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Archive for the ‘AÑOS DORADOS’ Category

Normalmente escucho a personas que son padres, frases como “…a tal pareja se le fueron los hijos”, o “…cuando los hijos se van” y me parece que aún siendo progenitores, nunca entendieron la esencia de la paternidad. No obstante la sabia admonición de Kalil Gibrán en cuanto a que “…los hijos no son nuestros hijos, sino que son hijos de la vida…del amor” y que nosotros los padres sólo somos los arcos, los  hijos las flechas, pero el arquero es Dios, por lo cual sólo Él sabe dónde irán y cuál será su destino, ese mismo hecho de que seamos el medio mediante el cual Dios los envió a este mundo, conlleva una inconmensurable e interminable responsabilidad.
Los hijos vienen a este mundo  a traernos amor, compañía y compromiso. Son sin duda alguna el elemento que hace más solida la unión de pareja, precisamente porque son la conjunción física que hace integración físico-espiritual de la pareja. Tan importante es el padre como la madre en esa creación magnífica, que es capaz de eternizar el amor de dos personas sobre esta tierra de Dios.
Desde que nacen los amamos y continuamos amándolos hasta después de esta vida física. No importa su inteligencia, diligencia, bondad, humor o lealtad, nosotros siempre los amaremos. No importa si están cerca o lejos, los amamos y ocupan todo nuestro pensamiento y nuestras oraciones. Si están en casa, o en la Universidad, o si se mudan o se casan, nuestro amor está ahí con ellos… permanentemente.
Los hijos no se van, nunca se van; no es posible que se vayan; tampoco nadie puede llevárselos, porque seguirán allí en nuestro corazón, en nuestra alma, en lo más hondo de nuestros sentimientos, donde no hay tiempo ni espacio.
Quienes tenemos como padres ese convencimiento, nunca tememos que se alejen, porque no tienen como alejarse. Cuando se casan nos sentimos felices porque harán su propio nido y, como nosotros, decidirán su propia forma de ver la vida y las cosas, fortaleciendo la familia;  pero siguen con nosotros, por eso no nos entristecemos.
Po experiencia propia, tengo tres hijas y dos varones; las hijas desde hace muchos años en el exterior y los varones en el país. Soy afortunado porque con todos tengo permanente y amorosa comunicación. Como padre nunca he sentido que se han ido. Yo siento que ellos palpitan en mi alma permanentemente, como la máxima razón de mi vida.

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La cara de Dios

 

 Creo que el factor predominante en el progresivo estrés que aqueja nuestra sociedad, lo produce la falta de reflexión personal sobre el balance entre las cosas buenas que nos da la vida “Bendiciones” y aquellas de las cuales carecemos.

Esas cosas buenas que nos da la vida “Bendiciones”, suelen tener dos características fundamentales: a) Todos  disponemos de ellas sin gran esfuerzo; y b) No se requiere dinero para obtenerlas. Sin embargo, sobre estas cosas buenas que nos da la vida, normalmente no hacemos la evaluación debida, lo cual hace  nuestra vida menos agradable de lo que realmente debería ser.

Cuando trato con alguien que noto alegre y satisfecho, se trata de  quien disfruta de esas cosas buenas de la vida “Bendiciones”,  como la vida misma, el aire, el agua, el amor, la utilización de sus sentidos y sentir un mundo lleno de gente buena.

En la oportunidad de tratar con personas que parecen tristes, perturbadas o preocupadas, sucede lo contrario. Cuando  inquiero sobre la causa de su tristeza, casi siempre, se trata de la sensación de una carencia,  lo cual no es más que de alguna cosa que equivocadamente consideran  fundamental;  sin ser más que un asunto por resolver.

Dios, nos dio gratis y sin mucho esfuerzo  las cosas fundamentales para nuestra  vida integral. Por ejemplo, el aire no requiere ningún esfuerzo o erogación para obtenerlo; asimismo, el agua, sin lo cual no viviríamos más de una o dos semanas, la conseguimos en todas partes con  facilidad; la alimentación está disponible en todas partes; y el amor, sin el cual no podríamos realizarnos material y espiritualmente, tampoco se vende y está disponible en cada ser humano.

