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Archive for the ‘DAR LO QUE SE DESEA RECIBIR’ Category

QUE QUIERO DE TI

FOTO ESPECIAL AMAURI Y  NANCYQuiero que seas como eres: como te lo indica tu naturaleza, como lo siente tu conciencia, como crees que es lo correcto –independiente de cómo a mí me parezca- porque eso es integridad, autoestima; sentir que uno significa verdad, sinceridad, comunicación real;  pero, especialmente, representa amar con libertad, y el amor sin libertad puede ser cualquier otra cosa… pero menos amor; al menos el amor que merece quien se entrega en cuerpo, alma y sin reservas.

Te acepto como tú eres; como una hija de Dios -que no un ángel-  con tus virtudes y defectos, que así como los míos,  con el tiempo la dedicación, la ayuda mutua para mejorar, iremos acrecentando unos y disminuyendo los otros. Sé y no tengo duda que eres especialmente honesta, sincera y tierna; no tengo duda de tu potencial de crecimiento físico-espiritual, de tu generosidad, de tu capacidad para soñar  y hacer de tus sueños un proyecto posible y lograble, en el cual yo siempre tengo cabida.

Quiero que no cambies nunca, porque tú me inspiras respeto, consideración, atención y deseos de vivir siempre a tu lado. No me importa para nada qué hiciste o pensaste de las cosas fundamentales de la vida antes de  conocerme, porque sobradamente me has demostrado que lo que yo considero importante en nuestra relación, también lo es para ti y eso nos hace un equipo imperdible, donde el triunfo es mutuo y no individual.

Nunca temas que si cometes un error, independiente de su magnitud, te juzgaría, porque ese es trabajo de Dios y no de alguien que te ama como yo.  Lo que sí tienes que saber es que si llegara a suceder, en mí tendrías la mano extendida y el corazón abierto para ayudarte a encontrar la solución; porque, precisamente, por eso te quiero como eres.

Ninguno de los dos es indispensable para vivir, pero nos complementamos y equilibramos, cual es como decir que para una vida feliz e integral nos necesitamos,  y aquí estaremos, voluntariamente, siempre  el uno al lado del otro.

Te quiero con tu edad;  esa que paró mi reloj el día que te conocí. Nunca has sido ni más joven ni  más vieja, porque siempre has tenido la edad ideal para amar  mágica e intensamente en el hoy, que es lo único que es nuestro, actual y seguro. Por eso, te quiero… como eres.

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ENCONTRARSE A SI MISMO

mujer pénsando

Encontrarse a sí mismo no es algo que se quede en una frase banal; sino por el contrario, representa algo muy serio, cuyo resultado pudiera ser decisivo en el futuro, en la existencia de cualquier persona; especialmente quienes ya no siendo adolescentes, piensan seriamente en su proyecto de vida.

Encontrarse a sí mismo tiene que ver con la óptica personal de qué es lo que creemos y esperamos de la vida; de qué sentimos que requerimos y cómo haremos parase trata de realizarlo. De alguna manera, se trata de cómo entendemos nuestra capacidad para trazar, modelar y realizar ese largo, pero interesante, camino sobre esta madre tierra.

Todo tiene que ver con nuestra concepción físico-espiritual de lo que es… vivir. Consecuentemente, involucra principios y valores, que serán los rectores de todas y cada una de nuestras actividades, para lograr nuestros tales fines. En tal sentido, se requiere una gran sinceridad con nosotros mismos, en ese recóndito pero ineludible lugar dentro de nuestro interior, denominamos conciencia.

Encontrarnos con nosotros mismos es determinar sin duda, qué es lo que queremos hacer de nuestra vida, lo cual nos llevará a actuar en consecuencia. Determinada esa meta, no podemos desviar ninguno de nuestros pasos y, si sucediere, corregirlos a marcha forzada, porque es de suponer que cada uno de nuestros actos los realizaremos en función de ese importante objetivo que nos hemos planteado.

