«LOS VACIOS VIVENCIALES SON ESPIRITUALES, NO FÌSICOS»
Hoy comentaré sobre una preocupación que en los habitantes de este mundo contemporáneo, independiente del pensamiento filosófico o religioso individual, es casi colectiva y que normalmente me manifiestan los visitantes de esta página web. Se trata de cómo experimentar a Dios.
Tal aprensión procede del hecho fáctico de que, las personas presienten que no obstante la entidad y magnitud de los éxitos materiales alcanzados, ninguno es suficiente para llenar todos sus vacíos existenciales; cuales algunos traspasan lo material, proyectando una sensación de que superan la vivencia física diaria y por tanto no pueden ser satisfechos en el ámbito físico, pero que tampoco se percibe como encontrar la solución.
Es una especie de reclamo de equilibrio entre lo material y lo metafísico, para aceptar que Dios está a nuestro alcance y en todas partes; que no se trata de una circunstancia eventual o aislada, sino que su presencia invade todo y colma integralmente nuestra vida, suministrándonos el único remedio para esas carencias indeterminables: la tranquilidad espiritual.
Al menos en mi caso, para no correr esos riesgos de expectación perturbadora, percibo a Dios en todo lo que hago: en el sol, en el viento, en los árboles y en las maravillosas creaciones de los hombres; lo oigo en la risa de los niños, en el ruido de las fuentes, en el ruido silencioso del caer de las hojas; y en la palabra… amor.
Vivo con Él las horas de estudio, de trabajo, de entretenimiento; y especialmente cuando duermo, porque es cuando doy rienda suelta a mi mente, sin ninguna atadura o factor perturbador, para juntos en mi alma y espíritu, en la mayor intimidad encontrarme con Él, y en ese mundo nebuloso de creatividad sin límites, confiarle mis sueños y ambiciones, agradeciendo todo lo mucho que me ha otorgado en esta vida.
Por esas, mis propias experiencias vividas, aseguro que no es difícil experimentar a Dios, porque todo se reduce a una actitud y toma de decisión personal e individual: sentirlo inmediato y como parte de nosotros mismos, en vez de imaginarlo mediato o probable de alcanzar.
No obstante que es sano imaginar la existencia de Dios, lo fundamental es sentirlo con nosotros a toda hora, en todo lo que hacemos, en todo lo que oímos y vemos, porque eso aporta a nuestra mayor felicidad posible.
Así que, la solución a la preocupación planteada es muy simple: sentir a Dios para experimentar su presencia, como una fuerza extraordinaria, pero protectora y beneficiosa, que no sólo nos acompaña en el camino de esta vida, sino que permanentemente vela por nosotros.
º