En cambio las “carencias” como  el trabajo, la ropa, donde cobijarse y el dinero, no son fundamentales para sobrevivir físicamente, y con diligencia logramos superarlas: en verdad, no son problemas, son  asuntos por resolver y estamos dotados de todas las capacidades para solucionarlos.

Pero, paradójicamente, no es el disfrutar sin esfuerzo de tales bendiciones lo que ocupa la mente de las personas; su gran preocupación es la carencia de cosas que no son fundamentales para la vida. Seguramente que, si reflexionaran sobre lo maravilloso de disponer de tantas bendiciones, haría balancear las carencias de la vida diaria,  y bajaría el alto porcentaje de estrés, cual por cierto, es fuente de la mayoría de las enfermedades.

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Como en una oportunidad comentara Lin Yutang, admiramos y amamos los monumentos viejos; mientras más antiguos, más admiración y amor. ¿Pero sucede lo mismo con  los seres humanos? Pareciera que no.

De hecho, en estos tiempos, nuestros ancianos no son considerados con el respeto debido a su edad, experiencia y sabiduría, que les dejaron los años. No soy Matusalén ni me considero un anciano porque sólo tengo 71 años, pero cuando era niño y aún joven, se respetaba y veneraba a las personas de  larga edad; se les oía con atención y respeto, se les cedía el paso y se les ayudaba de toda forma posible.

Hoy, es terrible observar la poca atención y casi desprecio que personas, especialmente las muy jóvenes, sienten hacia los ancianos. Como ejemplo, he visto una pobre anciana tratar de cruzar la calle en medio de varios jóvenes y ninguno se preocupó de ayudarla, no obstante que el semáforo estaba en amarillo.

Pareciera que las personas jóvenes olvidaran que la juventud como la belleza son pasajeras, pero que indefectiblemente, si tienen la suerte de sobrevivir, acumularán años que podrán hacerles sentirse “viejos”; ya que, como es cierto, sólo  es “viejo” no quien acumula años sino quien así se siente.

Cuando observo a mis colegas de edad avanzada, la mayoría con esa mirada reposada, actitud tranquila y amable, que da el haber experimentado los muchos eventos y altibajos que se producen cuando se han superado varias décadas, pienso que los jóvenes desperdician el conocer por boca de ellos esas experiencias, que, quizás, en el futuro pudieran evitarles graves inconvenientes.

El  colmo de esta paradoja horrible lo observamos en los pensionados del Seguro Social. Estos ancianos trabajaron durante muchos años y ayudaron a construir este País que las nuevas generaciones casi han destruido. Los he visto con muletas, con andaderas y con sillitas portátiles, haciendo largas colas bajo el sol a las puertas de los bancos, para cobrar lo que no es una dádiva ni un regalo, sino  el retorno de lo que ellos aportaron de sus sueldos durante muchos años.

Soy feliz, aún sufriendo de un cáncer que me tuvo cinco meses entre la vida y la muerte, porque sé que haber alcanzado mi edad, creado una bella familia, sido de utilidad para los demás  y haber logrado muchos amigos,  ha sido una hermosa aventura que ojalá quienes desprecien a los “viejos” pudieran  alcanzar.

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¿Qué es la juventud o la vejez y cómo se presenta más allá de la edad cronológica?

Más allá de la semántica, estas interrogantes quedan al arbitrio de quien sobre ellas quisiere predicar algo.

He compartido con personas que acumularon varias decenas de años, pero tenían viva y activa su curiosidad, entusiasmo e interés por explorar nuevos caminos y proyectos,  quienes  de tal manera mantenían una juventud prolongada.

Quien acuñó el término “años dorados” fue alguien realmente brillante. Es esa edad la que nos permite mirar la espalda de las cosas, cuando parados sobre el pedestal de lo vivido, podemos determinar sin mucho problema quienes realmente son viejos  porque se sienten como tales  y quienes, independiente de los años vividos, disfrutan de juventud prolongada.

También he conocido algunos que  a los treinta años, por su forma de ver la vida y las cosas, su temperamento timorato, taciturno y negativo, parecían encontrarse de vuelta del final del camino, cual verdaderos… viejos.

