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Archive for the ‘LA SABIDURÌA’ Category

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Si volviera a vivir creo que sería maestro, pero no para enseñar matemáticas, lenguaje, geografía o cualquiera de esas materias diseñadas por nuestra sociedad para enseñarnos  a… sobrevivir. Y no es que esté en desacuerdo con la enseñanza formal, sino que se descuida o subestima enseñar a los niños algunas cosas y circunstancias que, pareciendo obvias, pudieran definir su felicidad.

Necesitamos enseñarles a soñar, a disfrutar cada segundo de tantas bendiciones que Dios puso para nosotros sobre esta tierra; lo elemental que es nuestra vida y lo fácil que es sobrevivir físicamente; la importancia de amar y compartir todo lo bueno que podemos dar; que al despertar el poder ver el sol, sentir la brisa de la mañana y pronunciar la palabra madre, son bendiciones que debemos disfrutar con fruición para iniciar un nuevo día, y por ello deben dar gracias.

Enseñarles que lo trascendente como nuestras funciones internas vitales, espiritualidad, estado de ánimo y libre albedrío, nos es dado como una parte de nosotros mismos; que lo material para mantenernos vivos siempre estará a nuestro alcance y para lograrlo solo requerimos diligencia  y confianza en nuestras actuaciones.

Instruirles sobre situaciones y circunstancias que por obvias dejamos de advertirles, pero que su conocimiento y convencimiento pudieran hacer más venturoso su destino, como  el hecho de que más importante que la cama, es tener sueño;  que  mejor que acumular  riquezas es cultivar buenos recuerdos y la conciencia tranquila; que lo importante no es como nos ven sino como nos sentimos; que es más importante ser cauteloso que valiente; que la mejor forma de lograr la abundancia es dando en igual medida; que la sabiduría es más importante que el conocimiento y la salud depende en gran manera de nuestro estado de ánimo.

Convencerles de  que un consejo es bueno, pero el ejemplo es mejor;  que la caridad nos engrandece, pero la comprensión nos hace parte del que sufre; que no hay mejor ayuda que oír con respeto al desventurado y responderle con generosidad; que la verdad nos hace libres y la mentira esclavos; que el  orgullo es un enemigo, pero la humildad su redención; que la envidia es el peor castigo, para quien la profesa; que el mejor poder es el que ejercemos sobre nosotros mismos; que el perdón y la oración sanan  el alma, tranquilizan el  espíritu y nos hacen parecernos a Dios.

Sólo eso quisiera hacer… si volviera a vivir.

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INOCENCIA Y FELICIDAD

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        ALCANZAR LA VEJEZ ES UNA BENDICION DE DIOS

Aunque me considero sin edad, porque no me siento viejo ni enteramente joven, sino más bien de juventud prolongada, sí tengo que sufrir impotente  la exclusión más aberrante de estos últimos años en mi país; ya que, dentro del mundo de las etiquetas actuales -cuales ninguna requiere mi aprobación- estoy clasificado dentro del grupo etario de la “tercera edad”.

Hoy en Venezuela, pertenecer a la tercera edad, que es como decir ser padre o madre de las actuales nuevas generaciones y haber dado más de cincuenta años de dura lucha y trabajo para hacer el país que tenemos, pareciera ser una mácula, que nos condena a una injusta y terrible  exclusión.

Las personas mayores de seseny cinco años en vez de merecer reconocimiento y respeto, tal como si nuestra vida no valiera nada, no tenemos derecho en nuestro país a suscribir ninguna póliza de seguros que proteja nuestra salud.

Ni el Estado ni la sociedad en general –y creo que, algunas veces, ni nuestra propia familia-  se consideran obligados a permitirnos asistencia digna, oportuna y eficiente, en caso de una enfermedad, que pudiera hacer dolorosa nuestra vejez o producir nuestra muerte.

Como consecuencia, o tenemos suficientes Dólares para suscribir una póliza internacional o corremos el riesgo de morir de mengua, por pares en una cama de nuestros hospitales públicos.

Asimismo, si observamos las ofertas de trabajo en la prensa, en el más alto porcentaje, no se aceptan solicitudes de personas mayores de cuarenta y en algunos casos de treinta y cinco años de edad. Esto es como decir: si no tienes una pensión, muérete de hambre ya; y si la tienes, dado lo exiguo de las mismas, desaparece lentamente por inanición o enfermedad.

Estuve en un Banco, donde personas protestaron por la prioridad para las personas de la tercera edad.

¿Habrase visto mayor exclusión, por no hablar de insensibilidad?

 Y todo únicamente por el hecho de haber vivido, cumplido con las normas sociales creando una familia, educando los hijos y servido al país…

 ¿Verdad que es abominable? Pero es una realidad actual indiscutible.

¿Será que los dirigentes políticos, funcionarios públicos y ejecutivos de las Empresas de Seguros no están felices de vivir,  no tienen padres, o esperan que ni ellos ni sus descendientes superen los sesenta años de edad?

En tal circunstancia… ¿Será que las personas de la tercera edad no tenemos patria o debemos irnos del País para vivir con dignidad?

Alguien debería responder esta interrogante con sabor a frustración.

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AFRONTANDO ERRORES

Con el correr del tiempo, los seres humanos acumulamos errores y aciertos, que podemos lamentar, celebrar o simplemente… olvidar. Los aciertos, por sí mismos constituyen motivo de regocijo y de auto reconocimiento. Pero, los seres humanos suelen cargar sus hombros con los errores del pasado, acumulando frustración que enturbia su presente, en el cual por cierto nada se puede hacer por remediar el pasado. En otros casos, suelen lamentar dolorosamente tal o cual actuación o decisión –que hoy por sus nuevas experiencias- consideran hubieran podido evitar o tomar de forma más apropiada.

