Al amanecer de este nuevo día, me siento tan feliz que quiero manifestar mi alegría y agradecimiento a mi Padre Celestial por darme esta bella vida, mi familia, mis amigos, mis vecinos, quienes en su conjunto me hacen una vida feliz. Especiales gracias por darme esa bella, leal y consecuente compañera de viaje largo, mi amada esposa Nancy. Quiero divulgar que me consta y no tengo duda que somos nosotros mismos quienes, con nuestros estado de ánimo, hacemos más o menos agradable nuestra vida; también quiero declarar que estoy seguro que es una obligación humana y no un acto de bondad, tratar con nuestras palabras de ayudar a que las personas vivan en armonía con sus semejantes, porque en verdad, todos somos uno, por lo que depende de cómo nos tratemos, nos ayudemos, que sea mejor nuestro diario vivir.
Las expresiones buenos días, gracias, Dios te bendiga, cuídate, no estás solo, cuenta conmigo, son expresiones que en un momento dado pueden ser un alivio para alguien que tiene algún problema o necesidad. La fuerza de la palabra es increíble. De hecho muchas personas que han estado desesperadas y a punto de suicidio, han desistido porque alguien les ha llamado por teléfono y ha hablado con ellos. En este bello día, los invito a sonreír, a decir te amo, a decir estoy a tu orden, me encanta verte, me gusta conversar contigo, todo está bien, todo está en orden, Dios está con nosotros. Igualmente, los invito a dar gracias por ese sol y esa brisa que acarician nuestra cara; por la belleza de esas flores que nos regala el jardín de nuestro vecino; por el hermoso y tierno trino de los pajaritos en el árbol de enfrente; por vivir en comunidad con nuestros hermanos humanos, que logran que nunca nos sintamos solos; a guardar el celular y saludar personalmente a los amigos, a abrazarles y sentir ese contacto humano tan necesario para sentirnos uno.
Quiero manifestarles que tengo ochenta años de edad y que mi edad no me pesa. He vivido la vida intensamente, con la seguridad de que es el hoy lo que debe preocuparme, porque ayer es un muerto y mañana es de Dios. Que además de amar debo manifestarlo; que mi mayor deber con mis semejantes es el respeto por la persona humana, sin consideración de raza, religión, nacionalidad o sexo. Esa convicción unida a mis principios morales que han guidado mi vida, hoy me permiten manifestar con toda sinceridad que no me arrepiento de nada de lo que he hecho, ni de nada de lo que he dejado de hacer. Finalmente, debo asegurar mi convencimiento de que no debemos permitir el temor; en primer lugar porque distorsiona la realidad y en segundo lugar, porque como hijos de Dios nuestra vida fue diseñada desde antes de nacer y no fue precisamente el dolor o el miedo nuestro fin, sino la felicidad, el amor, la solidaridad, la sensibilidad frente a los problemas de nuestros semejantes; actuaciones por cierto muy fáciles de materializar, porque nuestra tendencia natural es al bien y no al mal.
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