He atravesado Venezuela desde La Guaira hasta Cararabo en Apure; he viajado desde Sichipés en la Goajira, hasta Quita Calzón en el Estado Amazonas; los llanos, los Andes, el Centro. En todo el territorio nacional conocí y traté gente sencilla, pero amable; pobre o rica, pero digna; académicos, estudiantes, autodidactos o sin educación formal, pero gentiles. En general, los venezolanos con quienes conviví eran atentos, generosos, amables, amistosos y… bien felices. Bastaba conocer una persona, para ya considerarla una relación positiva, por no decir… amiga; siempre dispuestos a compartir sin recelos ni temores.
Hoy, en un gran número e independiente de su edad, cultura o posición social, nos hemos hecho irascibles, maliciosos, poco amables, estresados, materialistas, menos felices, y si se quiere… peligrosos.
En las colas de los bancos o del tránsito, todos apurados, nerviosos, mal humorados y hasta furibundos. Las ofensas por cosas nimias, como esperar prudentemente en el semáforo para avanzar, darle paso a un peatón o mantener una velocidad razonable, trátese de un caballero o una dama, nos convierte en acreedores de calificativos irrepetibles.
Cuando una lata de refresco convertida en proyectil sale por la ventana de una lujosa camioneta; un transeúnte en vez de pasar por el rayado para peatones destruye los jardines viales; delante de mí los conductores de autobús sueltan un pasajero en mitad de la vía, poniendo en riesgo su vida y mi seguridad; un motorizado policial sin ninguna urgencia transita en contravía, exponiendo a conductores y transeúntes, barrunto que algo anda muy mal.
¿Qué nos sucedió?
¿Dónde se quedó nuestra decencia y formación, recibida en el hogar?
¿Dónde el respeto y amor por las personas, especialmente los niños y los ancianos?
No lo sé, pero tampoco lo entiendo. Me niego a aceptar que nos estamos convirtiendo en gente desagradable, desconsiderada, vulgar, malhumorada, grosera, malintencionada, resentida, envidiosa, y consecuencialmente… malos ciudadanos.
Tenemos que aquietarnos, revisarnos, y si es posible repensarnos. Quizás debamos hacer una reingeniería de nuestra vida, para poder disfrutar –aún con todos sus males- de uno de los últimos refugios del mundo; con hermosos paisajes, clima envidiable y… mil oportunidades.
No es difícil recuperar el amor, la consecuencia, la paciencia, la generosidad y la alegría. Solo hace falta convicción del compromiso con esta bendita tierra que nos ha dado todo, para ser merecedores de llamarnos con verdadera cualidad y orgullo: venezolanos.
Transcribo este comentario por su interesante contenido, asutorizado para ello por su autora, la Dra. Rita Cabrera.
Estimado amigo, comparto plenamente su comentario, y lo felicito por ello.
Creo con todo respeto que en venezuela se instauro desde hace algun tiempo de manera muy subliminal un modo de proceder delincuencial como bueno y positivo para algunos intereses, y creo que ahi radica el problema se han cambiado los valores, se aplaude cuando te quito lo tuyo, no te pago, me burlo del mal ajeno, etc. entonces estamos en una especie de feria del canibalismo, donde los eventos odiosos pasaron a formar parte de lo cotidiano y eso te afecta de manera negativa indudablemente.
claro esta, que hay que volver a ser, pero no es facil darse cuenta cuando se esta en el error o actuando mal para poder internamente generar el cambio de actitud requerido, mas aun si subliminalmente te lo venden como bueno.
Saludos, se le quiere mucho.