En la dinámica vida de hoy la competencia es el factor de afectación común en los conglomerados humanos. Se compite por todo y con todos: por los negocios y la política; por el prestigio familiar y profesional; por el ingreso a las Universidades y las mejores notas en los estudios; por la belleza y popularidad; por los alimentos y los servicios; por los trabajos, por quien se come el Sándwich más grande de un solo mordisco, y por…el mejor puesto en los juegos de fútbol.
De igual manera, Países y Organizaciones Nacionales, Binacionales y Bloques Geopolíticos deben competir por los mercados de los productos; por los recursos financieros y la energía; por pertenecer a la ONU, OTAN, OMC, OEA, BID, ALALC, MERCOSUR; por mejorar la tecnología espacial; por avanzar en la creación de nuevos mecanismos frente al terrorismo; por el Miss Universo y Míster Músculo… entre otros.
Lamentablemente, la mayor incidencia de esa competencia constante lo es para lograr poder, control, supremacía, fama, prestigio y…riqueza económica; aún con más ahínco que por procurarse amor, salud, educación, justicia social, tranquilidad o paz. Tampoco se orienta esa lucha a ser efectivos en la consecución de vacunas contra el SIDA u otra de las muchas enfermedades endémicas que acogotan al mundo; controlar el trabajo de millones de niños, que en países asiáticos, africanos, centro y suramericanos, en las peores condiciones se les niega su derecho más elemental: ser niños; vencer el hambre y la pobreza que depredan países y regiones enteras, o lograr convenios internacionales para proteger el ambiente, sobre el cual si no hacemos algo desde ya, en menos de cien años nos dejará sin la mayoría de las especies animales y sin agua; con los bosques, las tierras y el petróleo, completamente agotados.
La pareja, como producto y factor social, no podía librarse de los efectos de la globalizada tendencia a competir. En esta relación, la competencia suele funcionar de dos maneras marcadas y diferentes. Especialmente aquellas integradas por quienes realizan actividades laborales y/o generadoras de ingresos fuera de casa, independiente de cual fuere su profesión, labor u oficio, puede manifestarse en sus dos versiones: la primera, que es la competencia de ambos por hacer las cosas mejor, aportar más amor, comunicación, consideración y respeto a la relación, que es actitud indiscutiblemente beneficiosa a la relación porque la fortalece y hace la vida de sus integrantes más agradable, edificante y feliz.
La segunda suele darse cuando compiten entre sí, no sólo desde el punto de vista profesional y del nivel de aporte de ingresos a la familia, sino además por un liderazgo mal entendido, representado por la autoridad, aprecio y atención de sus hijos a favor de uno y desmedro del otro. Este último tipo de competencia, que aunque no tan descarnada y horrible como la comercial o política que a veces pareciera no tener límites, sí suele convertirse en un problema que de no ser detectado y tratado a tiempo, progresivamente va horadando las bases de la pareja hasta convertir el hogar en la casa de habitación de dos extraños, quienes conviven en el mismo techo por pocas horas, pero que no comparten integralmente ni la misma filosofía de la vida ni los mismos intereses, desde el punto de vista de su globalidad.
Sobre la base del aforismo que pareciera haber sido escrito especialmente para las parejas, «Amar no es mirarse el uno al otro; es mirar juntos en la misma dirección.», considero que la única competencia válida entre los miembros de una pareja, es aquella orientada a dar todos los días su mejor trabajo para la fortaleza de la relación. Es esa misma competencia positiva la que se debe profesar para ver quien es el mejor para reconocer a su par por todas las múltiples cosas buenas que hace todos los días; sus valores y aciertos, de tal manera haciendo menos significativas las consecuencias de sus zonas erróneas y desaciertos. Debe ser la búsqueda por lograr y preservar ese sentido de conexión indispensable en la pareja, del engrandecimiento mutuo en búsqueda de la perfectibilidad posible; de la identidad permanente con los valores éticos que harán perdurable la relación.
La otra competencia, sin ninguna duda imperfecta para demostrar que se es mejor en la profesión, o en liderazgo en la familia, o en la generación de ingresos económicos, o… haciendo el amor, me parece simplemente una majadería contraria al sentimiento de unión, solidaridad, participación y buen ejemplo, que motive a los solteros a construir una pareja. Si se quiere, es una forma de dañar y perjudicarse a sí mismo, sin otro resultado que no fuere el demostrar a su consorte su errada escogencia, y que, posiblemente, además de ser competidor es un actor pero de una comedia bufa, ya que a ninguna persona normal puede ocurrírsele invertir tanto amor, dedicación, trabajo y recursos de todo género, como el que se requiere para construir un hogar, para ponerlo en riesgo de manera absurda…
Próxima Entrega: LA COMPETENCIA IMPERFECTA II
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