«TU Y YO SOMOS LAS ALAS Y NUESTRO AMOR EL VIENTO QUE NOS LLEVA»
Una de mis amigas lectoras me envió un mensaje con fotografías de una joven pareja y sus niños paseando por la calle, en un parque y luego en el supermercado; todos sinceramente… bellos, haciendo un conjunto que me enterneció y arrancó lágrimas de ternura, amor y agradecimiento a Dios, por regalarnos seres humanos tan elevados, que aún en presencia de las mayores adversidades, son ejemplo para recordarnos todo lo mucho que Dios nos ha dado.
El esposo era todo ternura con su esposa. En la primera fotografía, en el hospital, ella abrazaba a su recién nacido y se notaba la enorme cicatriz de la cesárea. En la segunda, ella besaba a sus chicos y ellos le respondían con ternura inocultable. En la tercera fotografía, en la calle, mientras los dos niños caminaban entusiasmados delante, él la llevaba tiernamente de la punta de sus dedos de la mano. En la cuarta fotografía, en el parque, el esposo la cargaba sobre su espalda mientras ella abrazaba su cuello y la familia entera celebraba como si se tratara de una broma.
La última fotografía, para mí la más tierna, fue tomada en el momento de hacer las compras en el supermercado. El esposo con una mano tiraba del carrito de mercado, sobre el cual había subido al niño más pequeño y con la otra mano, sonriente tiraba de la patineta sobre la cual su feliz esposa deslizaba su medio cuerpo, porque ella… no tenía piernas.
Tanto amor, tanta comprensión, tanta nobleza, tanta solidaridad, tanta alegría que no resignación, tanto agradecimiento al altísimo por disponer de una vida para dar y una persona a quien amar, que exhumaba aquel extraordinario y guapo joven esposo, contagiando a aquellos dos bellos niños, amalgamaban elementos fundamentales para constituirse en el cuadro más edificante y la más hermosa oración silente a Dios, que jamás haya presenciado.
Considero un privilegio recibir esos mensajes, señales y guiños de Dios, que nos recuerdan cuanto hemos recibido de la vida, porque fortalecen nuestra convicción que, únicamente disponer de esta existencia es ya una gran bendición; pero para quienes tenemos un cuerpo sano y una mente alerta, es un tesoro incuantificable que estamos obligados a disfrutar y agradecer todos los días.
Porque si una mujer que nació sin las dos piernas, mantiene su autoestima en alto, conforma una familia, logra amar y ser amada, haciendo felices a su esposo e hijos, quienes la miman y tratan con inocultable felicidad; si un hombre, joven, guapo y sano disfruta de ellos con el amor más tierno, es la ratificación de que en el alma de todo ser humano, anida ese pedacito de Dios, cuya herencia divina, de acuerdo a las circunstancias, le pone por encima de cualquier situación por adversa que fuere, y eleva su espíritu que es amor sobre su materialidad, para, como en este caso sembrar en nuestra alma fuertes semillas de… esperanza.