pueden hacer la diferencia entre el éxito y el fracaso, cuando enseñó: «Si tienes fe como una semilla de mostaza… podrás mover las montañas.», o su recomendación: «Cada día trae su propio problema… le basta a cada día su mal.» También les ocultaron el uso de la más idónea de las herramientas que Él no señaló en la vía de lograr una vida feliz, cuando aconsejó: «Todo lo que pidas orando a mi padre, os será concedido.»
Todo ese temor, desconcierto y negatividad que se sembró en el alma de los jóvenes, es lo que predispone y/o alimenta una mala comunicación en las parejas, que hoy, desventuradamente, en un alto porcentaje no superan los cinco años de unión. Es que un alma atemorizada, siempre temiendo lo peor, considera la felicidad la excepción y la infelicidad la regla. Como consecuencia, le es muy difícil mostrarse como es realmente y darse en su totalidad sin reservas, cuales son dos condiciones indispensables para una buena comunicación en la pareja. Porque, ¿Cómo podría alguien comunicarse bien en una relación tan íntima como la de pareja, si a cada paso presiente un peligro, un riesgo o una celada?
La buena comunicación en la pareja nace de la sana intención, la presunción de buena fe y la confianza en la estatura humana de quien se escoge como compañero para toda la vida. Sin esos elementos esenciales el recurso comunicación es muy frágil. Especialmente cuando uno de ellos trabaja y el otro atiende la casa, porque para entender la pérdida temporal de humor de una esposa que atiende tres diablillos, se requiere comunión de espíritu o hacerse cargo de ellos por un mínimo tiempo, que en estos casos raramente se da.
Para una esposa que está todo el día pendiente de la llegada de su amado, tampoco es fácil comprender que éste llegue tarde o que aparezca estresado, deprimido o de mal humor por los problemas del día en su trabajo. En este mismo sentido, para evaluar la importancia de asistir y lidiar en una reunión de padres y representantes en el Colegio, no basta con emitir el cheque de la mensualidad; ni es fácil de comprender para quien está todo el día bien vestido, perfumado y asistido de una elegante secretaria, la importancia de salir a tomarse un cafecito, compartir con alguien más que no sean lo niños y respirar aire fresco en un sitio agradable con esa persona que se ama, luego de un día que comienza antes de que aparezca el sol, con el aseo de los niños y termina a la hora cuando se les ocurra dormir.
Para procesar todas esas mutuas y domésticas situaciones, analizarlas y entenderlas, sin que se conviertan en pequeñas batallas familiares, no existe otro mecanismo que una buena comunicación, la cual no puede lograrse si ambos no establecen como prioridad y eje de su actuación a la familia, alrededor de la cual deben girar todas sus actividades.
Es que para quien hace pareja convencido de que deja su mundo para comenzar uno nuevo con una persona que le hará más feliz, cuando la comunicación no es buena o se deteriora, ese choque con una realidad inesperada y frustrante puede tener efectos devastadores, porque es todo lo contrario de lo que se previó al conformar la unión. Ciertamente, es la actitud más que los hechos lo que afecta la relación, y la buena comunicación es en si misma una actitud.
La buena comunicación en la pareja es la única posibilidad de que sus integrantes sientan que al unir sus destinos, no han perdido su libertad personal de opinión y de acción. Es también generadora de esa reconfortante impresión de sentirse amado, comprendido y aceptado con su personalidad e identidad propias, convirtiéndose en un arma poderosa frente a los peligros que normalmente amenazan a la pareja bien avenida, como suelen serlo entre otras, las malas interpretaciones, desinteligencias, torpezas, la rutina, el hastío y… la tentación.
No vacilo en asegurar que una pareja que mantenga una buena comunicación, cimentada en el vigor que da el amor y el respeto por la persona humana de su par sobre sus tendencias y convicciones más íntimas, que conlleve la aceptación por la ideología personal e individual del objeto de la vida sobre esta tierra, es frente a los embates de las circunstancias similar a una roca en la montaña, que resiste el frío del invierno, el calor y el fuego del verano, los huracanes y las tempestades… sin perder nunca su fortaleza.
Próxima Entrega: El Reconocimiento I
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