Nunca he podido entender que algo sublime como el amor -en el caso de Dios el máximo- de alguna manera pueda materializarse o manifestarse con el castigo. Quizás porque estoy convencido de haber entendido perfectamente el mensaje de Jesús, hijo predilecto de Dios sobre esta tierra, en cuanto a que “Dios es amor.” De tal suerte, que tampoco comprendo como algunos religiosos presenten a Dios como un padre irascible, terrible y vengador, que sólo está pendiente de ver los errores de sus hijos para caerles encima y zás… castigarlos, olvidándose de su esencia divina, que es “amor”.
¿Cómo puede conciliarse el amor con el castigo? ¿Cómo se entiende que un Dios que es todo amor y sabiduría, pero que además nos diseñó un camino de vida desde antes de nacer, esté presto a castigarnos por actos que él sabía con antelación que podíamos realizar, y que por su poder infinito pudo evitar? En verdad, no lo entiendo.
Pienso que es por amor a Dios y no por temor a Dios que debemos actuar en función de nuestro beneficio y el de nuestros semejantes. No se me ocurriría, bajo ninguna circunstancia, decir a alguien que por temor a Dios debe actuar bien, sino que debe hacerlo por su amor a Dios. No puedo olvidar las noches de desvelo que pasé cuando niño por culpa de religiosos, que no obstante mi corta edad, me atemorizaban con el horrible castigo de Dios porque yo había cometido tal o cual tontería, propia de un pequeño inocente, lleno de curiosidad y deseos de conocer cosas nuevas.
Hoy, gracias a mi conocimiento del pensamiento de Jesús, cuyo mensaje trascendental que escindió la historia en dos, fue precisamente “EL AMOR”, cambié el temor a Dios por el amor a Dios. Eso me da una gran tranquilidad y paz espiritual, porque sé y no tengo duda, que Él no existe para acecharme y estar pendiente de mis errores y desaciertos para castigarme, sino para orientarme, para ayudarme, para darme lucidez en la toma de mis decisiones, para amarme hoy y… siempre.
Ojalá los maestros, religiosos y adultos en general, dejaran de estar asustando a los niños con Dios, diciéndole frases como “Si haces tal o cual cosa Dios te castigará”, “El castigo de Dios es horrible”, “Te irás al Infierno” o sandeces de ese tipo, que sólo logran aterrorizar a quienes se trajo a este mundo para ser amados, protegidos y bendecidos, creándoles y fortaleciéndoles el amor a Dios, a ese padre bueno que está ahí, dentro de cada uno de nosotros, y por tal sentimiento –el de amar y no por el temor- debería ser por lo cual actuásemos con amor, ternura, dulzura y consecuencia con nuestros hermanos humanos, seguros de que no hay error por grande que fuere, que Dios no perdone o implique que deje de amarnos.