Aunque me solicitaron escribir sobre como enfrentar las consecuencias de la infidelidad «matrimonial», cual por cierto no tiene porque ser exclusivamente sexual, me referiré a la pareja, ya que, básicamente, lo que afecta la infidelidad es la lealtad, cual es un valor que no es tangible, como sí lo son el órgano y el acto.
Asunto tan complejo por sus orígenes y consecuencias, no es tema que deba tocarse a la ligera o respondido con la emocionalidad inherente. Como todo acto humano, involucra motivaciones y responde a la disminución de sentimientos de consideración, lealtad, valentía, sinceridad, aceptación, y respeto por los pactos que originaron la pareja y sus integrantes.
Para encontrar la raíz del problema debemosdespojarnos de los naturales mecanismos de defensa y muy común tendencia a justificar nuestros actos, independiente de su calificación.
Así tendremos que no es lógico pensar que cuando dos personas se aman y hacen vida en común con vocación de permanencia lo sea con la idea de ser infieles, en contra de su pactos y más sentidas promesas, poniendo en peligro y quizás acabando con una relación íntima, que surgió y se fundó de forma absolutamente voluntaria y deseada por ambos. Por tanto, debe presumirse la existencia de motivos que originaron el acto que violentó la solidaridad mutua.
¿Por quién y cómo se produjeron esos motivos? La tendencia normal es la de cargar toda la culpa en quien materializa el acto desleal, lo cual es humano pero no razonable ni justo; pero menos aún beneficioso para el agraviado, al menos de forma permanente.
Lo apropiado y beneficioso para la tranquilidad espiritual del ofendido, es encontrar los elementos o antecedentes que dieron nacimiento o contribuyeron a que el ofensor tomara decisión tan perjudicial para la unión establecida, su contraparte, y casi siempre para sí mismo -al menos en el aspecto ético y moral- el cual en todo caso podría ocultar, pero no obviar porque vive en su ser interno.
La infidelidad es producto de la acumulación de pequeñas y progresivas insatisfacciones, incomprensiones, desinteligencias, inconsecuencias y… monotonía en la relación, que de alguna manera producen o permiten ambos miembros; eso desencadena el evento indeseable y dañoso que, de haber mediado la atención interesada y cuidadosa del comportamiento de su par, seguramente podría haber sido detectado, determinado, y quizás evitado a tiempo por la parte afectada.
Es fácil y cómodo achacar toda la culpa al ofensor, sin analizar hasta donde se tuvo implicación en originar, contribuir, aceptar, o no detectar a tiempo las motivaciones que originaron la actuación inconveniente. Lo difícil, aunque conveniente, es aceptar con sinceridad y valentía hasta donde no fuimos capaces de detectar o afrontar el problema oportunamente.
No hay otra posibilidad para sobrellevar o disminuir los dolorosos efectos de la infidelidad, que analizar sus orígenes y el porcentaje de implicación personal, que en su concreción corresponde al agraviado.
En la próxima entrega hablaremos de cómo enfrentar objetivamente sus efectos, sacando de esa experiencia el mejor provecho.
