Amo a la gente porque todos son mis hermanos sobre esta tierra de Dios; porque sé y no tengo duda, que dentro de todos vive un niño inocente, desconcertado, atemorizado, nervioso, inseguro, por to que aunque nunca llegara a crecer, en el fondo de su alma… siempre serà bueno. Amo a mis hermanos humanos porque nacieron como yo, inocentes, pero la sociedad no supo enseñarles lo hermoso de la vida, lo extraordinario de tener raciocinio y lo grande de ser inteligentes; tampoco se les enseñó la consecuencia, el reconocimiento, la solidaridad, la caridad, la obligación de ser útiles y lo importante de considerarnos hormigas de una misma cueva; no se les dijo que somos bellos, tiernos, llenos de hermosos sentimientos, capaces de compartir nuestro pan y sacrificar nuestra vida por nuestros semejantes. Nadie les dijo que Dios vive en nosotros, que nos conoce desde antes de nacer, nos cuida y orienta nuestros pasos. Nadie les dijo que no existen problemas sino asuntos por resolver y que fuimos dotados de lo necesario para poder resolverlos.
Nunca les enseñaron que si algo no sale como lo esperamos, es porque no nos conviene y que con el tiempo, daremos gracias porque no se haya dado. Nadie les enseñò que la vida es un hermoso regalo de Dios: que es elemental, que es fácil de experimentar, que màs que esfuerzo requiere fe; que debemos soñar para lograr realizaciones; que el amor es más regocijante para quien lo da que para quien lo recibe.
No les convencieron de que los milagros existen, empezando por mantenernos vivos tantos años, cuando somos el animal más vulnerable sobre en este mundo, no sólo física sino espiritualmente; no requerimos caer de un doceavo piso para morir, sino resbalar o tropezar en el camino, pero sin embargo, sobrepasamos los cien años; tampoco es necesario golpearnos gravemente el cerebro para perder la razón, ya que basta la deficiencia de pocos gramos de un elemento químico y nos quedamos en blanco, a veces… por siempre.
Nadie les dijo nunca que somos hacedores de magia, o… ¿No es mágico que alguien que nunca habíamos visto o tratado, un día luego de una mirada y unas palabras nos ame especialmente y por siempre? O… ¿Acaso no es mágica en la tribulación, la tranquilidad espiritual experimentada luego de la oración, el abrazo o la mano amiga? Y… ¿Quien puede pensar que entes tan especiales deban ser odiados, discriminados o rechazados por sus propios hermanos?
Si tienes alguna duda o requieres aclaración sobre el tema aquí tratado, el correo del autor está disponible: amauricastillo@gmail.com

¿Qué son el tiempo y el espacio más que meras operaciones mentales? Como consecuencia, únicamente pueden incidir en nuestra existencia en la misma medida y como nosotros íntimamente los aceptemos. Siento que los sentimientos más hermosos de nuestra intelectualidad, como el amor y la amistad, trascienden el tiempo y el espacio. El primero, como el más acabado y profundo sentimiento que puede experimentar un ser humano normal, no puede ser afectado por ninguno de estos factores. Uno ama con intensidad por hoy, mañana y… siempre; pero también lo hace en cualquier espacio en que se encuentre, precisamente porque este sentimiento, cuando es verdadero, permanece o sobrepasa en el tiempo en cualquier circunstancia de nuestra vida. En cuanto al espacio donde se experimenta no existe ningún anclaje especial, porque amamos aquí, allá y… más allá. El otro, la amistad, es simplemente un evento extraordinario que marca nuestra vida por siempre. La amistad, que en muchas ocasiones es el preludio del amor íntimo entre dos personas, es un fenómeno humano extraordinario, casi… milagroso. De alguna manera, cuando lo consideramos trascendente, podemos decir que se convierte en la única familia que nosotros escogemos; porque la consanguínea nos llega por la sangre, es decir… obligatoriamente. Nuestros padres, hermanos y/o cualquier otro familiar consanguíneo, deviene de lo genético que nos llega sin solicitarlo; simplemente es un hecho natural que lo normal sería que nos produjera un sentimiento de amor y solidaridad. Pero, la amistad es una escogencia absolutamente volitiva; no nos llega por nuestra naturaleza originaria o nuestra condición gregaria que nos orienta a vivir en grupos para prosperar, sino que es una escogencia que hacemos de algunos de nuestros congéneres, a los cuales amarramos a nuestra alma con ese sentimiento puro que no tiene otro intereses que no sean el compartir, ayuda mutua, solidaridad, como parte de nuestro sentir, y algunas veces hasta de nuestra vida. Con los amigos perdemos uno de los mecanismos originarios de defensa para sobrevivir físicamente, como es el egoísmo. El sentimiento de cercanía, de comunidad de sentimientos en esta relación, al menos cundo es sincera, siempre que la otra persona comparta nuestra filosofía personal sobre la vida y las cosas, se hace similar al amor conyugal: siempre va in crescendo y llega a hacerse tan fuerte que el tiempo, el espacio y la distancia no afectan su solidez sentimental y afectiva.



«DEBEMOS DARNOS LA OPORTUNIDAD DE EQUIVOCARNOS»