«Si existe un futuro, corresponderá a mi actitud de hoy.»
En tiempos difíciles, especialmente el actual, cuando las estructuras económicas, y especialmente financieras, parecieran indicarnos que el modelo, que por siglos hemos manejado, ya no funciona como factor para producirnos la mayor felicidad; procede meditar con toda cautela y sinceridad, porqué y cómo hemos llegado hasta aquí y a hasta donde llegaríamos de continuar esta carrera desesperada por alcanzar riquezas materiales, que de poco sirven cuando se anteponen al interés colectivo y violenta valores humanos esenciales.
En ese proceso de meditación obligada, con miras a asimilar los acontecimientos, repensarnos y a ser posible redimensionarnos, debemos cuidar de dos enemigos, que, como la tensión arterial en el organismo, son silenciosos pero letales.
El primero es la nostalgia, que al devolver nuestra mente a un pasado enfermizamente magnificado, distorsiona la realidad haciéndonos aún más difícil digerir el presente y prepararnos a enfrentar un futuro que será diferente, pero no por eso debe ser peor.
El segundo, el temor, que al ser una creación maléfica de nuestra mente, por cuanto también, al desvirtuar con su carga negativa las situaciones vivenciales, reduce nuestra capacidad de actuación, al magnificar las posibles consecuencias negativas en nuestro espíritu, que pudiera hacernos perder la perspectiva de la realidad.
Pues bien, desde que se tiene conciencia de la existencia del hombre sobre el planeta, de alguna manera, los humanos hemos convivido con esos dos enemigos, y hemos aprendido que podemos vencerlos. Si, claro que podemos vencerlos. Porque no nos llegan de fuera de nosotros mismos, sino que son creados por nuestra mente; responden a una inexplicable necesidad de hacer la realidad… irreal; de la falta de fe, de confianza en nuestra propia capacidad y el poder que nos da nuestro origen… divino.
La nostalgia se combate con el convencimiento en que el día de hoy es mejor que el pasado, porque únicamente el poder vivirlo ya es un privilegio, pero además, nosotros podemos hacerlo… muchísimo mejor.
El temor lo vence… el valor, que no es otra cosa que superar esa tendencia perversa al pesimismo, materializada en la seguridad de que podemos superar cualquier acontecimiento.
Pienso que la diferencia entre quienes son afectados por esos dos males y quienes no lo son, resulta del hecho de que los primeros viven presos de la nostalgia de lo que pasó o pudo ser, y tienen aprensiones respecto de su capacidad para afrontar y vencer cualquier dificultad que pudiere presentarse en su vida diaria.
Por su parte los segundos, combaten la nostalgia con el convencimiento de que hoy es mejor y… lo disfrutan; pero además están conscientes de que si están con Dios, sin duda nadie puede contra ellos.
En resumen, se trata de disfrutar lo bello de la realidad, frente a la frustración por lo que pudo ser y no fue; de la fe y el optimismo, frente a la incertidumbre de los efectos negativos que pudieran sobrevenirnos como consecuencia de nuestra cotidianidad.
Por cierto, son las 12:40 de la madrugada y acabo de oír un discurso corto, profundo, concreto, concienzudo, conciliador, profundamente humano y lleno de futuro de un hombre muy optimista, que demostró no ser timorato ni nostálgico, quien acaba de escribir, quizás, la página más grande de la historia de su País en este Siglo: el Sr. Barack Obama, nuevo Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica.
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