Involucra la globalidad de nuestro proceder como estudiantes, trabajadores, miembros de una familia y de una comunidad. Así, cuando nos encontramos con nosotros mismos y por tanto sabemos qué es lo que queremos de la vida, escogeremos la pareja apropiada, estudiaremos lo que se compadezca con esa forma de vida que queremos y trabajaremos en lo que estimamos idóneo con nuestras ambiciones. Siempre desde una óptica holística; esto es, con visión integral y de conjunto.

No pueden andar nuestras ambiciones y actuaciones separadas, sino que todo debe girar alrededor de ese eje que es la forma de vivir escogida. Por eso es tan importante la sinceridad con nosotros mismos, para que toda actuación nos aleje de cualquier frustración o trauma, llenándonos de realización; porque en función de nuestro objetivo crecemos física y espiritualmente a medida que avanzamos, convirtiendo los problemas en asuntos por resolver y los obstáculos en acicate para luchar con más fuerza, en función de nuestro proyecto personal de vida.

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La cara de Dios

 

 Creo que el factor predominante en el progresivo estrés que aqueja nuestra sociedad, lo produce la falta de reflexión personal sobre el balance entre las cosas buenas que nos da la vida “Bendiciones” y aquellas de las cuales carecemos.

Esas cosas buenas que nos da la vida “Bendiciones”, suelen tener dos características fundamentales: a) Todos  disponemos de ellas sin gran esfuerzo; y b) No se requiere dinero para obtenerlas. Sin embargo, sobre estas cosas buenas que nos da la vida, normalmente no hacemos la evaluación debida, lo cual hace  nuestra vida menos agradable de lo que realmente debería ser.

Cuando trato con alguien que noto alegre y satisfecho, se trata de  quien disfruta de esas cosas buenas de la vida “Bendiciones”,  como la vida misma, el aire, el agua, el amor, la utilización de sus sentidos y sentir un mundo lleno de gente buena.

En la oportunidad de tratar con personas que parecen tristes, perturbadas o preocupadas, sucede lo contrario. Cuando  inquiero sobre la causa de su tristeza, casi siempre, se trata de la sensación de una carencia,  lo cual no es más que de alguna cosa que equivocadamente consideran  fundamental;  sin ser más que un asunto por resolver.

Dios, nos dio gratis y sin mucho esfuerzo  las cosas fundamentales para nuestra  vida integral. Por ejemplo, el aire no requiere ningún esfuerzo o erogación para obtenerlo; asimismo, el agua, sin lo cual no viviríamos más de una o dos semanas, la conseguimos en todas partes con  facilidad; la alimentación está disponible en todas partes; y el amor, sin el cual no podríamos realizarnos material y espiritualmente, tampoco se vende y está disponible en cada ser humano.

En cambio las “carencias” como  el trabajo, la ropa, donde cobijarse y el dinero, no son fundamentales para sobrevivir físicamente, y con diligencia logramos superarlas: en verdad, no son problemas, son  asuntos por resolver y estamos dotados de todas las capacidades para solucionarlos.

Pero, paradójicamente, no es el disfrutar sin esfuerzo de tales bendiciones lo que ocupa la mente de las personas; su gran preocupación es la carencia de cosas que no son fundamentales para la vida. Seguramente que, si reflexionaran sobre lo maravilloso de disponer de tantas bendiciones, haría balancear las carencias de la vida diaria,  y bajaría el alto porcentaje de estrés, cual por cierto, es fuente de la mayoría de las enfermedades.

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Soy experto en eso de cumplir años; de hecho he cumplido sesenta y nueve, cual es una cifra que a nadie disgusta. Estoy satisfecho y disfruto mi edad, tanto que disiento de mis colegas de juventud prolongada, quienes con la edad,  progresivamente, descuidan la atención a su figura.

Siento que es un compromiso conmigo mismo mantenerme lo mejor posible, pero especialmente con mi pareja, porque es una forma expresivamente sentida de decirle: me importa como me veas porque… te amo.

El paso firme,  pelo bien arreglado, vestimenta apropiada, perfume agradable, buen humor y… una amplia sonrisa,  pueden hacer la diferencia entre una imagen de “viejo desgarbado” y una persona de “edad interesante”.

