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Archive for the ‘PACIENCIA’ Category

No se trata de un mal sueño o pesadilla, una novela de terror o algo que suceda a miles de kilómetros de distancia; es una realidad horrible aquí, en nuestra propia ciudad… todos los días.  Son  niños y jóvenes  que vemos en nuestras calles; o aquellos que nunca miramos porque viven en ese mundo cercano, pero invisible para nosotros, que subyace oculto en los cordones de miseria que circundan nuestra ciudad.

Cuando leo que más del 70% de los asesinados, homicidas o sicarios, indistintamente, en su mayoría se ubican entre 14 y 18 años, siento que un frío recorre mi espina dorsal y no sé si es angustia, dolor, tristeza, frustración, terror, desolación o… impotencia.

Los padres sabemos, porque lo vivimos, que amamos los hijos “con el corazón dentro y las tripas afuera” como predicara Andrés Eloy Blanco; y de alguna manera, todos los hijos son… nuestros hijos.

Frente a este dantesco panorama corresponde preguntarnos:

¿Qué sucedió con ellos?

 ¿Cuál es el nivel de culpa de los padres en su comportamiento?

Creo que los padres, conforme actuemos frente a nuestros hijos, podremos hacer de ellos hombres de bien, exitosos o… perdedores.

En mucho, el destino de los hijos lo marca la formación hogareña. Sin que fuere la única causa, algunos padres, para evitarles sinsabores y tropiezos, no les dejan conocer la realidad de la vida diaria del hogar y los hacen desentendidos, insensibles, desconsiderados, ingratos, irrespetuosos,  dependientes e… inútiles.

Aprender el valor de las cosas; que todo lo recibido amerita esfuerzo; que los recursos no caen del cielo sino del duro trabajo de los padres; que deben priorizarse las necesidades porque no alcanza para todo, son enseñanzas que evitan la conducta  displicente y desentendida con los padres, evitando que se acostumbren a una vida fácil, cual cuando dejen el hogar no podrán satisfacerse por sí mismos con los medios normales y caerán en el facilismo, y quizás en la delincuencia.

El mejor blindaje que podemos dar a nuestros  hijos para enfrentar un futuro desconocido e imprevisible -donde ya no podrán contar con nuestra ayuda- lo constituye los principios y valores familiares de rectitud, mesura, trabajo, estudio, esfuerzo, ahorro, consideración y respeto por la persona humana, siempre y cuando sean reforzados por nuestro ejemplo.

Seguramente, si esos niños y jóvenes perdidos, hubiesen tenido en su hogar la enseñanza y el ejemplo de esos principios y valores, su destino hubiese sido…  diferente.

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«EL AMOR NO CONOCE LA PACIENCIA, LA RESIGNACION NI LA RENUNCIA»

700Atendiendo a la inquietud de una consecuente lectora de este Blog sobre si en una pareja se puede engañar al corazón, debo comentar que en artículos anteriores determinamos que el amor físico-espiritual no muere, sino que cuando le falta la alimentación adecuada disminuye, hasta ponerse como en estado de hibernación, para revivir cuando vuelva a recibirla, pero no muere.

No obstante, existen quienes debido a factores de formación familiar, religiosa, temor a la condena social u otra conveniencia cualquiera, desestimando el amor como base fundamental sobre la cual se constituye una pareja, encierran un amor verdadero hacia una persona determinada entre las rejas de sus sentimientos, mientras hacen pareja con otra con la esperanza de que el recuerdo de ese amor no logrado, les de suficiente fuerza para sustituir el amor por la costumbre, constituye un grave error porque amor y costumbre pudieran en algunos casos parecerse, pero son sentimientos completamente diferentes.

El amor entre dos personas que se aman no conoce la paciencia, la resignación ni la renuncia; es un sentimiento de urgencia de acercamiento, de pasión, de dar, de recibir, de compartirlo… todo; es idilio, sueño y… magia.

Idealizando al corazón como el emisor y receptáculo del amor, pienso que no debemos engañarlo. Tratar de mentirle es jugarse a sí mismo una mala pasada. Por eso si alguien hace pareja con quien no le llena integralmente ese sentimiento arrobador que es el amor, pudiera ser que mantenga esa relación, pero nunca experimentará ese sentimiento emocionante, mágico, de color y música inidentificables, que te sumerge en un viaje casi etéreo, de explosión de sensaciones sin tiempo ni espacio definido, donde todo lo das sin dejar nada para ti y de donde no quisieras regresar… nunca.