Porque… más allá de la apariencia física ¿Qué diferencia la juventud de la vejez,  sino el entusiasmo, la curiosidad, el deseo de emprender, experimentar nuevos senderos, retos y proyectos?

¿No es el deseo de soñar, amar con pasión, enfrentar con valor y optimismo la cotidianidad y sus desafíos, independiente de cual fuere su entidad?

No son la cantidad de años vividos lo que determina la actitud juvenil, que se materializa en la aptitud y arrojo al plantearse metas, fantasías e ilusiones, para avanzar de frente y sin tregua a la consecución de su logro, en un mundo sinérgico y cambiante, sino la actitud frente a la vida y sus circunstancias.

Recordemos que fueron personas mayores de cuarenta años, quienes sintiéndose con su juventud prolongada, realizaron los mayores e importantes aportes a la civilización; sin que eso signifique  que brillantes jóvenes no aporten, especialmente en el mundo cibernético,  grandes beneficios a la sociedad contemporánea.

Un sesentón me decía: me siento muy bien con mi edad, tengo dieciocho años, porque los restante cuarenta y dos son de… experiencia.

Lo entendí perfectamente y creo en ello. La edad cronológica es subsidiaria a la edad que sentimos tener. Si nos apreciamos entusiastas, enamorados de la vida y de la gente, sin duda somos jóvenes; pero, si sentimos desgano, aburrimiento y no nos entusiasman los retos y nuevos proyectos, aunque tengamos pocos años, simplemente somos… viejos;  bendito Dios que la decisión es nuestra.

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¿A quién importa la edad de una mujer interesante, que exuda entusiasmo y amor por la vida; que impresiona con algo que  va más allá de la presencia física; especialmente aquella que ya no es una chiquilla inmadura y alocada, sino que enjuga en su personalidad esa parte de la juventud que nunca perderá, y ese aplomo frente a cualquier situación, que la hace admirable, naturalmente bella, segura de sí misma, un poco enigmática y como la fruta “hecha”… deseable?

La veo llegar y la examino de arriba abajo; la percibo pulcra,  con aroma de flores de mañana fresca,  con atuendo discreto pero muy femenino, donde se conjuga la coqueta vanidad de mujer bonita, con la elegancia que corre por sus genes, para hacer ese coctel mágico que las hace especiales y… “sexy”.

Pertenecen a una generación romántica pero realista; que amó y sabe amar intensamente, pero segura del derecho a la reciprocidad merecida. Que por amor lo da y exige todo; que no endosa su dignidad ni identidad en aras de un sentimiento que limite o niegue amar… con libertad.

Han acumulado conocimiento y experiencia sobrada en el compartir lo mejor y lo peor; aprendieron, experimentaron y vivieron la resistencia, la aceptación, la fantasía y la pasión en el amor y…  el sexo; pero nunca se resignaron a vivir una relación insincera, apática, aburrida o mentirosa, porque si fracasan en una relación, saben que en el camino de su vida, alguien viene para darles lo único que exigen y merecen: amor sincero.

A estas mujeres no hay mucho que enseñarles pero bastante que aprender de ellas; substancialmente, mantener el equilibrio, dando trascendencia a la lealtad y el compromiso, frente a cualquier regresión atávica, derivada de instintos primitivos.

Han trillado el camino de media vida esquivando baches, subiendo colinas y bajando al pozo a tomar agua clara; recibiendo espinas y retornando flores; luchando por mantener su identidad propia, frente a tanto iluso que suele equivocarse y terminar perdiendo el rumbo. Que no es fácil perturbarlas o  hacerlas pasar un mal rato.

Son inmejorables para hacer pareja, porque tienen mucho que ofrecer, saben lo que quieren y como dar lo mejor. De ellas aprendí que la vida es bella, que vale la pena vivirla intensamente. De alguna manera, representan esa realidad que me permite ratificar, que es cierto que podemos ser felices en pareja, si acertamos en escoger la persona apropiada.