No es que los anos sean un estigma, pero buen tinte en el pelo, elegantes lentes de sol, ademanes gentiles y una cara de buenos días, además de elevar la autoestima, son capaces de presentarnos con cinco o diez anos menos de los que realmente tenemos, lo cual a nadie hace dano y nos hacen sentir de maravilla.

Conservarse activo; regalarse con el ser amado o los amigos un cafecito en un sitio público (que no en el Club de los Viejitos); un paseo diario, cuando un bailecito y… hacer el amor cuando se pueda, traducen la mejor medicina contra el estrés y el hastío, cuales son nuestros peores enemigos.

Desterrar conversaciones sobre médicos, achaques o enfermedades y comentar que nos sentimos “mejor que nunca” cuando nos preguntan por nuestra salud, logra que las personas apetezcan compartir con nosotros y se interesen por conocer como logramos ese buen estado de ánimo.

Una dama de ochenta anos, elegantemente vestida y un pelo gris que no canoso bellísimo,  quien igual que yo pidió un whiskey en las rocas, me contó que conduce al hospital donde trabaja,  y todos los anos en vacaciones, viaja a Europa o Medio Oriente… completamente sola. Al despedirnos, cuando le manifesté mi admiración por su talante de mujer joven, me dijo con una bella sonrisa:

-El cuerpo es importante y debemos cuidarlo, pero lo es más el espíritu  y ese, definitivamente, no envejece.” Ella es un ejemplo de que trabajo, optimismo y confianza alargan la vida; y eso deberíamos aprenderlo.

Alguien escribió: la vida no es una fiesta pero debemos bailarla. Suscribo integralmente este apotegma. Nuestra existencia es una aventura emocionante, pero aunque no lo fuera tanto, seguramente vale la pena bailarla.

 

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Si el planeta se mueve, todos nos movemos y si el mundo avanza, todos avanzamos; no es nada extraordinario, catastrófico o que deba atemorizarnos.

La sinergia domina el escenario, pero eso tampoco es nuevo; que lo hayamos observado o no es otra cosa, pero siempre fue y será así. No es cierto que antes el mundo anduviera más lento, que la gente fuera más o menos noble, más o menos leal o decente, mejor o peor. Seguimos siendo los mismos seres que habitamos esta madre tierra: las mismas necesidades, ambiciones, sueños y… esperanzas.

Que el planeta aumente o disminuya sus vibraciones con el correr de los milenios –mientras lo mismo sucede en el espacio sideral- es algo de casi aceptación general, y que de alguna manera nos afecte, pareciera lógico. La influencia de esas vibraciones es casi imperceptible, porque vivimos muy poco tiempo, comparado con los lapsos en los cuales se producen esos cambios.

Lo cierto es que antes, después y más allá de cualquier aumento de la vibración universal, seguimos siendo los mismos hijos de Dios, con inusitada capacidad de adaptación al medio y a cualquier nueva situación. Independientemente de cualquier predicción o profecía –positiva o negativa- hoy más que nunca sentimos la necesidad de encontrar esa luz especial que da a nuestra vida una mayor espiritualidad.

Como seres humanos, de forma exclusiva, manejamos el recurso máximo: el amor, que es la fuente de toda generosidad, paz, alegría y felicidad; con el amor como escudo podemos resistir cualquier temor, angustia, depresión o enfermedad, producto de no entender ese nuevo tiempo que atemoriza a unos y excita a otros.

Nuestra razón nos obliga a aceptar los cambios y ponerlos a nuestro favor; es lo que han hecho los hombres y mujeres inteligentes y exitosas a través de los siglos. La bipolaridad de los valores y los hechos tampoco es nuevo, pero el hombre siempre ha sabido manejarlo.

Nada sucede sin una razón ni existe evento casual, porque todo está ordenado en el Universo. Estamos obligados a mirar el lado positivo de las cosas y los sucesos, porque aún la más adversa circunstancia tiene una parte positiva. Nosotros decidimos la óptima que aplicamos. Al fin y al cabo, somos una generación privilegiada: conocimos dos siglos y dos milenios, en los cuales se produjeron cambios trascendentales en los campos de la ciencia y la humanística, y eso sólo sucede cada mil años.