Es que el sentimiento de amar a una persona es tan dinámico y tiene tanta fuerza que no podemos contenerlo, porque sería contrariar nuestra naturaleza. Tratar de sustituirlo por algo parecido, de alguna manera, sería como traicionarnos a nosotros mismos. Pero en el caso de la pareja, sería un acto premeditado de deslealtad que limitaría el disfrute integral de una relación tan hermosa, que precisamente por la entidad de su grandeza, eternizamos mediante la descendencia.

No obstante, en algunos casos, por razones insuperables, alguien pudiere perder el amor de la persona amada, y dejando atrás los recuerdos siga adelante en busca de su felicidad. Esas personas muy valientes no engañan su corazón, sino que como el amor siempre está vivo, hacen uso de su derecho a ser felices y logran encontrar en el camino, ese alimento que lo revive: respeto, ternura, comprensión, aceptación, solidaridad, buena comunicación, lealtad y sensualidad.

Creo que como hijos de Dios tenemos derechos inalienables y dentro de ellos, de manera especial, el de amar y ser amados por quien con plena libertad de elección lo decidamos, y en defensa de ello estamos obligados a luchar porque ello nos permite realizarnos física y espiritualmente.

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childrens-williams.jpg  Para nuestra ventura, todos llevamos un niño dentro que nace, vive y muere con nosotros, permitiéndonos aún en las peores circunstancias, presentir que algo desconocido vendrá,  que se traduce en… esperanza.

Ese niño personal, en el transcurso de nuestra existencia se refugia en su casita de sueños, que laboriosamente se construye pero nunca termina, en el árbol siempre en crecimiento de nuestra espiritualidad.

Es que a los niños  les atemoriza la vida de los adultos que lo confunden  todo;  frente a esa fatal realidad, para cubrir futuras eventualidades, se crea un refugio donde guarecerse cuando la actuación adulta se haga insoportable.

Parece lógico que cualquier niño se sienta perturbado y  confundido en grado máximo con actuación para él tan rara como la de los adultos.

 ¿Cómo podría alguien explicarle que tiene algo de agradable levantarse -o ser obligado a hacerlo como un zombi- a las seis de la mañana en vez de a las nueve, o que en lugar de desayunar cómodamente sentado en su casa, alguien salga corriendo comiendo un sándwich, sólo para ir a trabajar?

¿Cómo hacer entender a un niño que para su madre, que representa el único amor y protección que su cerebro puede procesar, sea más importante ganar un salario que atender su más tierna formación; o que para su padre sea preferible una partida de golf con su jefe, que un paseo sabatino con él en el parque que tanto le gusta y donde tiene tantas cosas que conocer?

No obstante que su mente no se ha desarrollado totalmente, los niños perciben cuando los padres discuten, se agreden o actúan de forma desconsiderada, sembrándoles desasosiego y… terror.

Los  niños no comprenden cómo es que siendo tan agradable jugar, brincar, correr, pasear,  siempre haya un adulto que dice no hagas eso. Tampoco pueden entender que siendo tan agradable comer dulces, galletas, helados, tortas   y refrescos, tengan que desayunar todos los días,  saludables pero  horribles cereales, avena y leche.

¿A quién se le ocurre que no sea agradable  frecuentar los amiguitos vecinos, lanzar la pelota al patio ajeno, tirar de la cola del perro, guindar una campanilla del cuello del gato, o liarse en una pelea en la parte trasera del automóvil?

Esas incongruencias para la mente de un niño -y muchos adultos como yo- fue lo que nos motivó a construir un refugio para proteger nuestro  niño, de esa inevitable condición de adulto.

Ese niño me  recuerda que toda actividad en esta vida, aunque los adultos se empeñen en demostrar lo contrario, siempre tiene algo bueno para jugar, reír, pasear, comer, beber o… disfrutar de cualquier manera; incluidos por supuesto los senos de la mamá y los trenecitos eléctricos.

¿No deberíamos atender más a menudo ese niño, que saca su periscopio para husmear el mundo, y recordar que sus aprenhensiones son las mismas de nuestros hijos?

Si lo hiciéramos, quizás seríamos  más pacientes, comprensivos, complacientes y… les entenderíamos mejor.

Próxima Entrega:  LOS DECRETOS.

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