«FUERON IGUALES LA MADRE DE CRISTO Y… LA DE JUDAS»
Hoy escribo con tristeza… mucha tristeza. Soy demasiado sensible al maltrato a las mujeres. Me parece horrible, cobarde, desvergonzado, innecesario e injustificable. Es que siempre he vivido entre mujeres y las quiero tanto por lo tiernas, nobles, leales y sacrificadas que pueden llegar a ser, cuando alguien sabe darles respeto, amor y consideración. Ciertamente, es todo lo que piden y siempre lo merecen.
Como no amarlas, si Dios me regaló una madre que fue ejemplar y que nunca olvidaré; una esposa que amo, admiro y es luz en mi camino… largo; tres hijas maravillosas, fieles y amorosas esposas, madres dedicadas; y cinco nietas bellas, inocentes y felices, que coronan esos hilos blancos que en mi cabeza ha dejado el polvo del camino de la vida.
Por eso hoy, cuando alguien me contaba de la vida desgraciada física y espiritual que un mal nacido da a su esposa, sentí rabia, dolor, tristeza, impotencia y vergüenza ajena; pero también sentí lástima por ese pobre hombre que por no saber vencer su originalidad, dando rienda suelta a sus más bajos instintos, nunca conocerá la más hermosa experiencia humana: disfrutar del amor.
Siempre he creído que ese tipo de seres -si es que puede llamársele hombres- representan el eslabón perdido entre los animales irracionales y el homo sapiens. Pienso que vienen y se van de este mundo sin haber vivido. Son los peores sobrevivientes, porque habiendo recibido la razón y la nobleza de Dios, nunca llegan a entender esas bendiciones y su papel en su corto periplo sobre esta amada tierra.
Claro está que de otra parte, tampoco tengo duda que muchas mujeres con baja autoestima, la mayoría de las veces producto de una niñez indeseable, son terreno abonado para que se desarrolle y mantenga esta mala yerba, porque no tiene ninguna justificación que permitan que los hombre se sirvan de ellas y las maltraten física y espiritualmente.
En todos los casos, las personas se unen en pareja por la convicción de que estando junto a la persona que aman su vida será mejor, y por tanto, esa unión aportará positivamente a su felicidad integral. Cuando esa condición fundamental no se da, porque el cónyuge o pareja resulta un energúmeno, no existe excusa para quedarse.
Pienso que uno de los factores que privan en las mujeres para permitir el maltrato de sus parejas es el temor, que es una creación maléfica de nuestra mente, que distorsiona la realidad. Es el miedo a una supuesta soledad, a luchar sola por su futuro económico, a la maledicencia social, a las represalias y pare de contar; sin considerar que el maltrato físico, que afecta su cuerpo y su alma, hace indigna a la persona, golpea su autoestima y violenta uno de los derechos más sagrados del ser humano, cual le es dado por Dios y no por ningún hombre: su libre albedrío, que incide directamente en su estado de ánimo.
Pienso que también afecta, un porcentaje de ignorancia femenina. Como abogado sé y me consta que en Venezuela y en la mayoría de los países civilizados, el Estado mantiene Instituciones que protegen a las mujeres, donde pueden ser denunciados los abusos físicos, porque se dispone de normas jurídicas sancionatorias para los agresores. Asimismo, existen ONGS y otras organizaciones privadas que asesoran, desarrollan programas de rehabilitación y apoyan la lucha contra la violencia doméstica.
Por todo eso, debo recordar a las mujeres que ellas son fundamentales en cualquier sociedad; que fabrican hombres; que merecen todo nuestro amor, apoyo, consideración y respeto; tanto, que al menos en mi caso como en el de cualquier hombre normal, no sabríamos vivir sin ellas.