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No me interesa mi edad, pero si me preguntaran cuanto he vivido, entonces puedo hablar de esos espacios de tiempo, que para mì no tienen decisiva importancia. Lo trascendente es cómo he vivido, porque siento que tengo los años que quiero y que disfruto… intensamente.

Hago lo que considero bueno; de tal manera, emprendo mis proyectos viviendo intensamente el camino de realizarlos, sin darle demasiada importancia al resultado; si tengo éxito me congratulo, pero si fracaso atesoro el aprendizaje y acto seguido inicio uno nuevo.

Los años vividos me han permitido mirarle la espalda a las cosas; por lo cual, me apasiona vivir cada momento y sus detalles; en la vía de lograr mis cometidos son cada paso o circunstancia, lo que me permite sentir las cosas, disfrutar de las personas y apreciar la obra de Dios en las soleadas mañanas al inicio de la faena, o las puestas de sol en la tarde cuando descanso, luego de un día agotador pero emocionte.

Es tan lindo sentir que se ha vivido gustando de lo que se hace, más que haciendo lo que nos gusta; que el cuerpo y el cerebro –sin importar las dificultados- siempre dicen: sí… adelante.

¿Que valor tienen los años si lo importante es cómo se han vivido? No es haber vivido poco o mucho lo que determina lo vivido, sino la intensidad, satisfacción, emoción, alegría, generosidad y la felicidad con que se ha recorrido el interesante camino de compartir la existencia.

No existe edad especial o ideal para amar, esperar, desear, disfrutar del amor, la familia y… ser útil. Puede el joven, adulto o viejo, igualmente sentir el calor del afecto, el frío de la soledad o el sabor agridulce de las lágrimas. Nuestros sentimientos no dependen de la edad, ni es algo que se construya fuera de nuestra interioridad; se trata del obrar humano, que paulatinamente forma óptica de ver la vida y las cosas, y por ende, cómo logramos nuestra realización individual.

Haber vivido intensamente, disfrutando de las muchas bendiciones que Dios puso sobre esta tierra, nos permite mirar el mundo sin temor, en paz con nosotros mismos y nuestros semejantes; nos ayuda a pensar que fue bueno haber nacido, haber sentido que de una u otra manera, esos hermanos nuestros que caminan sobre la tierra, independiente de su edad, contribuyeron decisivamente para que se diera ese fenómeno típico de los seres pensantes: una vida feliz.

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AFRONTANDO ERRORES

Con el correr del tiempo, los seres humanos acumulamos errores y aciertos, que podemos lamentar, celebrar o simplemente… olvidar. Los aciertos, por sí mismos constituyen motivo de regocijo y de auto reconocimiento. Pero, los seres humanos suelen cargar sus hombros con los errores del pasado, acumulando frustración que enturbia su presente, en el cual por cierto nada se puede hacer por remediar el pasado. En otros casos, suelen lamentar dolorosamente tal o cual actuación o decisión –que hoy por sus nuevas experiencias- consideran hubieran podido evitar o tomar de forma más apropiada.

En verdad, no deberíamos lamentar lo que hicimos a conciencia, porque fue producto de nuestro libre albedrío, en una oportunidad determinada y por motivaciones específicas y especiales de ese momento. Es que, si salió mal o fue menos agradable de lo que hoy pensamos que hubiera podido ser, sería una consideración fuera de tiempo, porque lo que hicimos lo fue a conciencia y mejor o peor… lo vivimos de la forma como lo quisimos.

Nuestras actuaciones pasadas, acertadas o erróneas fueron nuestras; en su momento las meditamos, estimamos sus pro y sus contras; medimos el riesgo, decidimos y actuamos; de tal manera que, en su momento aceptamos sus consecuencias como producto de nuestras actuaciones propias y voluntarias. A nadie podríamos culpar de haber actuado como actuamos o haber sido como…fuimos: se trata de lo que fue, pero que ya no existe.

En aquellos tiempos amamos, reímos, lloramos, sufrimos, pero también… fuimos felices. Hoy no podemos calificar ninguno de esos sentimientos, porque, de alguna manera, sin ninguna duda e independiente de su entidad, somos… diferentes y la capacidad de comparación la afecta gravemente… el tiempo.

