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Archive for the ‘COMPARTIR LO BUENO Y LOMALO’ Category

«EL RENCOR ENFERMA, EL PERDÒN ES SANADOR.»

Prometí a  una de mis lectoras, tratar sobre la situación que le afecta actualmente, ya que su pareja le abandonó por meses y ahora le solicita el regreso al hogar.

En asuntos tocantes al amor, el entorno, especialmente maravilloso, pero a veces doloroso que lo rodea, cada caso tiene sus propias particularidades y no es fácil  hablar de fórmulas o estrategias de aplicación general, pero sí de cómo debería ser la actuación, sino ideal, por lo menos razonablemente aceptable.

Cuando dos personas se unen en pareja es porque se aman, y ese amor que puede  disminuir o aumentar según el tratamiento que ambos le den, casi siempre nace y se mantiene con vocación de permanencia. Por tanto, más que una carrera de velocidad, mantenerlo es una labor de entusiasta dedicación, emoción, pasión, aceptación, respeto, sinceridad, comunicación sincera y… lealtad.

Sin embargo, en oportunidades en uno de los integrantes de la pareja la pasión decae, la comunicación se retrae, la sinceridad se hace evasiva y la lealtad sufre grietas. Es que la pareja nace por amor y no puede mantenerse sin el, cual se manifiesta por el respeto, la ternura, la consideración, la aceptación, la buena comunicación y… el sexo emocionante y pasional.

Entonces, cuando uno de los integrantes pierde el entusiasmo, se aburre, perturba, confunde, o simplemente siente que dejó de amar y abandona el hogar, pero luego entiende que cometió un grave error; que ama a la  persona abandonada, que su mundo es a su lado y regresa humildemente a confesar su culpa, pedir comprensión y perdón: ¿Cuál debería ser la actuación de la parte agraviada?

En principio, corresponderá a la muy personal interpretación de la esencia y fines de la pareja, así como de la concepción de lo que representa amar en su máxima expresión como lo es el dar, y su merecida respuesta de… lealtad.

En segundo término, va a depender del nivel del amor que aún perviva en la parte lesionada en sus sentimientos. Paradójicamente, cuando alguien falla en la pareja, normalmente el agraviado no considera el mucho tiempo y las diversas actuaciones en beneficio del amor de pareja que el agraviante hubiere realizado, sino que lo juzga  duramente por las actuaciones que produjeron el rompimiento.

Vale decir que, en esos momentos de dolor, el agredido no toma en consideración para nada las cosas buenas y la lealtad por años del agresor, sino que lo juzga implacable y duramente por su errónea actuación, obviando cualquier otra consideración, lo cual sin duda es injusto.

En la mayoría de los casos, lo que más hiere al agraviado es la falta de sinceridad del agraviante, quien bien pudo plantear el problema y en aras de su libre derecho a ser feliz, proponer una separación digna y no ofensiva en su desarrollo, como suele producirse en  la mayoría de los casos.

La actitud conveniente de la parte abandonada frente a la solicitud de perdón y regreso al hogar, la analizaremos en la próxima entrega.

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Cuando tuve conciencia de la dimensión de todas las cosas buenas, emocionantes y bellas que podía disfrutar en esta tierra, pero al mismo tiempo comprendí que era poco probable vivir más de cien años, sentí que había tanto que conocer, experimentar, y experiencias que vivir, que una sola vida me pareció muy poco.

A medida que fui adquiriendo conocimiento y capacidad de observación, me convencí aún más de lo limitado de una sola vida, para disfrutar tantas cosas maravillosas y situaciones extraordinarias que el mundo me ofrecía.

Entonces me ocupé de estudiar de cual manera podría vivir por lo menos dos vidas. No obstante, sin importar mi dedicación y ocupación del asunto, siempre llegaba a lo mismo: no era posible que yo, personalmente, pudiera vivir dos vidas.

Pero un día se atravesó en mi camino esa persona que me atrajo especialmente y me despertó la sensación del puerto seguro, quien como yo, tampoco se contentaba con una sola vida, pero que similar a mi caso no encontraba una forma de lograr, por sus propios y únicos medios, vivir una vida más.

Cuando nos conocimos, sentimos algo especial que nos acercaba a nuestra difícil, emotiva y particular ambición de querer vivir una vida adicional, que capturara sensaciones y experiencias agradables, por lo menos en el doble de lo que con una sola vida, individualmente podíamos lograr.

Tuvimos una conexión especial, porque aunque nunca lo hablamos, si lo visualizamos perfectamente y comenzamos a trabajar para lograrlo, bajo el razonamiento de que, si uníamos nuestras vidas de manera integral, haciendo una unidad indisoluble para vivir en conjunto todas las situaciones y experiencias cotidianas, compartiéndolo todo e intercambiando continuamente experiencias, circunstancias y emociones, al sumar las de ambos, sin duda las estábamos duplicando; vale decir, al unirlas y experimentarlas, cada uno estaba logrando vivir las propias y las de su pareja.