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No me interesa mi edad, pero si me preguntaran cuanto he vivido, entonces puedo hablar de esos espacios de tiempo, que para mì no tienen decisiva importancia. Lo trascendente es cómo he vivido, porque siento que tengo los años que quiero y que disfruto… intensamente.

Hago lo que considero bueno; de tal manera, emprendo mis proyectos viviendo intensamente el camino de realizarlos, sin darle demasiada importancia al resultado; si tengo éxito me congratulo, pero si fracaso atesoro el aprendizaje y acto seguido inicio uno nuevo.

Los años vividos me han permitido mirarle la espalda a las cosas; por lo cual, me apasiona vivir cada momento y sus detalles; en la vía de lograr mis cometidos son cada paso o circunstancia, lo que me permite sentir las cosas, disfrutar de las personas y apreciar la obra de Dios en las soleadas mañanas al inicio de la faena, o las puestas de sol en la tarde cuando descanso, luego de un día agotador pero emocionte.

Es tan lindo sentir que se ha vivido gustando de lo que se hace, más que haciendo lo que nos gusta; que el cuerpo y el cerebro –sin importar las dificultados- siempre dicen: sí… adelante.

¿Que valor tienen los años si lo importante es cómo se han vivido? No es haber vivido poco o mucho lo que determina lo vivido, sino la intensidad, satisfacción, emoción, alegría, generosidad y la felicidad con que se ha recorrido el interesante camino de compartir la existencia.

No existe edad especial o ideal para amar, esperar, desear, disfrutar del amor, la familia y… ser útil. Puede el joven, adulto o viejo, igualmente sentir el calor del afecto, el frío de la soledad o el sabor agridulce de las lágrimas. Nuestros sentimientos no dependen de la edad, ni es algo que se construya fuera de nuestra interioridad; se trata del obrar humano, que paulatinamente forma óptica de ver la vida y las cosas, y por ende, cómo logramos nuestra realización individual.

Haber vivido intensamente, disfrutando de las muchas bendiciones que Dios puso sobre esta tierra, nos permite mirar el mundo sin temor, en paz con nosotros mismos y nuestros semejantes; nos ayuda a pensar que fue bueno haber nacido, haber sentido que de una u otra manera, esos hermanos nuestros que caminan sobre la tierra, independiente de su edad, contribuyeron decisivamente para que se diera ese fenómeno típico de los seres pensantes: una vida feliz.

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AFRONTANDO ERRORES

Con el correr del tiempo, los seres humanos acumulamos errores y aciertos, que podemos lamentar, celebrar o simplemente… olvidar. Los aciertos, por sí mismos constituyen motivo de regocijo y de auto reconocimiento. Pero, los seres humanos suelen cargar sus hombros con los errores del pasado, acumulando frustración que enturbia su presente, en el cual por cierto nada se puede hacer por remediar el pasado. En otros casos, suelen lamentar dolorosamente tal o cual actuación o decisión –que hoy por sus nuevas experiencias- consideran hubieran podido evitar o tomar de forma más apropiada.

En verdad, no deberíamos lamentar lo que hicimos a conciencia, porque fue producto de nuestro libre albedrío, en una oportunidad determinada y por motivaciones específicas y especiales de ese momento. Es que, si salió mal o fue menos agradable de lo que hoy pensamos que hubiera podido ser, sería una consideración fuera de tiempo, porque lo que hicimos lo fue a conciencia y mejor o peor… lo vivimos de la forma como lo quisimos.

Nuestras actuaciones pasadas, acertadas o erróneas fueron nuestras; en su momento las meditamos, estimamos sus pro y sus contras; medimos el riesgo, decidimos y actuamos; de tal manera que, en su momento aceptamos sus consecuencias como producto de nuestras actuaciones propias y voluntarias. A nadie podríamos culpar de haber actuado como actuamos o haber sido como…fuimos: se trata de lo que fue, pero que ya no existe.

En aquellos tiempos amamos, reímos, lloramos, sufrimos, pero también… fuimos felices. Hoy no podemos calificar ninguno de esos sentimientos, porque, de alguna manera, sin ninguna duda e independiente de su entidad, somos… diferentes y la capacidad de comparación la afecta gravemente… el tiempo.