En verdad, no deberíamos lamentar lo que hicimos a conciencia, porque fue producto de nuestro libre albedrío, en una oportunidad determinada y por motivaciones específicas y especiales de ese momento. Es que, si salió mal o fue menos agradable de lo que hoy pensamos que hubiera podido ser, sería una consideración fuera de tiempo, porque lo que hicimos lo fue a conciencia y mejor o peor… lo vivimos de la forma como lo quisimos.

Nuestras actuaciones pasadas, acertadas o erróneas fueron nuestras; en su momento las meditamos, estimamos sus pro y sus contras; medimos el riesgo, decidimos y actuamos; de tal manera que, en su momento aceptamos sus consecuencias como producto de nuestras actuaciones propias y voluntarias. A nadie podríamos culpar de haber actuado como actuamos o haber sido como…fuimos: se trata de lo que fue, pero que ya no existe.

En aquellos tiempos amamos, reímos, lloramos, sufrimos, pero también… fuimos felices. Hoy no podemos calificar ninguno de esos sentimientos, porque, de alguna manera, sin ninguna duda e independiente de su entidad, somos… diferentes y la capacidad de comparación la afecta gravemente… el tiempo.

Afrontar con entereza, sin lamentos, dolor ni tristeza lo que ayer hicimos, independiente de su resultado no es más que reconocer nuestro derecho a actuar conforme a nuestra propia voluntad. Es ser consecuentes con nosotros mismos, con nuestros valores de ayer, de hoy y… de siempre.

Pero al final, si somos sinceros con nosotros mismos, aceptaremos que gracias a esa acumulación de experiencias mejores o peores, dulces o amargas, hoy tenemos mayor capacidad para evaluar situaciones similares o parecidas. De alguna manera, fueron la escuela donde educamos nuestro carácter, donde aprendimos que lo importante no es lo que hicimos o fuimos ayer, sino lo que hacemos o somos hoy; porque es ahora, en este momento cuando podemos experimentar lo bello de sentirnos vivo, felices y satisfechos con nosotros mismos.

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«REGRESO A MI HOGAR, DE DONDE VINE UN DIA»

En la búsqueda de una vida plena, el ser humano siempre ha ubicado elementos que le hacen presumir que pueden producirle el tan deseado estado de felicidad. Se trata de los factores  Riqueza, Poder Político, Belleza, Fama, Amor Sensual, Larga Vida y Conocimiento; todos alcanzables, pero… ¿Podrán individual o conjuntamente producir felicidad permanente?

Procede analizarlos somera e individualmente. La riqueza se vincula a eventos aleatorios que tienen que ver con interpretar oportunidades, pero de ninguna manera se puede considerar permanente, porque siempre está en riesgo de perderse. Su eficiencia se agota en la capacidad de lograr la captación de cosas físicas, pero no funciona en el logro de satisfacer necesidades espirituales.

El poder político está directamente vinculado al liderazgo personal, pero también está expuesto a eventualidades, que salvo muy raras excepciones,  lo hacen vulnerable, inseguro y pasajero; produce beneficios, halagos y reconocimientos materiales, pero no aporta espiritualidad.

La belleza es subjetiva y esencialmente temporal, por lo cual tampoco es fuente permanente de regocijo o alimento espiritual.

El amor sensual, dependerá del nivel de atracción y aceptación, que todos conocemos como cambiantes, especialmente por estos días. Aunque se supone vinculado al espíritu, como depende de la atracción y aceptación física, nadie puede asegurar su permanencia.

Larga vida, no significa buena vida. Aunque podemos alcanzar longevidad, de ninguna manera nos asegura calidad de la vida.

El conocimiento, como producto del estudio, nos orienta hacia como hacer mejor algunas cosas, pero no nos asegura paz, amor o tranquilidad espiritual.

¿Qué es entonces es lo deseable?

La Sabiduría, que en su más alto grado es producto de la observación, la meditación y la oración. Cuando la logramos se queda para siempre con nosotros, y se resume en lucidez para tomar acertadas decisiones.

La Sabiduría como la fe, no son atributos o dones que nos llegan del cielo, sino que son el resultado de la actitud de racionalizar y analizar las circunstancias, elementos y factores que afectan nuestra condición físico-espiritual; de tal manera evaluando la verdadera entidad de influencia de cada uno de ellos, en el logro de un mayor o menor estado de felicidad, interpretada esta como la realización material y espiritual de un ser humano.

El sabio es artesano de la vida, porque vivir y no sobrevivir, es realmente un arte: EL ARTE DE VIVIR. De allí la profunda diferencia en la actitud frente a la vida, del sabio y de quien no lo es.

Así tenemos que el rico atesora, el sabio disfruta;

El poderoso depende de acumular y conservar el poder, porque sin él se siente desamparado. El sabio,  se regocija en su propia tranquilidad, que no depende de ningún factor externo.

El que depende del amor sensual de y  para otra persona, requiere para mantenerlo de la retroalimentación y  nunca tiene seguridad hasta cuando podrá disfrutarlo, sentirlo o recibirlo. El sabio siente el amor para sus semejantes, sin requerir indispensablemente de la respuesta de otra u otras personas. Su amor vive en él, no desaparece ni muere, porque es parte de su vida.

El que ambiciona larga vida transcurre angustiado pensando que puede perderla y escasamente… sobrevive. El sabio, conoce que no le está dado contar sus días; sabe que vino de otra dimensión y que allí volverá. Siente que su vida terrenal es un viaje y como todo viaje tiene un final, por eso no teme al regreso.

El sabio sabe que está de paso. En esta vida no le preocupa de donde vino,  sólo sabe que vino y por tanto también sabe que regresará a su hogar y… todos los regresos son buenos.

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