Afrontar con entereza, sin lamentos, dolor ni tristeza lo que ayer hicimos, independiente de su resultado no es más que reconocer nuestro derecho a actuar conforme a nuestra propia voluntad. Es ser consecuentes con nosotros mismos, con nuestros valores de ayer, de hoy y… de siempre.

Pero al final, si somos sinceros con nosotros mismos, aceptaremos que gracias a esa acumulación de experiencias mejores o peores, dulces o amargas, hoy tenemos mayor capacidad para evaluar situaciones similares o parecidas. De alguna manera, fueron la escuela donde educamos nuestro carácter, donde aprendimos que lo importante no es lo que hicimos o fuimos ayer, sino lo que hacemos o somos hoy; porque es ahora, en este momento cuando podemos experimentar lo bello de sentirnos vivo, felices y satisfechos con nosotros mismos.

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Vivo por días, lo disfruto intensamente las veinticuatro horas. Quienes viven por años tienen la posibilidad de ubicarse en la estación que les plazca disfrutandola a placer, porque no dependen de tiempo o espacio sino de su voluntad personal. Quien se sienta alegre, vigoroso y activo, disfrutando los colores de las flores, el canto de los pàjaros y la mùsica especial de la palabra amor, independiente de su edad, estará en primavera.

Si no obstante ser jóven se siente cansado, taciturno, pesimista, descuidando deleitarse en el bello sol del dìa, la calidez del frìo nocturno, la cantarina risa de los niños y el caer del agua en las quebradas, el aroma de las flores, estará ubicado en invierno.

Aquellos que sienten que la envidia corroe sus entrañas, que su vida no ha sido justa y se queman en la hoguera de los odios y la frustraciòn, viven en los rigores del calor del duro verano.

Los que se sienten doblegados por su edad avanzada, otorgando a la juventud màs trascendencia de la que tiene, sin considerar los grandes logros històricos de hombres realmente viejos; que el no disponer de riqueza y poder les hace demasiado vulnerables; que recuerdan nostàlgicos lo que fue y temen a lo que vendrá, viven sin remedio en el otoño.

Es que ser felices es un compromiso personal y una forma de agradecer a Dios nuestra existencia. Aun sin movernos podemos viajar con nuestra mente donde queramos y sin limitaciòn alguna.

Podemos soñar cuanto deseemos y convertirlo en realidad. Si imaginamos montañas cubiertas de nieve como maravillosas, podemos ser felices, pero si suponemos el frìo congelante, nos aterrorizaremos con su presencia. Imaginar ricos manjares, su sabor y aroma nos hace disfrutarlos con deleite, pero convencernos de que engordan o indigestan nos hace aborrecerlos.

Si aceptamos la enfermedad como excepcional y no como normal, porque son el escape de sentimientos retenidos, rencores y frustraciones represados; consecuencia de la insatisfacciòn, falta de desprendimiento, aceptación, amor y generosidad, nuestra salud será invulnerable. De hecho, no conozco personas realmente felices que se sientan o manifiesten enfermas.

Fuimos diseñados para amar, no importa donde, cómo, cuando ni a quien, y eso nos hace bellos, saludables y generosos. En una vida tan corta, donde los buenos somos mayoría, nuestro destino es hacer lo que nos satisfaga y nuestro fin la felicidad. Nos toca escoger y no es nada difìcil hacerlo.

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¿Pueden todas nuestras vicisitudes denominarse problemas?

Aunque pareciera una creencia generalizada que todo lo inconveniente es un problema, pienso que en nuestra cotidianidad, la mayoría de los supuestos problemas no son más que asuntos por resolver, lo cual cambia radicalmente el estatus de su solución.

En mi criterio –práctico que no semántico- los reales problemas humanos son aquellos en cuya solución no podemos personalmente influir, o que no tienen solución conocida. Por ejemplo, la muerte de una persona amada; porque nada podemos hacer o influir para restituir su vida, cual sería la única solución al caso.