Afrontar con entereza, sin lamentos, dolor ni tristeza lo que ayer hicimos, independiente de su resultado no es más que reconocer nuestro derecho a actuar conforme a nuestra propia voluntad. Es ser consecuentes con nosotros mismos, con nuestros valores de ayer, de hoy y… de siempre.

Pero al final, si somos sinceros con nosotros mismos, aceptaremos que gracias a esa acumulación de experiencias mejores o peores, dulces o amargas, hoy tenemos mayor capacidad para evaluar situaciones similares o parecidas. De alguna manera, fueron la escuela donde educamos nuestro carácter, donde aprendimos que lo importante no es lo que hicimos o fuimos ayer, sino lo que hacemos o somos hoy; porque es ahora, en este momento cuando podemos experimentar lo bello de sentirnos vivo, felices y satisfechos con nosotros mismos.

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LO IMPORTANTE ES SENTIR Y… VIVIR

Más de la mitad de mis casi setenta años los he vivido feliz al lado de una mujer; quizás por eso extraño que algunas damas, al cumplir los cincuenta años, estimen que su vida declina y que se pierde interés en ellas.

Como esposo activo fìsica y espiritualmente, aseguro que es a partir de esa edad, cuando con un protagonismo nuevo, las mujeres se hacen especialmente atractivas y sensuales, ya que, además de su serena belleza, el haber sido madres y esposas les dota de una conjunción de sentimientos de confianza, generosidad, comprensión y experiencia, que las hace -como lo expresa un poema- como las frutas pintonas que dicen mucho… por dentro.

En esa edad dorada, habiendo cumplido con los complicados deberes que involucra levantar la prole, las mujeres pueden dedicar su mejor tiempo a disfrutar con toda la magia, pasión y libertad que requiere el amor para lograr su realización, que conjuga sexo y espíritu, haciéndolas para esa persona que aman y cuando la ocasión lo requiriera, románticas novias, leales esposas, apasionadas amantes o dedicadas madres.

Es el tiempo en que la mujer se encuentra a si misma, con sus virtudes y sus defectos. Es la época cuando desarrolla su mejor capacidad de amar y está segura de su valor como mujer, que su aquilatada experiencia además de sus bondades físicas e intelectuales, le aseguran la posibilidad de únicamente hacer lo que quiere, cómo y… cuando quiere.

A partir de los cincuenta, la mujer se crea prácticamente una coraza frente a las fruslerías, vanidades y nimiedades que afectan la juventud femenina; ya no se siente la princesa del cuento de hadas sino la mujer real, normal, común y corriente, con probada capacidad para amar y mucho dar, pero también con suficiente valor y autoridad moral para exigir y recibir en compensación, lo que conoce que en justicia le corresponde.

Esa mujer hecha, sabe que el respeto y la admiración son las bases del amor permanente; que la magia y la pasión no conocen de edad, raza, posición social ni contextura física; que en el amor la lealtad genera confianza, la sinceridad armonía y el toque de locura tiene sabor de… aventura.

Simplemente, sin nostaliga aprecia lo que fue y se siente feliz con los altos y bajos de la vida; con lo que es hoy, en el momento en que vive, que a voluntad puede hacer temporal o… eterno.

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«EL DIA QUE NO SONRÍAS ES UN DÍA PERDIDO»

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En general, no está muy claro por qué las personas festejan cumplir un año más, cuyo resultado práctico es que representa un año menos de vida y uno que nos acerca a la muerte, lo cual dado el miedo serval que la mayoría siente por ella, no pareciera nada lógico celebrarlo.

En mi caso, aunque personalmente no vivo por años sino por días, permito con alegría que mis seres queridos celebren ese rito cada año del día de mi nacimiento. En verdad, es que soy seguidor de Antoine de Saint-Exupèry cuando escribìa que los ritos son buenos porque hacen unos días diferentes de los otros.

Pero, más allá del privilegio que para mí represemta cumplir un nuevo año, cuando tantos amigos de diferentes edades he dejado en el camino, siento que Dios me ha permitido vivir extraordinarias experiencias. Así, por ejemplo, he conocido dos Siglos y dos Milenios, lo cual es un evento tan especial, que para que nazcan otras personas que como yo, que con menos de cien años de edad conozcan dos siglos y dos milenios, hace falta que transcurran por lo menos novecientos años.