Por eso nuestro amor es grande, emocionante, creativo, apasionante y… mágico, porque es el doble de lo normal; nuestro respeto, consideración, aceptación y buena comunicación, es de una dimensión superior porque suman los unos y los otros; nunca estamos solos, porque somos dos para acompañarnos permanentemente; no tenemos temor porque nos protegemos el uno con el otro; no nos preocupa el mañana, porque sabemos que dos son mejor que uno.

Vivo mis dos vidas con plenitud y todos los días doy gracias a Dios, por haberme permitido descubrir que es haciendo fusión con mi compañera de viaje largo, la única posibilidad segura de ganar… una vida más.

Si usted tiene una pareja, le recomiendo que trate de vivir su vida en cada uno de sus detalles; esto es, compartiendo sus deseos, ambiciones, preocupaciones, sueños y realizaciones; interesándose de verdad por sus circunstancias, especialmente aquellas que parecen muy sencillas o insignificantes, porque pueden ser portadoras de grandes mensajes; reconociéndola y engrandeciéndola. Al fin y al cabo, es la única posibilidad de ganarle algo más a una vida que, para disfrutarla en su máxima dimensión, ciertamente pareciera… muy corta.

Próxima Entrega: POR QUÉ OLVIDAR.

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No he tenido la oportunidad de verificar si es cierto que «El que comparte y reparte le queda la mejor parte», pero respecto de que lo importante de compartir, no es la parte que nos quede sino que al ayudar nos ayudamos.

Compartir con nuestros semejantes no sólo las bendiciones y situaciones positivas, sino aquellas que nos afecten negativamente, es un principio cristiano de incuestionable valor.

La regla de oro del cristianismo es integral, porque Jesús no se circunscribió a una cosa, circunstancia o asunto en especial sino que globalizó la regla, al demandar que hiciésemos por los demás lo mismo que esperábamos que los demás hicieran por nosotros.

Si bien es cierto que es loable, apropiado y noble compartir cosas físicas con los demás,  no menos importante es compartir el conocimiento, las buenas noticias, la alegría, el optimismo, la confianza, la fe en Dios y… la esperanza.

Para compartir todo momento y oportunidad son buenos. Nuestra vida, como los valores que la rigen, tiene una condición existencial bipolar. Así,  de forma constante tenemos frente al nacer, el morir; al bien, el mal; a la alegría, la tristeza; al éxito, el fracaso; a la riqueza, la pobreza; al egoísmo la generosidad; a la fe en Dios, el temor.

La condición vivencial de compartir lo bueno nos aporta sentimientos de realización, de plenitud y solidaridad humanas. Cuando compartimos la tristeza, la desesperanza o el dolor, igualmente sentimos que la carga se hace menos pesada, más llevadera y que no estamos solos.

Como producto de mis personales observaciones, en repetidas oportunidades he comprobado que muchos y graves problemas vivenciales de personas que me han consultado, hubieran sido menores, menos agravantes o más rápidamente solucionables, si el afectado los  hubiese compartido con otras personas.

No es acertado pensar que lo positivo del compartir lo es únicamente cuando se trate de algo físico, porque para la mayoría de las personas, es más difícil solicitar ayuda o consejo para sus problemas espirituales, que requerir cosas materiales.

Es que un pedazo de pan no es difícil compartirlo, porque cualquiera puede darlo sin mucho problema; pero para oír con respeto, interés e intención de ayuda, se requiere sentir que la solidaridad no es una opción sino una obligación, porque todos somos… uno.

El pan se come y a las pocas horas nuevamente se tiene hambre. La sensación de que no estamos solos y que alguien comparte nuestras inquietudes y preocupaciones, nos acompaña por mucho tiempo,  y a veces por siempre.

Que la carga se hace menos pesada y el disfrute mayor cuando compartimos es algo que no deberíamos olvidar.

Sin esperar nada por el aporte que hagamos a nuestros hermanos, siempre la vida nos devuelve beneficios; sino a nosotros mismos, a los seres que más amamos.  Como padres, es apropiado recordar al Salmista cuando afirma: «…no he visto hijo de justo mendigando pan.»

Al compartir, independientemente de la naturaleza de lo que se comparte, crecemos espiritualmente y nos hacemos la existencia más agradable.

Si tienes alguna duda o requieres aclaración sobre el tema aquí tratado, el correo del autor está disponible: amauricastillo@gmail.com

 Próxima Entrega: LA ENFERMEDAD MAS GRAVE.

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