Cualquier otra circunstancia que nos afecte negativamente, en la cual nuestra gestión, diligencia o acción pueda incidir para producir una solución, es un asunto por resolver y como tal, susceptible de solución en la medida de nuestra efectividad. Por ejemplo, la pérdida de un amor, una enfermedad, una situación difícil de trabajo o económica, no pueden considerarse problemas sino asuntos por resolver y, a nadie más que a nosotros mismos corresponde resolverlos.

Tal óptica vivencial se hace interesante, ya que, al hacer depender las posibles soluciones de nuestra propia gestión o diligencia, pone los asuntos por resolver en nuestro ámbito de acción personal y efectividad, evitándonos culpar o esperar que otros los resuelvan y forzándonos a utilizar nuestra mejor capacidad para producir lo concerniente.

Muchos asuntos por resolver se convierten en verdaderos problemas, precisamente por esa visión pesimista que los presenta como predestinados, o fatalmente dependientes de la suerte, gestión y diligencia de terceros, creándonos una fijación mental negativa, que nos impide actuar oportuna, diligente y efectivamente.

Los reales problemas en nuestra vida son muy pocos, ya que, en su mayoría, son asuntos que podemos resolver, en tanto y en cuanto creamos en nuestro poder personal y capacidad para enfrentar cualquier reto, por grave que este fuere. Es que, aún la muerte, que generalmente se concibe como un problema sin solución, en determinados casos o situaciones, más que un problema se convierta en una solución para el fallecido y/o personas de su entorno íntimo o cercano.

No obstante, la historia nos ha enseñado que, al final, lo importante no es la definición de los sucesos sino la trascendencia que les demos; porque nada sobre esta tierra es tan terrible o desastroso, que con el pensamiento positivo, la fe en nuestra capacidad personal, diligencia, trabajo y la ayuda de Dios, no podamos encontrarle solución apropiada.

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Hoy mantuve dos reuniones interesantes; la primera, con un activo luchador social e inscrito desde siempre en las teorías izquierdistas; la segunda, una empresaria desde el punto de vista filosófico-político, en el lado opuesto. En ambas la constante fue la preocupación por los vacíos existenciales que no logra llenar el poder, la riqueza ni la fama, que para mí responde a la necesidad de encontrar un medio para crecer espiritualmente.

Se trata del hastío de tanto materialismo que pretende imponerse frente a los principios y valores que fueron las raíces sobre las cuales cimentamos el desarrollo de familias honestas, con padres e hijos que disfrutaran de gozo, plenitud y solidaridad perdurables, pero conscientes de su importante rol individual, como guardianes de esos principios y valores, sin los cuales el hombre deja de ser importante frente al poder, la riqueza y la fama.

Quienes hemos mantenido esos principios y valores, dentro de los cuales Dios y el amor al prójimo son los principales, ni tenemos vacíos vivenciales, ni tenemos temores; porque al sentirnos hijos de Dios y por tanto imbuidos de su poder y amor, haciendo introspección del compromiso con nuestro congéneres, así como nuestra extraordinaria capacidad de adaptación a cualquier situación por muy difícil que fuere, la plenitud es tal, que no tenemos espacio para ningún vacío, porque ese coctel maravilloso compromiso-amor es demasiado dinámico, renovador y reconfortante.

No existen mecanismos de carácter externo, que divorciados de los principios y valores humanos, puedan substituir la espiritualidad de que éstos últimos están imbuidos; y como consecuencia, no son los elementos materiales como la riqueza o el poder, los que pudieran llenar esos vacíos que nacen y sólo pueden ser satisfechos por elementos intangibles como el amor, la solidaridad y el respeto por la persona humana, prioritarios frente a cualquier circunstancia económica, de poder o bienes tangibles.

Siento que se hace necesario reencontrarnos con la espiritualidad, dando oportunidad de expandir hacia el exterior ese potencial de amor y solidaridad humana, que todos tenemos como parte de nuestra herencia divina; aceptando gozosos, que nuestro espíritu prevalece frente a nuestra condición física, y por tanto es allí donde nace y se desarrolla la esencia de nuestra individualidad; y que de él depende la indispensable armonía físico-espiritual, que nos blinda frente a cualquier tentación, debilidad o adversidad, pero muy especialmente frente a esa insatisfacción angustiosa, de sentir y no saber como llenar esos vacíos… existenciales.

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