Por otra parte, en estos dieciocho años de edad (que es como me siento) y los cuarenta y nueve de experiencia, que hacen mi juventud prolongada hasta los sesenta y siete de mi calendario personal, he podido lograr mis metas más preciadas; entre ellas, amar intensamente y ser útil a mis semejantes, para lo cual, por cierto, no me pesan en nada los abriles transcurridos.

Pero si algo me llevaré de esta vida como uno de los mayores regalos recibidos de Dios, es el haber disfrutado de esas bellas personas que, aunque no llevan mi sangre, me aman y me dejan amarlos: mis amigos.

Son esas muchas bendiciones que Dios nos da todos los días, lo que deberíamos celebrar permanentemente, sin esperar el festejo del rito de los cumpleaños. No obstante, gracias, muchas gracias a las tantas personas,  incluídos mis familiares, que tanto en Facebook como por otros medios, se han acordado de que un día como hoy… yo vine al mundo.

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 «CUALQUIER EDAD ES BUENA PARA  VIVIR FELICES»

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Accidentalmente presencié una discusión entre personas de diferente edad, en la cual, como era lo usual, cada cual trataba de demostrar las ventajas de su edad, sin que pudieran ponerse de acuerdo unánime y pacíficamente,  ya que unos soportaban su criterio en que lo más importante era la cantidad de años vividos o a vivir, y los otros que lo trascendente no era el número de años vividos, sino la calidad de vida que se disfrutara. 

Esta discusión, trascendente para unos y menos importante para otros, me generó una reflexión que deseo compartir con ustedes; quizás porque con más de seis décadas de vida en todas sus etapas feliz, pudiera ser que en algo pueda contribuir  a encontrar en cada una de ellas,  un venero de momentos agradables que generen vocación para insistir en lograr una  felicidad que como hijos de Dios, a todos nos corresponde. 

En mi caso particular,  aprecio las dos cosas: la mayor cantidad de años posibles de lograr y un nivel de vida óptimo;

porque manejo el criterio de que las dos cosas pueden coexistir en nuestra existencia. Siento, y lo he comprobado personalmente, que fue a vivir una larga y feliz vida para lo cual fuimos traídos a este mundo. Quien no lo logra, será debido a su actitud, pero no a que no haya sido dotado o exista  en este mundo las condiciones necesarias. 

Cuando departo con mis nietos, observo su curiosidad,  percibo su inocencia y los miro disfrutar de casi todo lo que hacen, no dudo que es la niñez una edad en la cual se es feliz. 

En cada dúo de jóvenes enamorados en los parques o en los campus de las universidades, radiantes de amor, fantasía,  magia y… sueños, observo una edad en la cual la felicidad puede sembrar sus raíces. 

En las parejas consolidadas que viven su real adultez, haciendo bellos hogares donde los esposos, los padres y los hijos comparten a diario el pan, la solidaridad y… el amor, no hay duda que se está en una edad de lucha, emoción, pasión, satisfacción, regocijo y… felicidad. 

El rostro, la bondad, y especialmente la mirada pacífica y sosegada de las personas de la tercera edad, que vienen ya de regreso y han visto la espalda de las cosas, sonriendo pacientes y comprensivos frente al niño, al joven o adulto, por  experiencia propia puedo asegurarles que es una de las edades más bellas: se ha vivido emociones y se experimenta nuevas ¿Qué más podría pedírsele a la vida? 

Está en nosotros hacer de cada edad una fuente de regocijo, de fe, de entusiasmo, de reto por lograr felicidad en cada una de sus etapas. Para ayudarnos tenemos a Dios que siempre nos acompaña; el libre albedrío para hacer lo que nos plazca; nuestro estado de ánimo para darle el color y sabor que convenga a nuestras circunstancias. Todo lo demás es diligencia, un poco de magia y un toquecito de… locura.

Próxima Entrega: EL FUTURO ESTA AQUI.

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